Capítulo 8

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Micaela saltó de la camioneta y miró la casa enorme. Seguía exactamente como ella la recordaba. Una casa en estilo colonial impecablemente posicionada sobre varios acres de tierra con vista al río.
Nada había cambiado mucho, además de la pintura, que parecía más nueva de lo que ella se acordaba. Un azul oscuro delineaba las ventanas y un blanco perfecto brillaba en la mayor parte de la casa. Al lado había un garage para siete autos, una piscina y una casa para juegos que era más grande que todo el apartamento de Micaela.

— ¿Lista? — Le preguntó Ramiro, apareciendo al lado de ella.

Respirando profundo, ella miró la casa una vez más antes de hacer que si con la cabeza.

— Vamos para la guerra.

— Guarda tus armas.— Murmuró Ramiro, hacíendola reír a Micaela, exactamente cuando la puerta se abrió.

— ¡Micaela, ya llegasté! ¡Que fantástico!— Cristián Nayar, el papá de los mellizos, la envolvió con sus brazos gigantescos y la besó en la frente.

— ¿Micaela? ¿Es Micaela? — Una voz femenina gritó detrás de Cristián.

— Si. ¡Hola, señora Nayar!—Micaela intentó darle un abrazo, pero fue reprendida.

— ¡Ya te dije que me podes decir Ale!

Ale era el apodo de la mamá de Ignacio y Ramiro. Cuando Micaela era chica, se le dificultaba pronunciar Alessandra por algún motivo, entonces simplemente la llamaba Ale. Pero a sus veinticinco años, no tenía la certeza de si todavía podía llamarla así.

Con una sonrisa agradable, Micaela la abrazó a Ale.

— Te extrañé mucho.

Y Micaela había sentido lo mismo. Desesperadamente.

La mano calida de Ale envolvió la mano de Micaela. Ale la guió hasta el sofá y comenzó a taladrarle la cabeza sobre Ignacio.

— ¡Nosotros sabíamos que algún día ustedes dos iban a estar juntos! ¿No te lo dije, Cristian?—Ale sonrió y extendió la mano para agarrar el té helado, con sus largas uñas rojas.— Ahora, querida, sabemos que Nacho y vos están tratando de mantener las cosas en secreto, pero... Pero, bueno, ¡Nos encantaría que ustedes dos se casaran acá!

Micaela sentía que el pánico le cerraba el pecho.

— ¡Nos encantaría! — Micaela lo miró a Ramiro en búsqueda de ayuda. Pero los ojos de él habían asumido ese tono que decía que él era capaz de matar a cualquiera que respirara cerca suyo. — Pero, sabe, el tema es que... No estamos seguros de que nos vamos a casar acá. Nosotros dos trabajamos mucho y pensamos en simplemente ir a Las Vegas o algo así.

— ¿Las Vegas? — Preguntaron Cristian y Alessandra. Ellos sacudieron sus cabezas al mismo tiempo y se rieron.

— Ah, querida, ¡me había olvidado de tu buen sentido del humor! ¿Por qué se casarían en Las Vegas? ¿Por qué tanto apuro? A menos que...

Ale la miró a Micaela con los ojos semicerrados (¡Dios mio! Ah, no será que ella está pensando que...)

¡Estás embarazada! — Gritó ella, casi derramando el té en el piso. — ¡Ay, Dios mio! ¡Ay, la abuela va a estar tan contenta con esa noticia!

— No estoy...—Contestó Micaela.

— ...Ella no le contó a nadie todavía. —Interrumpió Ignacio con una sonrisa diabolica.—Ustedes saben como es la prensa.

— ¡Ay, ay, ay! — Ale corrió por todo el living hasta que finalmente pararse adelante de unos estantes. — Ay, querida, ¿no te acordas cuando Nacho y vos jugaban a la casita? Y Rama...—Ale lo miró a Ramiro y lo señaló. — Rama, ¿vos no jugabas con ellos? Porque ellos necesitaban de una persona más, para que haga el papel de...

— Cachorro. — Micaela le sonrió a Ramiro y se aguantó la risa.—Él
era nuestro cachorro cuando Nacho y yo jugabamos a la casita.

— Ah, que lindo. — Ale le sonrió a Ramiro y se dio vuelta a buscar los albunes de fotos. — Estoy segura de que tengo algunas fotos que podemos usar en el casamiento.

Micaela, que todavía estaba tratando de controlar su propio pánico, tragó en seco antes de preguntar:

— ¿Por qué necesitamos fotos?

— Ya sabes. — Ale gesticuló con la mano en el aire. — ¡Para el montaje del vídeo! ¡Necesitan tener un montaje de vídeo! Los vídeos son la última moda. Ya sabes: fotos de bebé, fotos de la graduación y ese tipo de cosas. ¡A los invitados les encanta!

— Pero...¿Y Las Vegas?—Preguntó Micaela con la voz esperanzada.

— Elegante — Ale sacudió la cabeza con vigor. — Nosotros vamos a pagar todo. Y ustedes se van a casar en Rosario.

— Perfecto — Murmuró Micaela y, en seguida, miró en dirección a Ramiro. Él se había ido. Ella se inclinó sobre el sofá y lo vió en la cocina, abriendo una cerveza. Ah, ¡el nectar de los dioses! Bueno, era cuando ella más necesitaba de algo fuerte, y los papás de Ignacio y Ramiro creían que estaba embarazada.

Ella tendría que tomar a escondidas. Tendría que ir a escóndidas hasta la cocina para robar un poco de tequila para entorpecer la culpa y el dolor.
Los papás de él iban a matarla y la odiarían para siempre. Eso significaba que ella realmente tendría que casarse con él y después dejar ciega la incapacidad de él de estar con otras mujeres. Y después tendría que comenzar a acumular cosas y adoptar gatos para llenar el gran vacio de su vida.

La borrachera aumentaría.
Ignacio la odiaría y, en un intento desesperado de querer recuperar su juventud, ella se moriría en la mesa al tratar de hacerse una cirugia plastica.

¡Eso.No.Podía.Pasar!

— Mmm, ¡yo voy a ver que está haciendo Ramiro! — Micaela voló del asiento y corrió hasta la cocina.

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