Era lunes por la mañana.
De nuevo.
En el ático resonaba la melancólica guitarra de Teen Suicide.
Alana trataba de perderse en la canción con todas sus fuerzas, sólo para no tener que pensar en lo que tendría que enfrentar durante el día.
Pero aquello resultaba más difícil que nunca en un lunes por la mañana.
Abrió la cortina.
Abrió la ventana.
Suspiró al ver que estaba nublado.
Alana amaba la neblina, y la lluvia también, pero cuando el día estaba simplemente nublado y frío, no había ninguna gracia.
Un lunes por la mañana con todas sus sílabas.
Abrió la pequeña puerta de su habitación (tenía que agacharse) y bajó las estrechas escaleras de madera vieja, que resonaba bajo sus pies descalzos, directo al baño que compartía con su hermana, Amanda, para ducharse.
Alana vivía con su madre y su hermana menor. La casa era pequeña y tenía varias ampliaciones extrañas, una de aquellas la pieza de la chica. Una vivienda de madera pintada de celeste chillón, llena de árboles y un patio salvaje, una cocina donde no cabían más de tres personas, un simple comedor que daba vista al patio y dos habitaciones y media.
Alana no sabía si la suya se podía considerar una habitación.
La de su madre y la de su hermana se hallaban en el segundo piso, dos cuartos normales con una ventana, una cama y cuatro paredes.
La de Alana era más bien una... madriguera.
Se encontraba en el tercer piso, el cual fue la primera ampliación que sufrió la casa, cuando ella tenía diez. Francamente, la "habitación" había cambiado bastante desde aquellos tiempos.
Techo de dos aguas, una gran ventana blanca de forma triangular que al abrirse daba paso a un balcón (ampliación número dos) lleno de plantas que necesitaban un pequeño corte. Una gran cama que se encontraba deshecha la mayoría del tiempo, que tenía una infinita variación de frazadas de distintos colores. Un atril, pinturas desparramadas, una guitarra eléctrica de color rosado que había obtenido para su décimo segundo cumpleaños, que nunca había abandonado el cuarto.
Las paredes (también de madera) estaban llenas de bosquejos pegados. La mayoría eran rostros, rostros dibujados en papeles de distintos colores. (El techo también había sido atacado por el toque de creatividad inevitable de Alana.)
Al lado de la pequeña puerta había un pequeño librero que parecía estar a punto de estallar. Libros de distintos tamaños y colores formaban parte de él.
Esa era la vista general del cuarto de Alana.
Pero en el cuarto de Alana habían más cosas interesantes, como los papeles que colgaban del techo, donde ella escribía pequeñas frases que no podía olvidar, porque eran demasiado buenas para no ser valoradas. También era interesante su tocadiscos de segunda mano, y su inmaculada colección de vinilos. Pero Alana simplemente ponía los ojos en blanco cada vez que lo miraba. ¿Por qué todo lo bueno tenía que ser arruinado por la moda?
Ugh.
Cuando salió de la ducha, decidió que se vestiría de negro. Para honrar el lunes por la mañana. De cierta manera.
Agarró cualquier polera negra (tenía bastantes) y unos pantalones pescadores negros que ya estaban en las últimas, unos calcetines amarillos, (si, ya, no eran negros, pero es que realmente le gustaba el amarillo) y sus queridos y adorados zapatos Dr Martens bajos.
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El Club de las Zapatillas Negras
Genç KurguCuatro adolescentes miserables con distintos pasados pero con el mismo destino: el estrellato. Alana, Eloi, Mercedes y Leo viven en la misma ciudad, pero hace falta que todos postulen al mismo campamento de verano para conocerse... y cambiar el rumb...