Capítulo 24. En la casa rural

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Marion

Quedaba un solo día, un día para el viaje de semana santa a la casa rural. Hoy, por fin me habían quitado la escayola y volvía a usar las dos piernas para andar, eso era de lo más feliz. Estaba ansiosa porque era el primer viaje que hacía con amigos y nerviosa, porque no sabía que podría pasar. Aun me quedaba hacer la maleta, veamos... ¿Qué debería llevar? Saqué toda mi ropa del armario. Cielos... Que de cosas tenía que ya me quedaban realmente pequeñas. Suspiré, al final opté por meter más ropa cómoda que otra cosa, aunque también metí ropa elegante, solo por si acaso. Les había dicho, insistido a los demás que no quería fiestas, que me apetecía estar tranquila en la montaña y ellos al final, accedieron. Iríamos a un pueblo de Madrid, cuyo nombre ahora mismo no recuerdo, pero me había metido en la página de la casa rural para cotillear fotos del sitio y debía admitir que era precioso, había un lago cerca y el paisaje de la montaña era espectacular. Dejé de fantasear y me puse a guardar todo en la maleta. Serían simplemente cinco días, pero yo llevé más ropa de lo normal, al contrario de Sara que había optado por llevar muy poca ropa, bueno ella es una chica muy peculiar. Martina, me dijo que iba a llevar un maletón porque ella necesitaba muchas cosas...

«¡Marion, la maleta!», decía mi voz interior.

Solo me faltaban los bañadores. ¡Mierda! No tenía bañadores...

—¡Naomi! —la llamé a gritos.

—¿¡Qué quieres!? —farfulló ella.

—¿Puedo cogerte dos bikinis prestados?

—Ni hablar.

—Por favor... Es que todos mis bikinis parecen de una niña de siete años. Porfa, porfa, porfa... —la pedí angustiada.

—Ay... Vale, cógelos —me dijo al fin.

Mi hermana y yo teníamos la misma talla, y ella tampoco tenía mucho pecho que digamos, así que me servirían. Aquella noche, no pude conciliar el sueño de lo cansada que estaba, y si no recuerdo mal dormí apenas cuatro horas y cuando empezaba a dormirme ya sonó el despertador, pero no le hice caso y entonces, después recibí una llamada y la descolgué.

—¡¿DÓNDE SE SUPONE QUE ESTÁS?!

—¿Sara?

—Marion, dime que ya estás saliendo de casa. ¡Como tardes mucho más vamos a perder el tren!

Mierda, me había quedado dormida.

—Esto... Sí, ya estaba a punto de salir.

—Estamos todos esperándote... No, a mí no me engañas. Sigues en la cama, ¿verdad?

—No, no —mentí mientras me subía los pantalones vaqueros deprisa—. Ya voy.

Me sabía mal mentir, pero si la decía que seguía en la cama y que me había olvidado de que teníamos los billetes del tren sacado, igual se hubiese enfadado, solo un poco. Con las prisas, ni siquiera desayuné, ni me peiné, ni me maquillé. Más bien, parecía haber salido de la tumba. Fui corriendo hasta la estación, empujando la maleta de ruedas y tuve suerte, llegué cuatro minutos antes de que saliese el tren. Pensé que mis amigos, ya habían subido, pero me los encontré al lado del tren esperándome.

«Que detalle», pensé. «No se hubieran ido sin mi»

Llegué y cogí de la mano a Sara para que empezásemos a correr hasta nuestro vagón.

—¿Por qué has tardado tanto? —me preguntó más tranquila.

—Mi madre, se pone muy pesada cuando voy a salir, y se me olvidó decírselo ayer —me inventé en el momento.

MarionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora