Prólogo

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Era un día nuboso, dotado de una espesa niebla que se perdía en la frondosidad de un bosque. El tono grisáceo del cielo acababa con toda esencia de vivacidad y color característica de la ciudad. Hacía frío y una brisa gélida sacudía los cuerpos de los habitantes de la ciudad a su merced. Todo indicaba que se trataba de un temporal propio por esas fechas. Sin embargo, algunos fenómenos sobrenaturales lo desmentían.

Se produjeron misteriosos avistamientos de sombras que se desplazaban por las callejones más solitarios. Estos hechos vinieron acompañados de un inexplicable suceso meteorológico; de entre las nubes apareció una figura roja que, a simple vista, parecían dos serpientes enredadas y enfrentadas entre sí a lo largo de una vara con dos alas en la parte superior. La marca, la cual no duró más de cinco minutos, fue sustituída por un luminoso y estruendoso rayo azul que cayó sobre la montaña más alejada.

A través del cristal de la ventana se alzaba un inmenso jardín, en cuyo centro había una fuente en forma pentagonal. En el horizonte destacaba una mansión oculta tras los árboles. Las luces que escapaban a través de los cristales confirmaban su existencia. Un cuervo se depositó en el alféizar de la ventana y me hizo volver a la realidad. A partir de entonces, lo único que pude ver era mi reflejo en el cristal. Mi cabello color azabache y ondulado hacía juego con mi pálida piel y con el ceñido y elegante vestido rojo que llevaba puesto. Unos ojos marrones me devolvieron la mirada.

-‒Mi tiempo se agota-‒confesé-‒. Hazlos llamar a todos, Greyback.

Un hombre corpulento se levantó la manga de su camisa, dejando a la vista su antebrazo. En él se visualizaba la misma marca que había en el cielo. Con ayuda de un cuchillo se hizo un pequeño corte en la palma derecha de su mano y virtió un par de gotas de sangre sobre el símbolo. Escasos segundos más tarde aparecieron alrededor de una mesa unas veinte sombras, las cuales terminaron por desaparecer, dando lugar a unos hombres.

-‒Queridos seguidores, tomad asiento, hay varios asuntos que tenemos que debatir.

Uno a uno se fueron sentando hasta ocupar todos los huecos libres. Me paseé por detrás de cada uno de ellos, observando sus aspectos. Algunos aparentaban tener miedo, mientras que otros parecían estar orgullosos de estar allí. Finalmente, tomé asiento al final de la mesa, presidiéndola así. Entrelacé ambas manos y las coloqué sobre la superficie de madera.

-‒Como bien sabéis, la situación se complica por momentos. Los cazadores asesinan segundo tras segundo a uno de nosotros. No podemos permitir que esto siga sucediendo. Debemos alzarnos y reducirlos a polvo a todos ellos. Lamentaría eternamente precidir una reunión tan agradable como esta y percatarme de que hay huecos libres-‒fijé mi mirar en la persona de Alexandre Brown.

-‒Mi señora, sus deseos son órdenes-‒aportó Matthew Williams.

-‒Tu familia siempre ha sido muy leal conmigo, espero que así siga siendo.

El aludido asiente.

-‒Hace algún tiempo leí en uno de los libros de mi biblioteca que existen tres reliquias que hace a aquel que las tiene la persona más poderosa de todos los tiempos. ¿Podéis confirmarlo?

-‒Sí, señora-‒afirmó Arnold Jones-‒. Esas reliquias son reales y han pasado de generacón en generación. Las componen tres objetos; el Collar de Auriel, la Espada Hela y la Copa Celestial.

-‒¿Conoces a las familia que las poseen actualmente?

-‒Sé dónde se encuentra una de ellas. Los Vladimir tienen en su poder la Espada Hela.

Reí malévolamente al escuchar esas palabras.

-‒¡Fascinante!-exclamé.

En ese instante la puerta de la estancia se abrió y una corriente de aire penetró en el interior al mismo tiempo que lo hacía mi criada, Audrey, de piel morena y cabello oscuro. Sus ojos, de un verde intenso, me revelaron que sus poderes de bruja seguían siendo tan poderosos como de costumbre.

Cazadores Nocturnos 1: El Resurgir #SoupAwards #PecesAzules #BooksAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora