La plataforma en la que estaba sentada y amordazada, subió hasta el techo y cerré los ojos al ver que no se abría. No quería sentir mi cráneo romperse, pero era inevitable. El líquido de las puntas filudas de mis esposas inyectaba en mis venas un frío fluido que me hacía sollozar. Cuando pensé que era mi fin, el techo se abrió de tal forma que dejara subir a la plataforma. El aire helado me recibió con una bombardeada de rayos calientes de sol. Observé a mí alrededor y noté toda la gente de Dam en el estadio de piedra pulida, sentados en las gradas esperando expectantes.
No entendí lo que había pasado hasta que un hombre con una capa metalizada con matices negros agarró mi cuello con fuerza y lo empujó hasta una abertura semicircular. Miré al frente, con gran esfuerzo por levantar mi cabeza. La silla estaba vacía, con la guardia alrededor de ella. Y luego apareció mi padre. El maldito traidor.
Mi sorpresa fue enorme, forcejé de nuevo, desesperada por matarlo a él también cuando todas las piezas se unieron y encajaron en mi mente. Él ahora era el nuevo kaligii.