La calma que precede a la tormenta

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Puedo sentir una mirada fija en mi de forma permanente, y la inquietud que eso me produce me obliga a abrir los ojos aun cuando seguiría durmiendo una semana entera. De hecho, me pasaría la vida en la cama si eso fuese posible. O al menos eso es lo que pienso cada mañana hasta que me levanto y me decido por hacer algo mas productivo que dormir. Eso es lo que solía ser mi vida antes, porque ahora, en el apartamento de Alexander, siento como si no pudiese hacer nada útil. Tengo libertad para ir y venir por ahí, por supuesto, pero tampoco me gusta demasiado moverme de aquí. Todavía salgo a hacer ejercicio todas las mañanas, paseo por lugares interesantes, pues creo que ni viviendo aquí el resto de mis días llegaría a conocer Nueva York entera...así que siempre llega un momento del día en que simplemente me aburro.

La persona que se encargaba de las plantas del apartamento de Alexander ya solo acude para traer mas y mas. Todas las que le voy pidiendo, decenas de variedades. Tengo que admitirlo, aunque mis padres fuesen floristas, nunca me vi obligado a trabajar en la floristería. Simplemente era algo que me gustaba hacer. Arreglar las flores, observarlas, cuidarlas, disfrutar de sus aromas. Al igual que otros tienen un negocio familiar en el que colaboran por obligación y lo detestan, yo siempre amé la floristería de mis padres y aprendí de ellos desde que tuve edad suficiente como para empuñar unas tijeras.

Unos besos en mi hombro me llaman a salir de mis pensamientos, sonriendo al instante ante las caricias del hombre que duerme cada noche tras de mi, rodeándome con sus brazos, protegiendo mi espalda con su pecho. -¿Cómo no pensar en buenos días cuando despierto así? - Me giro hacia su cuerpo, observando sus ojos azules todavía algo brillantes por el sueño reciente. Su sonrisa es radiante y no puedo evitar estirarme a besarlo. Desde que nos mudamos juntos nunca me ha tratado como a un esclavo, ni siquiera en los temas que nos conciernen a ambos y a una buena cama. Siempre ha sido cariñoso, amable y atento a mis necesidades y preferencias. Por supuesto ha habido sexo, cantidades y cantidades de sexo. Pero también charlas hasta altas horas de la madrugada. Tardes enteras tirados en el sofá viendo una película que siempre queda olvidada, dejada a un lado por una sesión de mimos o tan solo para seguir conociéndolos el uno al otro.

Se que Alec se crió en una familia humilde. Su padre era mecánico en un pequeño taller a las afueras de la ciudad. Su madre era profesora en una escuela de preescolar para niños con necesidades especiales. Ninguno de los dos sigue con vida, de hecho ambos murieron en un accidente cuando él apenas cumplía los catorce años. Tuvo la suerte, por aquel entonces, de contar con la amistad de Jace Herondale, su actual socio. 

Alec me contó que se conocieron en la escuela secundaria. Jace tenía capital y opciones como para poder aspirar a cualquier escuela del país, pero como adolescente rebelde que había sido, llevó de cabeza a sus abuelos acudiendo a una escuela pública de rendimiento mediocre y altamente conflictiva. Alec no tenía mas opción que acudir a ese centro, era lo mejor entre lo que podía escoger. Curiosamente, la atracción a veces es un camino difícil de entender. A Jace le atrajo Isabelle, que descubrí que era la hermana de Alexander, a Alexander le gustó Jace...y aunque nunca llegó a pasar mas que 'algunas miradas en los aseos' palabras textuales de Alec, su relación los unió lo suficiente como para que, tras la muerte de sus padres, la familia Herondale considerara adoptar a ambos hermanos como a unos hijos mas.

Ocho años mas tarde y graduados con honores, los dos herederos mayores de la familia Herondale comenzaron con su pequeño negocio. Fue necesaria una gran inversión inicial del nada convencido señor Herondale, pero viendo el ojo innato de Alec para elegir buenos esclavos, dio el visto bueno y en cuestión de cinco años la empresa había subido como la espuma, siendo la mas prestigiosa empresa de compraventa de esclavos, así como la mas cotizada.

Los inicios humildes de Alec se dejaban ver en él. Su casa es grande y estaba bien localizada, pero no es ostentosa ni tiene nada que la haga destacar mas allá que el resto de viviendas normales. No tiene objetos de alto valor ni muebles de diseño. Tiene ciertos toques que sin duda la podrían convertir en un buen hogar. Y allá donde mires, ves la esencia de Alec. Como él mismo se había encargado de seleccionar cada detalle para que su casa fuese simplemente suya, un lugar donde sentirse cómodo y a gusto.

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Me aguanto la risa observándolo, perdido como esta en sus pensamientos. Tiende a hacerlo, dar rienda suelta a su imaginación y perderse en su propia cabeza. Viendo que no hay nada que hacer, me levanto de la cama, todavía desnudo tras haber estado amándonos la noche anterior, caminando hasta la puerta que da al cuarto de baño y metiéndome en la ducha como un autómata, saliendo diez minutos mas tarde listo para un día mas de trabajo. Todavía no le he contado a Jace sobre Magnus. Sólo estoy escaqueándome de la compra de nuevos esclavos por un tiempo, pero quizá este siendo ya demasiado tiempo. Se que voy a tener que contárselo tarde o temprano, pero de momento, aun sintiéndome culpable, quiero ser un poco egoísta y mantener a Magnus en secreto, solo para mi.

Salgo de nuevo a la habitación, ya con los pantalones de mi traje bien acomodados sobre mis caderas, abriendo mi armario para sacar una simple camisa blanca que me otorga un aspecto fresco, joven cuando la dejo abierta sobre mi cuello. No pienso en ponerme corbata hoy, ni siquiera chaqueta, así que solo cojo el chaleco a juego con el pantalón y lo abrocho sobre la camisa, acercándome a la cama donde mi moreno se ha vuelto a tumbar, acurrucado entre las sábanas como un gatito. -Tengo que irme ya, cielo...Clovis me pidió el día libre hoy, pero dijo que había dejado algo de comida preparada, solo tienes que calentarla, ¿ok? - Sonrío ante su asentimiento y me inclino a besar sus labios con suavidad, disfrutando del contacto como si fuese la primera vez de nuevo.

Un simple beso termina siendo un retraso de diez minutos en mi horario y una gran sonrisa en mi rostro cuando entro en la oficina. Este Magnus...es imposible besarlo una sola vez.

-Alec... hay una pareja en la oficina, llevan un rato hablando con Jace...una reclamación. Creo que Jace esta algo nervioso. - Asiento a nuestra secretaria, suspirando internamente. Odio los papeleos de las reclamaciones, o incluso peor, las reclamaciones absurdas, como cuando quieren que les devolvamos a un esclavo pero ya se han gastado el dinero y pretenden una devolución por la cara o cuando reclaman un esclavo que ni tan siquiera conocen, pretendiendo ahorrarse los costes de la compra. - Gracias Helen. Enseguida me encargo.

Entro en la oficina preparado mentalmente para la batalla. Jace se deja llevar por sus nervios y su enfado con demasiada facilidad y mas de una vez ha sido grosero con algunos clientes, así que prefiero ser yo quien atienda las reclamaciones contra la empresa. Puedo ver en su mirada que esta vez es algo gordo. Empieza a informarme nada mas verme aparecer en la habitación. Alec... esta pareja ha venido para reclamar a un esclavo que todavía tenemos en entrenamiento...pero hace semanas que nadie lo ha visto y no encuentro su contrato de venta. - ¿Hemos...perdido a un esclavo? No puede ser.

Paso al lado de la pareja, saludando a ambos con educación y posicionándome frente a ellos al otro lado del escritorio, mi vista centrada en los expedientes que Jace tiene entre manos. Clase A. Vaya, encima uno de los caros. -¿De que esclavo estamos hablando?

El hombre frente a mi no duda en responder antes que mi socio, su voz firme y segura, aunque las manos de su mujer se retuercen alrededor de un pañuelo, claramente nerviosa. - Magnus Bane. Venimos a reclamar a Magnus Bane.

The heart never liesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora