OJOS VERDES

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El sol comenzaba a salir lentamente, como si tuviera la misma pereza que yo en este momento. Mi padre me dijo que hoy vendría su escultor, pues el concejo le había dicho que debían colocar una estatua de él cerca de un templo; mientras el escultor llegaba yo sólo me limitaba a mirar por el balcón y apreciar el aroma de las rosas que lo rodeaban. La vista es espectacular, se puede apreciar el mar que luego da paso al imperio vecino, el Imperio Romano; y los recuerdos llegan a mi mente como ráfagas de luz, aquellos monstruos que me arrebataron a mi madre.

Aunque fue hace mucho, el recuerdo sigue vivo a la perfección en mi mente.

Mi madre y yo teníamos un sitio especial, era como nuestro escondite secreto, así llamábamos a un lindo lugar a las a fueras de la ciudad, donde hay un lago de agua diáfana y arbustos de frambuesa que siempre comíamos en forma de competencia de quién encontraba la más rica y dulce. Una tarde en aquel lugar no pudimos darnos cuenta a tiempo que los Romanos invadieron la ciudad, y yo realmente vi que fue muy tarde cuando volví al lugar donde se suponía que estaba mi madre pues yo me fui a seguir un venado; llegué y la vi en el suelo con sangre brotando de su espalda ya sin vida alguna.

-Hija, baja a saludar a la escultora- gritó mi padre desde el primer piso sacándome de mis pensamientos. ¿Escultora?, es la primera vez que escucho que sea una mujer, o bueno, había un rumor de una artista pero era muy escasa la oportunidad de contactar con ella.

Bajaba las escaleras cuando escuché risas y la voz de la mujer, esa voz rasposa; paré en seco cuando relacioné el dónde había escuchado esa voz, ¿sería acaso ella? Y si lo fuera ¿cómo debía reaccionar o dirigirme a ella?, no importa, si no saludaba sería mala impresión que se llevaría de mí.

Me dirigí donde se encontraba mi padre hablando con una mujer de peplo(9) celeste y cabellos negros largos pero estaba de espaldas.

-señora Menodora, es un placer presentarle a mi hija- y con el decir el nombre de la mujer mi respiración se entrecortó pues mi duda si fue resuelta, era ella, Menodora, luna. La mujer al escuchar esto se dio vuelta y dejó al descubierto su identidad; su tez era blanca, casi pálida, tenía cejas gruesas pero definidas, unos labios gruesos y hermosos, espera, no puedo pensar en eso, pero lo que más llamó mi atención fueron aquellos ojos verdes esmeralda que me miraban con mucha atención, al punto de hacerme sentir nerviosa.

Su mirada recorrió mi cuerpo como tratando de buscar algo, sus ojos pararon en la abertura de mi vestido que dejaba expuesta la herida de mi pierna y volvió a subir a la zona de mi cuello donde vió las marcas rojas, ella sonrió; y con esa sonrisa y al percatarme lo que había hecho junto a lo que se había dado cuenta incrementó mi nerviosismo haciéndome sentir que mis mejillas tomaban color debido a la pena.

Me tomó un momento reaccionar, me iba a arrodillar para presentarme pero cuando lo iba a hacer ella lo impidió rápidamente cogiéndome de la mano y dando una suave caricia en ella.

-no hay necesidad, soy yo quien debería arrodillarme... el placer de conocer a su hija es todo mío- dijo soltándome la mano para hacer luego una pequeña venia hacia mí -Soy Lauren Menodora-.

Debía mostrar compostura y no dejar que mis nervios me dominaran, así que le devolví la sonrisa he incliné un poco la cabeza en símbolo de respeto.-Mi nombre es Camila- y ella volvió a sonreír, debería dejar de hacerlo, me coloca muy nerviosa cuando lo hace

-Menodora, ¿podríamos empezar?, tengo entendido que estas esculturas demoran mucho tiempo en hacerlas- dijo mi padre como siempre apurado

-Está en lo correcto Señor, estos trabajos son muy extensos debido a los detalles y la perfección que manejan... estoy de acuerdo de que comencemos- dijo Lauren ahora mirando a mi padre

El Bosque Griego (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora