Epílogo

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Andy se había sentido muy perdido durante aquellas últimas semanas. Sin ganas de hacer nada, comenzó frecuentar la cabaña de Zeus. Sentía un miedo horrible cada mañana. Porque... ¿Y, si entraba un día y se encontraba a George igual que aquel fatídico día? Tirado en el suelo, desangrándose... ¿Y, si esa vez no podía salvarle?

¿Aguantaría acaso el perder a alguien más? El semidiós lo dudaba. Ya sentía suficiente dolor por dentro, como para que ahora a Connor le diera por quitarse de en medio definitivamente.

Abrió la puerta de la cabaña uno sin llamar. George estaba tirado en el sofá, haciendo levitar una vela con solo un dedo. Le daba vueltas en el aire, con total dominio del elemento. Pero, su mirada estaba perdida en el el infinito:

- Eh, Connor- saludó Andy, entrando en el salón-. He traído café y fruta...- dijo, alzando la bolsa de papel marrón.
George desvió mínimamente sus ojos amarillos del techo, para mirar a su amigo. Esbozó una sonrisa cansada y se sentó mejor en el sofá, haciéndole sitio-. Me costó creérmelo cuando me dijiste que eras vegano...

- Deberías haberte dado cuenta de que no pruebo la carne, Black...- el rubio tomó el caso de café de las manos de su amigo y le dio un sorbo, cerrando los ojos. Andy se lo quedó mirando. Cómo se le rizaban los mechones dorados en torno a las orejas, y su flequillo caía de manera desordenada sobre su frente.

Sin poder evitarlo, le apartó el pelo de la cara con dos dedos. Esto provocó que George le dedicara una mirada algo desconcertada. Pero, Andy no se echó atrás.

- ¿Cuándo saldrás de esta cabaña?- el chico se encogió de hombros.

- ¿Cuándo dejará la gente de tirarme piedras cuando asome la cabeza?

- No fue culpa tuya...

- Sí que lo fue...

- No puedes encerrarte aquí de por vida. Eres claustrofóbico.

- Eso ya me da igual- susurró George, a lo que Andy soltó un suspiro.

- George, me preocupa tu salud...

- ¿Ya no me llamas "Connor"?- Andy se sonrojó al darse cuenta de su error. Pero, era demasiado tarde.

- Hemos sufrido mucho. Tú. Yo. Nos merecemos un descanso...- iba a continuar el hijo de Hefesto, pero no pudo, pues se encontró con los labios de George sobre los suyos. Se quedó de piedra, y con los ojos muy abiertos.

El semidiós rubio se separó de él, y abrió los ojos. Al momento, se puso más colorado que una cereza.

- ¡Oh! ¡Oh, dioses. Lo siento!- se puso de pie, haciendo gestos con las manos. Los rostros de ambos muchachos eran un poema. ¿Qué.acababa.de.pasar?

- Connor... ¿Me has... Besado? ¿Eres bi?

- ¡No! Es decir... Sí. Es decir... ¡Aggghh!- el hijo de Zeus se llevó las manos a la cabeza, y corrió a encerrarse en el baño. Andy aún necesitó un par de segundos más para encontrar las fuerzas, levantarse e ir en pos de él.

- Connor...- llamó a la puerta del lavabo con los nudillos-. Abre la puerta, no pasa nada...

- S-Sí que pasa. ¡Soy un ser despreciable y estúpido!- respondió una débil voz desde dentro.

- No, no lo eres. Eres un tío increíble. Vamos, abre la puerta...- el pestillo hizo un sonido de apertura, y George apareció ante Andy, con los ojos enrojecidos. Este abrió los brazos, y el rubio lo abrazó. Ambos lo necesitaban.

- Lo siento, Andy... No quería besarte. Odio estar sólo, y tú eres el único que no me odia...

- Nadie te odia, George. Y, no estás sólo- aseguró Andy, levantándole el mentón con el pulgar. Se miraron a los ojos unos segundos-. Que esto no salga de aquí- pidió, ganándose una confusa mirada del hijo de Zeus. Después, sin explicarle sus pensamientos, lo besó.

La Saeta de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora