Invierno tempestuoso.

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Capítulo XI

El señor Yorke hablaba de alguna mierda literaria pero yo no lo escuchaba.

Comencé mi día con un mal humor de lo más abominable y no estaba de humor como para escuchar a ese idiota y mucho menos teniendo en el asiento de mi lado a Courtney, nada más ni nada menos a quien justamente ayer traicioné. Me pregunto cómo me las va a devolver mi vieja amiga Karma.

Un carraspeo me saca de mi ensueño. Miro al causante, el señor Yorke me observaba con una ceja alzada.

—¿Escuchó lo que dije?

—No.

Resopló y siguió hablando.

Internamente sabía que todo lo que me ocurrió y lo que hice ayer iba a tener sus consecuencias, me preguntaba cuanto iba a durar la mentira. Porque sí, no pensaba decírselo, aun no sabiendo qué hará Jimmy. Podría acusarme o actuar de la misma manera que yo, fingir que nada pasó. Por Dios, ni siquiera sé que piensa él sobre lo que ocurrió, me estoy adelantando a hechos y es lo peor, la cagada de mi vida me mandé. 

Estaba nerviosa, más que nerviosa, abatida. Me sudaban las manos y le daba una ojeada de vez en cuando a Court para asegurarme de que no se levantara furiosa señalándome y diciendo:

 «—¡Sé lo que hiciste, perra!»

O algo por el estilo.

Me estaba quedando sin aire, respiraba dificultosamente en una próxima disnea. Me sentía de lo peor, abrumada. Cometía error por error, todos seguidos y no sabía por qué lo hacía, ya tenía suficiente con mi madre, mi padre y las drogas que ahora se me vino a la cabeza la excelente idea de arruinar mi vida y la de mis amigos, las únicas personas en el mundo que han estado conmigo. ¿Pero qué demonios ocurre conmigo? ¿Qué soy? ¿Por qué les hago esto, por qué me hago esto?

Como si fuera una niña pequeña me entraron ganas de llorar y chillar, sollozar hasta que arda la garganta y no poder respirar normalmente. Gritar, gritar con todas mis fuerzas todo. Todo lo que me ocurre, lo que le ocurre a los demás por mi culpa. Gritar como me siento y lo mucho que los odio por ser lo que son, por ser felices ignorantes de su alrededor y como yo, sabiendo la verdadera existencia de las cosas, tengo que vivir en constante estado de fingido desentimiento, que todo está bien, que no me importan las cosas y que el hecho de amar a mi madre se volvió un pecado. Fingida indiferencia a que mi padre me haya abandonado, a que dependo de las drogas, de que engañé a mi mejor amiga con su novio, lo que ocurrió en el invierno de hace dos, lo que ocurrió en este invierno que hizo que desapareciera del mapa y que aun, como una adolescente estúpida, siga enamorada del novio de Sally.

Si no me habría percatado de que me encontraba en el salón de clases, con mis insulsos compañeros, Sally y Court en la otra mesa mirándome extrañadas y al imbécil prepotente de York explicando sobre gramática absurda, me habría echado a llorar como una tonta, mirando al cielo gritando algo como:

«—¿¡Por qué!? »

Como en las películas del siglo XX, y la lluvia cayendo sobre mí.

El timbre resonó dando fin a la clase y suspiré agradecida. Me levanté guardando las cosas.

—Señorita Lynch, no se vaya, por favor. Debo hablar con usted.

Por todos los Santos, que pesado.

Solté la carpeta abruptamente cansada y dejar de guardar. Sally fue la última en salir y me miró con extrañes como diciendo «Estas a un polvo con el profesor y de malhumor».
Me apoyé en mi mesa mirándole directo a los ojos.

—¿Qué necesita?

Él sonrió lascivo.

—Nada mas que vos, mi ambrosía.

Piedad © #AquaAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora