Capítulo 11

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El tiempo en esta celda de aislamiento parecía como si no existiera. No sabía si era de noche o de día. Si habían pasado 24 horas o dos. Lo único que sé es que mi estómago ruge cada vez más de hambre, que los brazos ya los tengo agarrotados de permanecer tanto tiempo colgada de las cadenas. Que las muñecas hacía un rato me habían empezado a sangrar hasta lograr hacer una finísima línea que baja sin llegar al codo como un estrecho río. Para colmo, el frío me calaba hasta los huesos y no dejaba de tiritar. El hecho de no ver más allá que oscuridad comenzó a agobiarme, daba la sensación de estar ciega. O incluso muerta. Todo oscuro. Todo en silencio. Ni una mosca se escuchaba.

Pero de pronto un ruido me puso en alerta, levanté de golpe la cabeza aumentando así mi mareo, y entonces vislumbré una tenue luz. Alguien había abierto la puerta. Primero entró una silueta seguida de otras dos. La puerta se cerró de nuevo. Yo ya me temía lo peor, no dejaba de pensar que me matarían en ese preciso instante. Sin embargo, y para mi suerte, se hizo la luz. Una potente luz que me cegó al instante. Cerré los ojos y agaché la cabeza, y poco a poco los fui abriendo, visualizando al funcionario que me había encerrado aquí, y a otro funcionario que recordaba haberlo visto el primer día que llegué.

Eso sí, la persona que había tras ellos nunca imaginé verla en este sitio. Ataviada con su abrigo de piel y sus gafas negras sobre la cabeza, sujetando su pelo, me lanzaba una mirada de arriba abajo, con el ceño fruncido.

-¿Mamá? -Logré decir tras tragar la poca saliva que me quedaba en la boca.

-Hola, Laura -dijo ella sin un atisbo de emoción en su voz.

-¿Vas a sacarme de aquí? -pregunté desesperada, e incluso esperanzada.

En ese momento solo podía pensar que mi madre, muy en el fondo, me quería y había venido a sacarme de aquí, aunque también muy en el fondo dudaba que esto fuera cierto. Ambos funcionarios intercambiaron una mirada que no me gustó nada. ¿Cómo he podido pensar que mi madre me iba a ayudar? Soy imbécil.

-Hija -dijo acercándose lentamente hacia mi-, te llevé a ese internaducho para que no te desviaras por el mal camino. Pensé que cambiarías, pero cuando volviste a casa y seguías con esas horribles ideas metidas en la cabeza no me dejaste más remedio que hacértelo entender por la fuerza. Me provocaste para que te pegara. Me provocabas cada dos por tres, parecía como si disfrutases haciéndome sufrir.

-¿Yo te hacía sufrir? -dije estupefacta, esto ya era lo que me faltaba por escuchar.

-Sí -respondió con su voz melodramática, esa a la que tan acostumbrada me tiene.

Me hablaba con pena, como si de verdad le doliera todo lo que me había hecho, pero no. La realidad se mostraba en su mirada, donde se podía ver la mala persona que llevaba dentro y que no teme en mostrar al menos delante mía.

-Estás enferma hija, y hay que tratarte -Continuó en su papel.

-¡La enferma eres tú! ¡No estás bien de la cabeza! -le grité encarándome a ella, moviendo con las pocas fuerzas que tenía mi cuerpo.

Mi madre negó varias veces mientras con un gesto de la mano le daba paso a esos dos hombres a que comenzaran a hacer algo que yo ni adivinaba de qué podría tratarse. Se pusieron justo detrás de mi y empecé a asustarme. Por su parte, mi madre me miraba fijamente a los ojos de igual manera que mira a un desconocido. Nunca he sido su hija, ahora lo tengo más claro que nunca. Y ella nunca ha sido mi madre. Una madre no trata así a su hija. Somos enemigas, de eso estoy completamente segura.

Escuché como los funcionarios hacían ruido tras de mi, como si estuvieran buscando algo en un baúl. Cuando el ruido cesó, uno de los hombres rasgó la parte de la espalda de mi "uniforme". Mi madre los miró un momento y de nuevo con la mano les pidió que esperasen.

Búscame como puedas (Trilogía "Como puedas" Segunda Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora