Gerard, Bandit y Miles

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Existía un rey llamado Donald quien después de que tuvo un hijo a quien le puso por nombre Gerard, hizo venir a los sabios y a los adivinos de su reino para que le predijesen su destino.

Aquellos, después de varias reuniones y ritos, llegaron a la conclusión de que correría un gran peligro a causa de una espina de lino: por este motivo el Donald prohibió que en su casa entrase lino o cáñamo o cosas parecidas para evitar este mal presagio.

Él no quería que nada malo le pasara a su bello hijo, era la luz de sus ojos.

Pero cuando Gerard era todo un joven y estaba mirando por la ventana, vio pasar a una vieja que hilaba, y como no había visto jamás una rueca ni un huso, y todo aquel rodar le divertía mucho, sintió tal curiosidad que salió fuera y cogiendo la rueca con la mano, empezó a tirar del hilo, pero para desgracia suya, se le clavó un espina de lino en la uña y cayó muerto a tierra.

La vieja, al ver lo que había sucedido, echó a correr escaleras abajo. Y Donald, después de haber visto el desgraciado suceso, y de haber soltado amargas lágrimas, lo depositó en el mismo palacio que estaba en medio del campo, y lo dejó sentado en un sillón de terciopelo, y cerrando la puerta, abandonó para siempre aquel palacio, después de un dolor tan grande, para olvidarse por completo de todos los recuerdos de esta desgracia.

Su amado y pequeño Gerard ya no estaría para hacerle sonreír.

Pero, pasado cierto tiempo, a Frank un rey que iba de caza se le escapó un halcón, que entró volando por la ventana de aquel palacio, y viendo que no volvía al reclamo, Frank hizo que llamasen a la puerta, creyendo que allí viviría alguien.

Pero después de haber golpeado un buen rato, hizo que trajesen una escalera, y él mismo en persona quiso escalar aquella casa, para ver qué había dentro, y después que entró y recorrió todo, se quedó estupefacto al ver que allí no había nadie.

Se sintió algo decepcionado, pensaba que allí habría lago que satisficiera, aunque sea un poco, su inagotable curiosidad.

Siguió buscando y llegó a una estancia donde estaba Gerard, víctima de aquel encantamiento, y Frank, apenas lo vio, creyendo que dormía lo llamó, pero no se despertaba por más que lo tocase y gritase.

Se limitó a contemplar al joven y quedó deslumbrado por su belleza. Aquella palidez y cabello oscuro le quitaron el aliento. Este era esbelto y poseía una nariz tan perfilada y respingada como Frank nunca había visto. En un impulso de absoluto amor, lo llevó en brazos hasta el lecho, y allí se dispuso a entregar todo su amor.

Luego lo volvió a vestir y regresó a su reino, donde no se volvió a acordar en mucho tiempo de aquello que había sucedido o lo que había hecho.

Pero Gerard era un joven especial, de muy pocos que eran privilegiados en el reino con la capacidad de dar a luz. Por ello, después de nueve meses, engendró a un niño y una niña, que parecían dos joyas con piedras preciosas, y como intentaban mamar y no encontraban el pezón, se agarraron al dedo de Gerard y tanto chuparon que sacaron la espina, y así fue como el joven se despertó de su gran sueño, y al ver aquellas dos joyas a su lado, se los puso al pecho, y los crió como a su propia vida.

A todo esto, Gerard no sabía qué le había sucedido y cómo se encontraba solo dentro del palacio y con dos hijos a su lado, sin ver que nadie le trajese de comer. Pero he aquí que Frank, se había vuelto a acordar del joven que había tomado en aquel palacio, y con el pretexto de ir de caza, fue en su busca y lo encontró despierto y con dos hermosas criaturas, por lo que sintió una alegría loca.

Le contó a Gerard lo que había sucedido y estrecharon sus lazos de amistad. Frank le prometió llevárselo, pero después de estar unos días con el bello joven y sus hijos, se marchó a su reino. No sin antes nombrar a los pequeños: Bandit y Miles.

Los cuentos del FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora