Capítulo 4

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 -¡Iván! -Corrí a abrazarlo como si siempre hubiera sido mi amigo.

Él me miró sorprendido, no solía recibir abrazos ni ningún gesto de cariño, por lo que no supo responder al abrazo, se quedó tenso, con los brazos pegados al cuerpo.

-Me has asustado -se quejó Noelia, aunque en seguida le sonrió a la vez que le removía el pelo en gesto amistoso.

-¿Y los demás? -le pregunté angustiada.

-Se los han llevado, las furgonetas...

-¿La camioneta también? -le interrumpí.

Iván asintió con la cabeza. Mierda, Laura... Me dejé caer en el suelo junto a Guille, desolada. Éste me pasó un brazo por mis hombros y me abracé a él. No quería ni imaginar lo que le pueda pasar a mi amiga.

-Tranquila, Laura es fuerte -trató de animarme.

-¿Y Rocío? -quiso saber Noelia- Ella estaba en la furgoneta, y Alba también.

Ella empezó a sollozar, sentándose también frente a nosotros, escondiendo la cara entre sus manos. Se la veía realmente desolada, cosa que me sorprendió. Al final va a ser verdad eso de que eran amigas de verdad las tres. Iván se sentó a su lado, pero manteniendo las distancias, como siempre había sido su actitud.

-Adrián y Lucía han escapado -anunció sacándonos de nuestros pensamientos.

-¿De la furgo? -preguntó Guille.

Iván negó.

-Les vi entrar en el baño cuando llegaron los militares, yo aún no había bajado a desayunar. Supongo que saldrían por la ventana.

-¿Y dónde están?

Él se encogió de hombros. Yo aún no asimilaba todo lo que estaba ocurriendo, de un día para otro todo se había puesto patas arriba. Y esto solo era el principio...





Horas después de que los informativos anunciaran la guerra mis padres se pusieron en marcha para preparar lo que parecía una especie de búnker que mi abuelo construyó hace años durante la guerra civil. Esa especie de búnker subterráneo estaba escondido bajo el gallinero y se accedía a él por una trampilla que había en el salón de casa. Al bajar al subsuelo había un túnel recto que te llevaba hasta una gran puerta de hierro. Dentro había una habitación llena de polvo, telarañas y con un horrible olor a humedad, pero era lo más seguro que teníamos. Mis padres empezaron ha meter toda la comida que tenían, ropas, mantas y un par de colchones. Todo en un frenético ir y venir. Suerte que el lugar era bastante grande y no tuvimos problemas de espacio.

-Tenemos que estar preparados para lo que venga -dijo mi padre con decisión.

Me sorprendí al descubrir que la trampilla estaba bajo una polvorienta alfombra que a su vez permanecía oculta bajo el destartalado sofá de casa. Yo nunca tuve conocimiento de algo así en mi casa, ni mis padres ni mis abuelos me lo contaron jamás. Cuando ya lo teníamos todo dentro bajamos por la trampilla y corrimos por ese claustrofóbico túnel hasta el búnker. Mi padre echó el oxidado cerrojo que contenía la puerta y mi madre encendió unas velas para iluminarlo.

-¿Cómo llegaste ha construir esto, abuelo? -pregunté con curiosidad.

-Con mis hermanos. Teníamos que proteger a la familia de lo que se avecinaba en aquella época -comenzó a relatar-. Pusimos todo nuestro empeño, fuerza y ahorros de muchos años, pero conseguimos tener algo que el resto del pueblo no tenía: un refugio donde no podían hacernos daño. Ya sabes, tu abuela era roja, y de las que no se callaba, además. Estaba claro que irían a por nosotros.

Nunca mi familia me había contado esa parte de nuestra historia y claro está que me sorprendió y a la vez me asombró aquel relato. Sin embargo, no podía evitar sentir un miedo terrible por la seguridad de Laura. ¿Estaría bien? ¿Habría pasado algo en el internado? Esas preguntas y más no dejaban de amontonarse en mi mente en bucle, mezclándola con recuerdos de ambas juntas durante estos meses. Un mal presentimiento no dejaba de invadir mis pensamientos, podía sentir que algo iba mal. No podía asegurarlo, ojalá me equivocase, pero dentro de mi lo sentía. Sentía algo malo, incluso dolor. 

Mi madre no tardó en darse cuenta de mi silencio y mi gesto de preocupación marcado claramente en mi rostro.

-¿Estás bien? -Me pasó un brazo por los hombros.

No supe contestarle y guardé silencio. Solo estaré bien cuando sepa que Laura lo está, era lo único que me preocupaba en estos momentos.

-Tranquila, seguro que no le ha pasado nada.

Mi madre parecía poseer el don de leer la mente, supo fácilmente que mi preocupación se debía por ella. Me besó la cabeza con ternura y me abracé a ella intentando no llorar. El miedo, de pronto, se había convertido en angustia, y no sabría decir cuál de las dos sensaciones era peor. Me fijé entonces en mi padre que me miraba con gesto comprensivo. Sin decir nada asintió levemente con la cabeza con una sonrisa. Él no era muy de expresar con palabras, pero con los gestos sabía decirlo todo, y yo supe entenderle perfectamente. Me estaba diciendo que todo estaba bien y que no me preocupara por nada. 

Búscame como puedas (Trilogía "Como puedas" Segunda Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora