El mundo

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Anthia observaba el pueblo desde su ventanal.

Niños correteaban con pan robado mientras los panaderos rechonchos intentaban recuperar lo que era suyo.

Damas paseaban por el mercado intentando elegir cual de los vendedores tenía la fruta más fresca.

Amenudo, estas decisiones ocasionaban peleas entre los fruteros que colocaban fruta podrida en el puesto del otro solo para darles mala imagen.

A pesar de todo eso, se podría decir que el pueblo era tranquilo y soleado.

Todo lo que su padre le había prometido... Mas, ella, no deseaba eso. Sí, el sol brillaba sin cesar y los pájaros cantaban una dulce melodía, pero, eso lo hacían siempre.

Todos los días, se posaba en el ventanal a ver la misma coreografía de personas pasando por las calles y la plaza.
Sus brazos adquirieron un tono más bronceado que el resto de su blanca piel por las horas gastadas observando y analizando toda acción.

Anthia, no se quejaba de su situación, ella era una dama y era ridículo protestar como los críos, pero aún así, se sentía incompleta.

Todo era monótono, aunque, sí se alegraba de que algo lo fuese. Todos los días, alrededor de la misma hora, algo espectacular pasaba.

El cielo empezaba a teñirse de saturados colores rojizos, amarillentos y anaranjados. Un auténtico manjar en el cielo despedía el día para dar lugar a la noche. Un espectáculo de luces dedicado a la pálida luna que bendecía con luz las noches oscuras. Ya, cuando la reina de la noche se mantenía alzada, sus criadas aparecían una a una decorando el vacío negro que las sostenían.

Esa era la señal para que ella se tumbase en sus suaves sábanas y cerrara poco a poco los ojos sin preocupación alguna.

Pero esa noche, no apagó la vela que solía dejar en su ventanal.
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- ¡Tierra! - Gritó uno desesperado.

Todos los hombres fueron a la cubierta para comprobar su veracidad de tal modo que parecía que se iban a caer al agua.

Por fín habían llegado a su destino. El sonido de unas grandes botas retumbaban por toda la madera del barco y se acercaban al timón.

- Ya sabéis que tenéis que hacer - recordó el capitán al tomar el timón en sus sucias manos.
Alzó sus ojos azabache contemplando el lugar a la vez que relamía sus finos y agrietados labios temblorosos.

La noche escondía el barco entre la bruma haciendo que su entrada al puerto pasase desapercibida.
Las cadenas del ancla bajando eran una canción de la víctoria precedida de la batalla que estaban a punto de empezar.
Todos contemplaban la tierra con los ojos llenos de deseo. Todo un pueblo para que ellos pudieran saquearla, simplemente perfecto.

No tenían ningún plan pero no les hacía falta. Con solo enseñar los dientes las mujeres se desmayaban del horror ¿y los hombres? Bueno, no hay nada que un buen corte en el cuello no arregle ¿No es cierto?

Las espadas se alzaron mostrando sus hojas a la vez que bajaban del barco con sacos y cuerdas fuertes.

Hombres, mujeres y niños gritaron, lloraron y respiraron por última vez.

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Porfavor, dadle una oportunidad a esta historia. Los capítulos se hacen cada vez más largos.

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La pasión del pirataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora