Capítulo 13

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Rocío no faltó a su palabra, al día siguiente llegó a mi celda con más vendajes y trapos mojados. Además me ayudó a incorporarme y fue cuando vio las heridas que tenía en mi espalda y rodillas. Al descubrir el cilicio clavado en mi piel no se lo pensó dos veces para quitármelo. Lento, con cuidado y parando cada vez que yo me quejaba por el dolor. Sentía como las púas se iban desprendiendo de mi piel, y de las pequeñas perforaciones que me había creado emanó hilos de sangre recorriendo un camino que ya se había secado en mis piernas. Rocío ponía cara de dolor de solo verlo, e hizo el mismo procedimiento con el otro cilicio.

-Son unos bestias -comentó asqueada.

Me quitó las vendas tratando de no hacerme más daño del que ya tenía por todo el cuerpo, y como hizo el día anterior, mojó mis manos con los trapos húmedos y los dejó haciendo su efecto. El frescor de los trapos aliviaba el ardor de mis manos. A continuación se sacó de la rebeca la mitad de un trozo de pan, y al verlo se me pusieron los ojos como platos. Mis manos reaccionaron en seguida queriéndolo coger, pero el dolor me lo impidió.

-Tranquila, te lo voy a dar yo -Se adelantó ella-. Es lo único que he podido traerte, lo siento.

-Es lo mejor que voy a comer desde que estoy aquí, gracias -le respondí sonriendo por primera vez desde que llegué a este infierno.

Rocío partía trozos pequeños y me los daba en la boca, y sonreía alegre al verme disfrutar de un simple cacho de pan. Hacía días que nadie venía a darme de comer y si no fuera por ella me hubiera muerto de hambre esta misma noche. Cuando el pan se terminó me quitó los trapos húmedos y me puso un vendaje nuevo. Entonces sacó lo que parecía una llave un poco rara que escondía perfectamente en su escote.

-Esta es una llave universal que llevaba encima uno de los funcionarios -me explicó en voz baja-. Ayer logré quitársela. Podremos abrir todas las puertas que se nos pongan por delante y salir de aquí. Tendremos que hacerlo bien entrada la noche.

-¿Cómo has conseguido quitársela?

-Usando mis trucos de mujer -respondió teatralmente y reí dificultosamente.

-Esta noche salimos de aquí como que me llamo Rocío Avellán. No aguanto más en este sitio.

La miré con una ceja levantada y ella rió de nuevo.

-Vale, te he pillado. Tú estás peor que yo.

-Gracias, por todo -le dije con sinceridad.

-De nada -contestó dejando una caricia en mi brazo-. Tengo que irme ya. Hasta luego.





A pesar de que iba corriendo, tardé en llegar a la amurallada cárcel. Estaba más lejos de la casa de lo que pensaba y al llegar busqué la puerta de entrada, pero no pensé que estaría vigilada por dos guardias de seguridad que daban cabezadas agotados por el sueño. Tenía que hacer algo para despistarlos, así que me metí entre unos arbustos y lancé una pesada piedra hacia otro lado más alejado. Pronto los guardias se miraron asustados por el ruido y decidí lanzar una segunda piedra para llamar aún más su atención.

Uno de ellos caminó hasta el arbusto con paso lento y precavido, alzando su pistola. A continuación cogí otra piedra más pequeña y la lancé al guardia que se había quedado en la puerta. Logré darle justo en la cabeza y esto hizo que enfureciera al momento, así que alzó también su pistola y corrió hacia donde yo me encontraba. Por mi parte me moví rápida, y aprovechando la oscuridad del lugar me escondí tras un árbol que había a pocos metros.

Tenía la entrada despejada, era mi oportunidad, pero de pronto oí unos pasos que venían corriendo. Más bien iban al galope. Me di prisa y corrí hacia la puerta. Los dos guardias advirtieron mi presencia y corrieron hacia mi. Temí por si me disparaban, pero no les hizo falta, frente a mi apareció un hermoso caballo blanco montado por Adrián. Me había seguido sin yo darme cuenta. Me miró con odio y obligó al caballo a alzarse. Por inercia puse delante mis manos para protegerme, pero las patas del corcel me golpearon con fuerza haciéndome caer al suelo. Tras eso Adrián relajó al caballo y se bajó de él.

-No me dejas otra opción -sentenció con una voz tan fría que me heló la sangre.

Aquel chico no se parecía ni por asomo al Adrián que conocí en el internado. Le quitó de las manos la pistola a uno de los guardias que se habían puesto a su lado. Iba a matarme, podía saberlo por como me miraba. Con tranquilidad me apuntó con la pistola y sin que le temblara el pulso apretó el gatillo.

Búscame como puedas (Trilogía "Como puedas" Segunda Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora