Me sorprendí al escucharme a mí misma decir aquello. ¿Quién estaba muerto?
Las personas a mí alrededor vitorearon y me recibieron en brazos dos hombres.
Traté de preguntarles qué era lo que pasaba, por qué estaba allí, por qué sentía sangre en mis labios, por qué no sentía el alma dentro de mi cuerpo. Traté, pero lo único que logré, fue pedir agua, la cual bebí de un trago. Fue un trago amargo y confundida, aparté la bebida de mí para notar un extraño cáliz de color oro con un líquido rojo dentro. Noté que mi mano lo sujetaba con firmeza. Relamí mis labios y mi lengua distinguió un sabor a cobre.