Tropecé varias veces, rasgando así mi gran vestido. No solo era el vino o lo que fuera que tenía éste –porque a pesar de mi estado, podía sentir que alguien le había echado algo– lo que me tenía corriendo torpemente y deambulando por el gran bosque que quedaba a unas millas de mi casa. Era también el deseo de escapar. De huir. De él, de ellos, de todos. Ya no quería continuar con esto. Quería estar alejada de la vida que me había tocado.