Capítulo 22

73 5 1
                                    

Ramiro trató de no mirar las piernas de Micaela. De verdad, estaba haciendo un esfuerzo enorme en nombre de todos los hombres del mundo. En realidad, varias veces deseó que alguien filmara el extremo autocontrol que él estaba demostrando. Él se mordía el labio, respiraba y exhalaba y mantenía la camioneta entre las lineas blancas y amarillas de la ruta.

— Entonces, ¿a dónde vamos?—Preguntó Micaela.

Incluso así, él no miró. Sabía que si la mirara sus ojos se desviarían y él sería responsable por un choque masivo de doce autos.

Ya estaba tenso por el modo en el que el perfume de ella se esparcía por toda la camioneta, haciendole cosquillas en la nariz, provocando sus sentidos.

Respirando para calmarse, Ramiro respondió:

— Es sorpresa.

— Ah, me encantan las sorpresas.— Dijo Micaela secamente.

— ¿Te olvidaste con quién estás? Yo sé lo mucho que te gustan las sorpresas. Lloraste cuando te hicimos una fiesta en uno de tus cumpleaños.—Micaela  cruzó los brazos.— ¿Te acordas?— Ramiro luchó contra la voluntad de sacarla del mal humor. —Estabas tan feliz porque mi mamá y mi papá pagaron para que todos fueramos a ese recital de Mambru. Hasta fuiste al camarin y conociste a uno de ellos y le anunciaste que te ibas a casar con él.

Micaela bufó y después rió.

— ¡Como amaba a los Mambru!

— Todas las chicas los amaban. Mientras tanto, yo quería incendiar todo y verlos morir de una manera agonizante.

— Vos y todos los chicos de por ahí. — Lo provocó ella.

— Entonces, admitilo. Te gustan las sorpresas.

— Ramiro Nayar, ¿me estás llevando a ver a los Mambru?

— No. — Él sacudió los hombros.— Gracias a Dios. Te estoy llevando a un lugar que te va a hacer feliz y no volver a esos grititos agudos por ver a la banda que te gusta.

— ¿Feliz? — Preguntó Micaela.—¿Qué sabes sobre hacerme feliz? Me tirabas piedras, me ridiculizabas, me provocabas y me perseguías. ¿Y crees que conoces un lugar que me va a hacer feliz?

En aquel instante, Ramiro miró las piernas, el rostro, los ojos y los labios de Micaela y respondió con confianza: — Si, lo creo.

Micaela lo miró con los ojos semicerrados y después volvió a mirar por la ventana. Era mejor que ellos no hablaran. Él se estaba apegando cada vez más y ella se iría de allí en apenas algunos días. Dos, para ser más exactos.

El corazón de Ramiro se rompía. Él lo superaría. ¿De la misma manera que lo superó en la secundaria? Sus recuerdos le decían que no era probable.

Respirando profundo, él giró en la calle correcta. Todo el camino fue tranquilo, hasta que él vió el cartel de estacionamento y entró allí.

— El zoologico. — Declaró Micaela. — ¿Me vas a llevar ahí?

— No te impresiones tanto. — La provocó Ramiro. — ¡Tal vez hasta encontremos algún idiota que se parezca a mi hermano! Tal vez yo este siendo demasiado optimista. — Él suspiró y estacionó en el primer lugar que vió disponible.

— ¿Qué te hace pensar que esto me va a hacer feliz? — Micaela no se movió. Todavía tenía abrochado el cinturón de seguridad; sus brazos cruzados.

Ramiro se desabrochó su cinturón de seguridad y se inclinó en dirección a ella.

— Sali del auto para descubrirlo.

Como nunca fue de rechazar ningún desafio. Micaela le lanzó una mirada fulminante mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad y abría la puerta.

Ellos caminaron lado a lado hasta la entrada. Ramiro se acercó a pagar las entradas y se encogió cuando la vió caminar de frente. Quería colocar una mano en la espalda de ella, tocar la piel suave que se escapaba de su vestido. Odiaba a su hermano cada vez más por tener la honra de tocar algo tan sagrado.

— Entonces, ¿para dónde vamos, dueño de la felicidad? — Micaela puso sus manos en su cadera.

— ¿Vas a estar todo el tiempo así?

— ¿Así cómo? — Los labios de ella hicieron un piquito. Adorable. Ella se estaba esforzando demasiado para estar con rabia y de mal humor.

— Mira, yo solamente estoy tratando de arreglar el daño causado por alguien de mi sangre. Podes participar o no. La decisión es tuya.

Micaela rompió el contacto visual y suspiró.

— No podes arreglar ese daño. Él ya fue hecho.

Honestamente, Ramiro no tenía de cual era el daño que ya había sido hecho. Solamente sabía que ellos habían terminado y que se habían separado de una mala manera. Y, para ser sincero, no era asunto de él.

— Quiero decir, lo que él hizo hoy. — Aclaró Ramiro. — Que coqueteó con cualquiera que usara corpiño. — Hizo una pausa. — Sin hablar de que inventó un brunch ridiculo de reencuentro para vos, siendo que nosotros sabemos lo mucho que odiabas el secundario.

— La palabra clave es odiar.—Opinó Micaela.

— Ah, esa es mi chica. ¿Y ahora que tal una sonrisa?

Las fosas nasales de él se dilataron.

— ¿Un piquito? — Pidió él, aproximándose.

Los labios de ella se separaron.

Y, de repente, una sonrisa era en la última cosa en que él pensaba.
Él necesitaba dejar de hacer eso con ellos. Lentamente, él se alejó y agarró la mano de ella.

— Veni conmigo.

Reluctante, Micaela se arrastró atrás de Ramiro, pero él la conocía mejor que ella misma. A veces, una idea que lo asustaba con frecuencia, y una vez más él estaba de nuevo en el status de perseguidor.

Él chistó cuando los dos llegaron a su destino.

Micaela se aproximó lentamente a una pequeña ventana de vidrio y lo miró a Ramiro, confundida.

— Segui mirando. — Dijo él, después miró alrededor para confirmar que nadie estuviera mirando y, con delicadeza, dio un golpecito en el vidrio.

Micaela chistó, una criatura empezó a llorar y la mamá les lanzó una mirada de rabia a los dos. En el fondo, era la sorpresa perfecta.

— Hijo de...

— Mica — Interrumpió Ramiro.— Me decis que no estás sonríendo.

Ella cayó en la carcajada.




NOTA: Si alguien sigue leyendo por ahí, perdón perdón perdón y un millón más de perdones por actualizar después de 100 años prácticamente. 

La ApuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora