Capítulo 8

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El ruido de la celda abriéndose me despertó de mi letargo, me sentía realmente agotada, las horas y días pasaban aquí a cuenta gotas. Observé como un funcionario traía otra chica a la que encerrar. No era nada nuevo, desde que llegué aquí ya he perdido la cuenta de todos los chicos y chicas que han metido en la celda, haciendo que cada vez estemos más apretujados. A la pobre chica le propinó un empujón que la hizo caer de golpe en el duro suelo de cemento. No quise mirarla, pero algo me hizo me llamó a hacerlo. Era imposible no fijarse en ella, había algo que me resultaba familiar. La chica no tenía fuerzas para levantarse del suelo y decidí acercarme para ayudarla. Todo su cuerpo estaba magullado por los golpes recibidos y tenía mala cara, apenas podía abrir los ojos. La cogí por los brazos para incorporarla y me acerqué más para mirarla bien, la oscuridad aquí era permanente y apenas nos reconocíamos los unos a los otros. Sin embargo, no me faltó mucho para saber de quién se trataba. El corazón me dio un vuelco, el estómago se me encogió. Un nudo en la garganta me hizo trastabillar las palabras antes de nombrarla.

-Noemí -exclamé con voz queda, y las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos.

Ella tardó en reaccionar y tuve que sostener su cabeza con la mano que me quedaba libre. Con tremendo esfuerzo logró abrir los ojos y alzar con dificultad la vista. Y me miró. No. Me traspasó con la mirada. Clavó sus ojos en los mios y noté como mi corazón se hacía añicos. Solo le bastó unos segundos para reconocerme y sonreír. Alargó una mano temblorosa hasta caer pesada sobre mi mejilla, la cuál acarició con manos ásperas.

-Laura -pronunció mi nombre casi en un susurro, apenas podía hablar.

-Shh, tranquila, no hables -Le pedí-. ¿Qué te han hecho? -hablé para mi misma a la vez que pasaba mi mano por su mejilla.

Parecía como si hubiera pasado toda una eternidad desde la última vez que la vi. Esa mañana en la que mi madre nos vio besarnos. La última vez que escuché su voz a través del teléfono. Ella era mi primer amor, y ahora está entre mis brazos después de dos años, y estaba muy mal, apenas podía notar su débil respiración. Se estaba muriendo.

-¡¡Ayuda!! -comencé a gritar, pero nadie se inmutó, y mucho menos ningún funcionario vino a nuestro encuentro. Nos tenían totalmente abandonados a nuestra suerte.

-Me muero, Laura -consiguió decir con un hilito de voz-, pero me siento feliz de que seas tú la última persona a la que voy a ver.

-No digas eso, no te vas a morir -Tuve que tragarme el llanto, no podía hacerlo delante de ella, no quería que me viera mal.

Esbozó una triste sonrisa para mi y dio una profunda respiración. Pude notar sus costillas, estaba delgadísima, ¿cuánto tiempo llevaría aquí? Más que yo, al meno es lo que parece. Yo he perdido la cuenta de los días, no sé si llevaba días o semanas, pero en su caso parecía como si llevara meses.

Tras un largo suspiro dejó de respirar y sentí que mi corazón se detenía a la vez que el suyo.

-Noemí -la llamé con la voz quebrada-. Noemí. Escúchame -La zarandee un poco para hacerla reaccionar, pero ella ya había cerrado ya los ojos.

Con la boca entreabierta había dejado escapar su último aliento. Acababa de morir entre mis brazos y nadie había hecho nada por evitarlo. Lloré sin consuelo abrazada a ella, y nadie vino a consolarme. Parecían cuerpos sin almas, ya nadie sentía nada por el prójimo. Y eso me enfurecía.





No sé cuánto tiempo pasó, me había quedado dormida después de haber estado llorado tanto. Al despertar, ver tanta oscuridad y sentirme atrapada en un espacio tan pequeño me entró un agobio repentino y asfixiante hasta que recordé dónde me encontraba y traté de mantener la calma. La linterna se había apagado, le di varios golpes, pero no funcionaba. A tientas con mi mano palpé la pared que tenía frente a mi y di unos leves golpes, escuchando el sonido hueco que hacía. A continuación comencé a golpearlo con fuerza con la linterna hasta que uno de los ladrillos cedió y cayó al suelo estrepitosamente haciéndose añicos. La leve luz de las velas que seguían iluminando el búnker me llegaron como si fuera la famosa luz al final del túnel. Seguí golpeando los ladrillos siguientes que salieron con más facilidad.

Finalmente golpeé con el pie el último ladrillo, estiré mis piernas sacándolas fuera y sentí un gran alivio de poder hacerlo. Las tenía agarrotadas y me dolían un poco. Saqué entonces el resto de mi cuerpo y sentí un pequeño mareo, por lo que tuve que agarrarme a la estantería que estaba frente a mi. Cuando me recuperé vi la puerta de la habitación abierta, me asomé con miedo por el túnel y lo vi despejado. Me paré en silencio tratando de escuchar algo. Nada. Es como si estuviera sorda. Ni una sola mosca se oía. Caminé aún con torpeza por el túnel, pegada a la pared para sentirme más segura. Al llegar al final vi la trampilla cerrada, así que subí por la escalera de madera y golpeé la trampilla con miedo de que algún soldado siguiera por allí. La trampilla se abrió fácilmente y me asomé con cautela, comprobando como el suelo del salón se encontraba lleno de objetos de la casa tirados y rotos.

De pronto vi una mancha roja que me puso en alerta y rápidamente en mi cabeza retumbó el sonido del disparo que había escuchado estando en el escondite. Tomé aire, abrí por completo la trampilla y salí de allí con la vista clavada en el reguero de sangre que había por todo el salón. Seguí esa gran mancha hasta toparme con unos pies que sobresalían del sofá que estaba tirado y hecho jirones. Caminé despacio, con miedo de lo que podría encontrarme allí, cerré los ojos, agarrándome al sofá. Me llegó el putrefacto olor del cadáver que tenía delante de mi y cuando tomé el valor, abrí los ojos. Solté un grito ahogado y me llevé las manos a la boca. Mi abuelo yacía en el suelo con un disparo en la cabeza, lo habían matado con frialdad y sin contemplaciones. No fui capaz de mover un solo músculo de mi cuerpo, me había quedado paralizada. La angustia que sentía dentro de mi aumentó aún más.

Pero pronto la angustia se convirtió en miedo cuando oí unos pasos en mi habitación. Ese miedo me mantuvo paralizada y me enfadé conmigo misma por eso. En vez de correr a esconderme me quedé esperando a que la sombra que bajaba por las escaleras se convirtiera en una persona. Aunque nunca imaginé que la persona que allí se encontraba era Alberto. Cuando le vi mis piernas reaccionaron y salieron corriendo, pero hacia él, y le abracé con todas mis fuerzas, llorando.

-Tranquila, tranquila -me habló con su cálida voz-. Chicos, podéis salir.

Detrás de él aparecieron dos chicos más del pueblo: María y Pedro. Eran sus hermanos pequeños. De repente mi miedo se esfumó y me sentí más tranquila al estar con ellos. No estaba sola. No dejaba de repetir eso en mi cabeza. No estaba sola. 

Búscame como puedas (Trilogía "Como puedas" Segunda Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora