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     -A él, sí, si no estoy equivocado. 

     -Carlota me dijo algo de eso; pero no le puse atención, como no me interesaba; además, yo tengo muy mala memoria.

     - Yo creo que el señor Olmedo fue víctima de un engaño. ¿No es cierto, señorita?

     -Mi padre fue miserablemente robado.

     -¿Conque, sin esa desgracia, usted gozaría de mejor puesto social? -me preguntó la matrona.

     -Y no tendría el honor de servir a usted, señora -le dije disgustada por su humillante desprecio.

El cura intervino:

     -¿Y no hay medio de recuperar algo de lo que su padre perdió?

     -Ninguno.

     -Yo me prestaría gustoso a ayudarla.

     -Gracias, señor; pero no pienso que la torcida justicia de los hombres esté nunca de mi parte.

     -Quizá tenga usted razón -suspiró el clérigo-. A la justicia de Dios es a la que debe apelar.

     -Esa nunca engaña -apoyó la santurrona.

     -Sírvase decirme: ¿En qué colegio estudió usted? -me interrogó Sandino.

     -En el Instituto Nacional.

     -Malo, muy malo, malísimo.

     -¿Por qué? -preguntó doña Micaela.

     -Porque allí la enseñanza es laica.

     -¿Cómo laica?

     -Que no enseñan religión.

     -¿No enseñan religión? ¿Y permiten eso?

     -Si de mi dependiera, otra cosa sería; pero el Gobierno es el que manda.

     -¿Mandar a los representantes de Jesucristo en la tierra? ¡Qué tiempos, Dios mío, qué tiempos! El juicio final se acerca ya.

     -Así parece -contestó el cura.

     -¿Conque es decir que usted no sabe religión? -me interrogó doña Micaela.

Me sonreí:

     -En el Instituto Nacional no obligan a nadie a seguir tal o cual religión, pero sí enseñan Historia Universal, y allí es el origen de todas las religiones: la religión católica tiene mucha semejanza con la que predicó Buda. El padre Benigno debe saber mejor que yo esto.

     -Es verdad -apoyó el cura, sin atreverse a contradecirme- La señorita Olmedo puede enseñar a Adela la religión que usted quiera que aprenda.

     -La católica, está claro: yo no entiendo que haya otra; esa es la verdadera. Las demás son farsa, mentira... ¿No es cierto, señor cura?

     -Es cierto; nuestra religión es la única verdadera. ¿Qué dice usted de esto, señorita?

     -Que no acostumbro discutir lo que no entiendo, y menos con las personastan ilustradas como usted.

El cura se mordió los labios.

     -Lo que es Adela necesita aprender bien el catolicismo -me dijo doña Micaela.

     -Con el buen ejemplo de usted y la ayuda del padre Sandino, creo que lo aprenderá mejor con mis lecciones. Por lo demás, ya sabe usted, señora, que lo que me mande lo compliré al pie de la letra.

     -Eso es lo que yo quiero.

     -Si no molesto con una súplica, le pido permiso para retirarme, pues, me duele mucho la cabeza.

Doña Micaela interrogó con los ojos al cura:

     -Si usted lo permite -le dijo.

     -Si está enferma puede retirarse; yo también voy a hacerlo.

Levantose, se despidió de la señora de Moreno, estrechó mi mano y esperó que yo saliera para irse detrás de mí. Ya en el corredor, me dijo en voz baja:

     -Siento mucho que esté enferma. ¿Quiere que le mande una obleas que son muy buena para el dolor de cabeza?

     -Grecias; con solo dormir bien, estaré buena.

Él continuó:

     -Me han disgustado mucho las impertinencias de doña Micaela para con usted; no le haga caso, que ella no valora lo que dice; pero en mí tendrá usted un aliado y un amigo.

Me separé bruscamente de él contestándole:

     -Gracias. Buenas noches.

     -Buenas noches -contestome, sin atreverse a seguirme.

Blanca OlmedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora