Marion
Estábamos en la terraza de la casa y Sara y yo íbamos a ir a un río a pasar la noche, mientras los otros se quedaban en casa o se iban por ahí.
—Álvaro, ¿te vienes? —le pregunté.
—No, chicas. Me quedo aquí.
Entonces, nos fuimos. El río estaba muy cerca de la casa y cuando llegamos, nos sentamos a la orilla del río. Me había llevado mi bolso, con mi diario para escribir y un libro para leer.
Primero decidí leer, pues no me apetecía pensar demasiado.
—¿Qué lees? —pregunté a Sara.
—¿Pues qué va a ser? Los mil soles espléndidos —repuso—. Para el examen que tenemos después de semana santa —se quejó.
—No te gusta mucho leer, ¿me equivoco?
—No, no te equivocas —sonrió—. Si no me obligan no leo, a no ser que sea un cómic, claro. ¿Y tú que lees?
—Se llama: El sin sentido del amor.
—¡Buah! Suena demasiado cursi.
Reí.
—Lo es. Pero es tan, tan romántico...
—Yo los leía. Pero después te das cuenta de que todas esas historias no suceden nunca, por lo cual son mentira.
—Bueno, a cada uno le gusta leer lo que le gusta —repliqué.
Volvimos cada una a nuestro libro y cerramos el tema. Tras un rato leyendo, lo cerré y lo guardé en el bolso. Iba a escribir un rato...
—No tengo mi diario —susurré para mí.
—¿Qué? ¿Has dicho algo? —preguntó Sara.
—Que me he dejado el diario —respondí.
«Bueno, pues a leer», pensé. Volví a coger el libro, pero no podía dejar de pensar en que tan solo quedaban dos días para entregar el trabajo y yo no tenía nada escrito. Iba a darlo por perdido, o a escribir algo de lo que no estaría muy orgullosa luego, y eso me preocupaba un poco. Mierda, había leído dos páginas y no me había enterado de la lectura por estar pensando en mis cosas.
—¿Qué hora es?
—Casi la una —me contestó Sara mirando su reloj de muñeca—, deberíamos irnos ya.
—Vamos —recogí el bolso del suelo y fuimos hasta la casa rural.
Cuando entré en la habitación, encontré mi diario encima de mi cama. «Que extraño, juraría que no había dejado nada encima de mi cama», pensé. Vimos a Martina, que ya estaba en la cama dormida e hicimos lo mismo.
Al día siguiente, me desperté más temprano y me encontré con Álvaro en la cocina —mientras me preparaba una tostada— que ya se había despertado.
—Hola, nena —me saludó. Era extraño, la única persona que me había llamado "nena" era Sara y que Álvaro me llamase así, me parecía de lo más extraño.
—Hola —le sonreí.
—Cómo... ¿Cómo estás? —Aún estaba medio dormido, y era de lo más adorable.
—Bien, bueno, eso creo...
—¿Y con Martina?
—Me da a mí que de ti... No quiere saber nada y está bastante triste, pero bueno —le saqué una sonrisa tímida.
ESTÁS LEYENDO
Marion
Teen FictionAl mudarse, Marion encuentra una carta que fue enviada por un chico hace cuatro años. Decide decírselo e involucrarse en la historia, pero lo que no se imaginaba ella es que cupido iba a hacer de las suyas.