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- George... No sé si me escuchas, pero te necesito- Andy se sentó en una silla, junto a la cama de su amigo. Jamás lo había visto tan quieto y pálido.
Le tocó el hombro suavemente con su mano libre, y pudo ver las vendas de sus muñecas.

Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo... Cosas que no deberían haber pasado. Andy estaba solo, al igual que George. Al igual que Nico y Evan.
La muerte de sus chicas había separado totalmente al grupo. Y, Andy no había podido despedirse de Sarah. Sentía que había hecho algo mal, algo que no era propio de él. Y, ahí se encontraba ahora. Sentado en la enfermería, sin ganas de hacer nada.

Se levantó, lentamente, soltando un cansado suspiro. Total, no era como si George fuera a despertarse de repente y sólo por él...
Pero, lo hizo.

- Mmmmh...- gimió, moviéndose mínimamente. Andy acudió de nuevo a su lado.

- Connor, ¿Me oyes?

- A-Andy...- murmuró este, con la voz ronca y llena de dolor-. Dime que... Ha sido un s-sueño- pidió con la voz más triste que jamás había emitido.
El hijo de Hefesto bajó la vista al suelo.

- Sarah ha muerto...- dijo, con un nudo en la garganta, y se llevó las manos a la cara, para ahogar un sollozo.
George lo miraba con los ojos amarillos, apagados y tristes. Alzó una mano temblorosa para rozarle el brazo bueno, y cuando su amigo lo miró, con los ojos rojos y repletos de lágrimas, George sonrió débilmente.

- Lo siento, Andy... Lo... s-siento de verdad. Sarah era... Una chica... Mara..villosa...- el semidiós de ojos azules asintió y se sorbió la nariz.

- S-Sí que lo era. Era la chica más increíble...- se detuvo, sacudido por un fuerte sollozo-. George, siento que es mi culpa...

- No lo es...- aseguró el hijo de Zeus, aunque no conocía la verdadera historia.

- La mató el mismo gigante que acabó con Sebastian... Es... Aghhh.. No me lo quito de la cabeza.

- No fue culpa tuya... A d-diferencia de mí...- George cerró los ojos, rememorando quizás aquel momento atroz que no quería recordar. Se puso a temblar como un niño asustado.

- Eh, George... T-Tranquilo- Andy se sentó en la cama junto a su mejor amigo y rodeó con un brazo sus hombros-. No fue tu culpa. No eras tú mismo...

- S-Siempre es la misma excusa...- balbuceó el rubio, tapándose la cara con las manos-. P-Pero, lo cierto es que lo recuerdo... Cada instante... Está guardado en mi memoria. C-Como un castigo.
Mi padre me lo advirtió. Él dijo que yo... La mataría. Pero, fui demasiado estúpido para creerle...- sollozó.

- Tu padre ha jugado contigo, Connor. Tú no eres el culpable de nada...

- No me quedan ganas de vivir... ¿Para qué? Mi padre me trata como a un juguete, mis amigos ahora me desprecian y quieren matarme, la chica a la que más quería en el mundo está muerta... Por mi culpa- habló, desolado. Y, entonces algo le vino a la cabeza.

"¿Acaso hay algo peor que ver morir a la persona a la que amas?
Sí. Que seas tú quien la mate"

- Lo superaremos, George. Lo haremos...- le prometió Andy.

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¡¡COUGH COUGH COUGH!!- se vio sacudida por una arcada, y se inclinó hacia un lado para vomitar sangre coagulada y repugnante, junto con litros y litros de icor dorado.
La frente le sudaba, y temblaba violentamente. Sentía el calor pegajoso de las células muertas de su cuerpo al desprenderse de ella. Llevándose una parte de ella misma.

Lo primero que le vino a la cabeza fue el dolor agudo y el fuego recorriendo su interior. La agonía era tal, que se dobló por la mitad, y gritó con toda la fuerza de sus pulmones, aún repletos de aquel líquido repulsivo que antes había sido suyo. Se estremeció, como si un rayo le hubiera alcanzado, electrocutando cada fibra de su ser.

Y, de pronto, el dolor se detuvo, y se sintió muy ligera. Como hecha de nubes. Se elevó en el aire, cálido y fresco a la vez. Su cabello flotaba a su alrededor en ondas de un color capaz de robar el aliento. Un color que sólo el Sol alcanzaba justo antes de desaparecer por el horizonte.
Suave y fino como diente de león, y largo como la cola de las estrellas fugaces.

Sólo entonces, abrió los ojos; que brillaron como los rayos antes de volverse del verde más claro de la hierba, pero también del mar, y de las calas perdidas sicilianas... Un verde que abarcaba todos los verdes del universo.

Sus delicados pies, tan blancos como rayos de luna, tocaron el suelo, y tomó su piel un ligero brillo dorado.
Tomó conciencia del lugar en el que se encontraba, y una repentina debilidad la embargó, haciéndola tropezar.

Se llevó la mano a la cabeza y rezó por no hacer el ridículo al caer. Pero, nunca llegó a tocar el suelo. Se miró las manos, estupefacta por la velocidad su reacción, y corrió a mirarse en un espejo.

Lo que su reflejo le devolvió fue impactante. Jamás había estado tan hermosa. Casi no parecía ni...

- ¿Humana?- dijo una voz tras ella, que se dio la vuelta a la velocidad de la luz-. No lo eres. Ya no. No temas, a todos los que hemos pasado por esto, nos  costó acostumbrarnos. Aunque... Es evidente que en algunos, resalta mejor los rasgos...- Dioniso la miró de arriba a abajo.

- ¿Qué ha sucedido?- se sorprendió a sí misma hablando con la voz más dulce y musical que jamás había oído. Semejante al silbido de los pájarillos, a la brisa marina, al canto de una madre...

- Sólo lo evidente, querida. Eres una diosa. Y, debo decir que el destino de ha lucido contigo. Eres mucho más hermosa que Afrodita...

- No- la preciosa joven se llevó las manos a la cabeza-. No, esto no puede ser. Yo... Yo soy humana...

- Me temo que eso ha quedado en el pasado- otra voz masculina interrumpió sus pensamientos-. Ahora eres una diosa, la diosa de la vida. La más poderosa de todos los dioses olímpicos.
No mentiré, consideraba que quizás serías la de las conchas o las playas azules. Pero, esto... Está claro que tu destino es grande, muchacha- ella ignoró sus palabras, y se cruzó de brazos.

Se sentía mucho más importante que lo que hubiera sentido antes. Algo en ella había cambiado, y era mucho más que lo físico.
La rodeaba un aura de poder que jamás había experimentado. Se sentía... Invencible. Y, sin embargo...

- ¿Dónde está mi hermano? ¿Y, mi novio?- quiso saber. Y, entonces una losa le cayó sobre la cabeza. Se llevó las manos al vientre. Pero, este estaba perfectamente plano y sin rastro alguno de...-. ¡Mi bebé! ¡¿Dónde está mi bebé?!- chilló, perdiendo los estribos.

Quirón la miró con tristeza y trató de acercarse a ella. Pero, la chica se alejó como si de la peste se tratara.

- Tu bebé no te sobrevivió- mintió-. Era demasiado pequeño y no lo logró- las palabras golpearon a la joven como una tonelada de agua helada. Se dejó resbalar hasta el suelo, donde ahogó un sollozo.

- N-No...

- Gabriella...- Dioniso pronunció su nombre por primera vez, llamando su atención-. Lo sentimos. Pero, debes superar esto. Estás destinada a hacer grandes cosas. Ya tendrás tiempo para llorar a los muertos y para ser feliz. Debes marcharte... Ir al Olimpo. A tu nueva casa...- Gabriella los miró, sin dar crédito. ¿La estaban echando del campamento?

Se levantó, los miró con los ojos apenas sí rojos pese a las lágrimas del pálido color de sus increíbles ojos, y desapareció.

La Saeta de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora