El viaje en la camioneta nos dejó agotados, el traqueteo por el camino empedrado hacía que cada dos por tres diéramos botes en nuestros asientos y cuando llegamos a nuestro destino empezaba a anochecer. El camión estaba totalmente oscuro, sin ventanas por dónde ver hacia dónde nos llevaban, y al bajar me pareció que estábamos en las afueras de Madrid. Ninguno de nosotros teníamos ni idea de lo que estaba ocurriendo ni de lo que pensaban hacernos, como tampoco nos gustó descubrir que los otros camiones donde se encontraban el resto de alumnos y profesorado no estaba allí con nosotros. Quizás lleguen en otro momento.
De la camioneta nos bajaron a empujones y nos llevaron hasta un gran edificio prácticamente amurallado y con alambres de espino para impedir la entrada y salida. Solo una verja de medio tamaño nos permitía esa acción mediante una llama que portaba el soldado que conducía el camión, mientras otros dos nos vigilaban con metralletas en mano para impedir cualquier disturbio. En ese momento descubrí que estábamos frente a una cárcel penitenciaria, solo que habían cambiado el cartel con el nombre "cárcel" por el de "centro de curación". ¿Acaso estábamos enfermos y ninguno lo sabíamos? ¿Se habría desatado una epidemia por todo el mundo? ¿Me iba a morir? Miles de preguntas asaltaban mi mente.
Los soldados, sin dejar de darnos empujones, nos metieron allí dentro, donde todo parecía como si llevara años inhabilitada, todo estaba sucio, oxidado, lleno de telarañas, cucarachas y ratas. ¿Dónde narices nos han metido? Al poco tiempo llegaron un par de hombres y mujeres con aspecto de ser los dueños del cortijo vestidos como funcionarios de cárceles. A continuación nos dividieron en dos grupos separando a los chicos de nosotras. Los funcionarios se llevaron a Daniel y a Marcos a una habitación que había a la derecha y se encerraron allí. Después a Luisa y a mi, las funcionarias nos llevaron a la habitación que teníamos a la izquierda. Aquella habitación estaba completamente vacía a excepción de dos cubos con agua, unos trapos y una caldera vieja y antigua encendida. Luisa y yo nos miramos confusas y algo asustadas, teníamos que estar preparadas para todo, y aunque yo me intentaba mostrar tranquila, Luisa temblaba de pies a cabeza y hacía amagos de gimotear.
Sin darnos ningún tipo de información, aquellas mujeres nos mandaron desnudarnos, y obviamente yo no estaba para nada de acuerdo y me rebelé.
-Ni de coña -contesté con mi descaro natural.
Con el frío que hacía y delante de esas mujeres a las que no conocía de nada no pensaba hacer eso. Sin embargo, las funcionarias intercambiaron una mirada que me hizo pensar mal, sabía que esto no iba a acabar bien. Una de ellas llevaba una porra policial sujeta al cinturón, y con una sonrisa de lo más maliciosa lo agarró con fuerza y comenzó a golpearnos con furia, con rapidez, con fuerza. La otra funcionaria disfrutaba de la escena e incitaba a su compañera a que nos diera golpes más severos.
-Así aprenderéis a obedecer -gruñó la que sostenía la porra.
Yo recibí aquellos golpes como aguijones de abeja, aún tenía algunos moratones de la paliza de mi madre y aquello sirvió para reabrir el dolor. Tras esos golpes no tuvimos más remedio que hacer lo que nos mandaban si no queríamos morir a palos. Luisa lloraba con desconsuelo a la vez que se quitaba el uniforme del colegio. Ella era dos años menor que yo, tenía un cuerpo muy delgado, apenas tenía fuerzas para matar una mosca. Aún no podía imaginar lo que nos harían aquí dentro, pero me compadecí de ella. En cierto modo, las palizas de mi madre hicieron que mi cuerpo fuera más fuerte y supiera atajar mejor los golpes, pero esta pobre chica no aguantaría muchos más golpes como los que nos acababan de dar.
Mientras nos quitábamos la ropa las funcionarias no dejaban de burlarse de nosotras, y cuando ya estábamos desnudas cogieron nuestra ropa y la acercaron a la caldera en la que me había fijado al entrar. Una de las funcionarias la usó para quemar los uniformes, y la otra se encargó de coger los cubos de agua que había a un lado para tirarlo sobre nosotras sin previo aviso. El agua estaba completamente helada, incluso algún cubito de hielo que se había resistido a derretir impactó en nuestro cuerpo, ya de por sí dolorido. Aquel agua me caló hasta los huesos. El frío del invierno seguía azotando a la ciudad, si bien las nevadas habían parado aquí, las temperaturas seguían siendo muy bajas. Finalmente nos arrojaron unos trapos.
-Ahora que estáis limpias poneos vuestro nuevo uniforme -dijo con sorna la más gorda de las funcionarias.
Aquel "uniforme" parecía más bien un saco de patatas. Era marrón y estaba sucio y maloliente, como si ya hubiera sido usado. Al ponérmelo comprobé que me llegaba un poco por debajo de las rodillas y carecía de mangas. Luisa y yo tiritábamos del frío y nos chirriaban los dientes, pero a las funcionarias parecía hacerles gracia vernos así. A continuación nos cogieron con fuerza por los brazos y nos sacaron de aquella habitación. Fuera ya nos esperaban Marcos y Daniel que vestían de la misma guisa que nosotras y también estaban mojados y tiritando de frío. Entonces nos pusieron en fila india y nos ataron las manos con unas cuerdas de esparto, apretando tan fuerte que daba la impresión de que nos iba a cortar la circulación.
No tardé mucho notar el molesto picor de la cuerda. Cuando todos estábamos atados utilizaron otra cuerda más para unirnos a los cuatro. En cierta manera me recordó a como llevaban atados a los esclavos egipcios, solo faltaba que nos amarraran por las piernas y el cuello también. Tirando del extremo de la cuerda, una de las funcionarias no llevó por un oscuro pasillo. Los tirones que nos daba apropósito para hacernos trastabillar hicieron que el esparto me quemara las muñecas y empezara a sentir como me hacían las primeras heridas. Tras recorrer ese vacío pasillo, abrió una puerta de metal. Allí nos encontramos con otro largo pasillo, pero este estaba lleno de celdas de barrotes continuas y todas estaban atestada de chicos y chicas de diferentes edades, desde adolescentes hasta adultos. No podía entender lo que estaba pasando, no encontraba una explicación lógica a esto. Pasamos por varias celdas y miré los ojos tristes de muchos de los que estaban allí. Sus voces ahogadas y angustiadas pedían auxilio, comida, agua y mantas. Muchos sacaban los brazos flácidos y delgados. La mayoría tenían el cuerpo casi desnutrido, las facciones de sus caras eran esqueléticas, las de algunos parecían calaveras.
La funcionaria se paró en una de las celdas y cuando abrió, todos los que estaban allí dentro corrieron para intentar escapar, pero la funcionaria no dudó en sacar una pistola taser con la que logró ahuyentarlos. Después nos desató de la cuerda y nos metió de un empujón a todos allí dentro, volviendo a cerrar a continuación. No me podía creer lo que me estaba ocurriendo. ¿Qué hago yo aquí? ¿Qué he hecho?
Me senté en un rincón, con la espalda pegada a la pared, abrazando mis rodillas y contemplando las caras de amargura de todos los que compartían este pequeño espacio conmigo. Un tremendo miedo se apoderó de mi, temía morir aquí encerrada, y sin volver a ver a Adriana. ¿Estaría ella también aquí? No, no. Espero que no. Una terribles ganas de llorar me hicieron hundir la cabeza entre mis rodillas y desahogarme. Era la primera vez en mi vida que tenía tanto miedo, ni si quiera cuando estaba con mi madre he sentido algo igual. No pude evitar pensar que no saldría jamás de aquí con vida, como también estaba segura de que nunca más volvería a ver a Adriana. De nuevo he vuelto a perder lo que más quería. Por segunda vez me volvían a arrebatar mi felicidad de un plumazo.
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Búscame como puedas (Trilogía "Como puedas" Segunda Parte)
RomanceAdriana y Laura están muy lejos la una de la otra. Cada una buscará desesperada la manera de volver a encontrarse. Laura pasará por un infierno mientras que Adriana tendrá que desprenderse de todo aquello que quiere. La guerra a comenzado y las posi...