10. Todos tenemos secretos.

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Se animó a sí mismo a levantarse esa mañana, aunque en realidad no estaba de mucho humor de quererlo hacer. Sobre todo, después de haber besado a Roman y haber escapado como un cachorrito asustado de la lluvia cayendo fuertemente sobre la ciudad.

Y es que se arrepentía de lo que había pasado, como siempre. De alguna manera sabía que había hecho lo correcto pidiéndole disculpas a Roman después de todas sus supocisiones erróneas con respecto a él, pero también se sentía tonto.

Porqué ahora que sabía todo lo que sabía, era muy difícil mirar a los ojos de Roman ahora, a esos ojos grises que habían visto a sus compañeros morir sin poder hacer nada para salvarlos. Era muy difícil no querer abrazar a Roman. Ese Roman, el que se refugiaba con un manto de pretención y que trataba de mantener a todos alejados de alguna u otra manera.

Porqué ahora que lo veía con otros ojos, era muy difícil actuar a su alrededor.

No pudo ignorar más a Jinder, el cual estaba del otro lado de la puerta, empezando a preocuparse porqué aún no respondía a su quinto llamado para bajar a desayunar.

Cuando Dean se dispusó a murmurar un "enseguida voy" pudo imaginarse a Jinder, aflojando su tenso rostro y luciendo tan intimidante como sereno tal cual siempre.

Dean se levantó de su cama. Y trató de guardarse más tiempo arreglando la cama y la habitación pintada de un claro color azul que Roman le había asignado. Porqué sí, dormían separados, porqué para Dean ya era mucho con tener que pasar todo el día con Roman como para tener que dormir con él además.

Y después de una guerra de argumentos que Renee había tratado de mantener lo más serena posible, Dean se había quedado con esa habitación.

Las habitaciones de todos estaban en el segundo piso de aquella gran casa. Abajo, estaba la cocina, la sala, el comedor y aquella oficina aburridamente tenebrosa donde Roman se encerraba a hacer papeleo. Papeleo que Dean no estaba muy claro de que se trataba, pero que la mayoría del tiempo dejaba a Roman con un completo dolor de cabeza.

Dean bajo las escaleras. Cuando llegó a planta baja, ahí estaban ellos. Renee, con su hermoso cabello de color dorado el cual estaba sujeto en una coleta alta, jugando y haciéndoles bromas a su hermana menor, la cual seguía sin decir nada, simplemente riendo de vez en cuando. A su lado, estaba Mahal, el cual hablaba con Roman con respecto a su ajustada agenda y ahí estaba él, probablemente oyendo cada palabra mientras leía su periódico y comía lentamente.

Dean frunció el ceño cuando Mahal mencionó su nombre por un momento.

— ¿Qué tengo qué ver yo con todo esto? —Murmuró Dean, acercándose a la mesa donde aquella especie de familia feliz desayunaba. Se sentó justo al lado de Roman, comenzando a comer un desayuno que probablemente Renee había preparado.

—Tú y yo vamos a salir hoy. —dijo Roman, como si nunca salieran juntos. Prácticamente hacían eso todos los días. Roman pareció entender el fastidio en el rostro de Dean, pero entonces, continuo hablando.— Solos.

Dean dejó en el aire su mano, que llevaba un emperadado de queso justo hacia su boca. Y era verdad, ellos dos salían todo el tiempo, pero en realidad, nunca estaban solos.

Siempre estaban allí los amigos de Roman, que incluía la presencia de Nicole y su botella de alcohol y la boca mordaz que era imposible de callar de April. O a veces, con aquel anciano que recordaba como Vince, siempre acompañado de su demasiado joven novia que siempre le brindaba miradas de desprecio. Nunca habían estado del todo solos.

Y no era para menos que Dean se colocara un poco a la defensiva ante aquello. Porqué siempre que estaban juntos, cosas extrañas pasaban. Por ejemplo, las manos de Roman tratando de tocarlo de más y el con su mente demasiado atontada como para detenerlo.

Fire Breather.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora