Hoy hace quince días que empecé a dar clases a Adela. La sala destinada a este objeto es amplia y con bastante luz; da al jardín, y las paredes están adornadas con diferentes cuadros destinados a la enseñanza; hay mapas, estuches, y libros en profusión. Nada omite doña Micaela para la educación de su sobrina; hay que hacerla esta justicia.
Si no fueran los temores que me inspira el padre Sandino y el vanidoso carácter de la señora de Moreno, casi me sentiría feliz en esta casa, pues la señorita Murillo es muy dócil y buena conmigo. Noto en esta niña una tristeza, una palidez, que me alarma: tal vez no solo sea sufrimiento físico lo que tiene; parece vivir temerosa y como quien se siente muiy sola. He procurado averiguar sus tristezas y prestarle mi ayuda... ¡Pobre ayuda la mía!... Pero, en fin, mucho puede el cariño, y yo le serviré de hermana.
Ya disponía anoche acostarme, porque nada tenía que hacer, cuando Adela llegó a mi habitación.
-¿No se ha acostado, señorita?
-No -le contesté-. ¿Quieres hacerme compañía?
-Mejor dicho, quiero que usted me la haga a mí.
-¿No hay gente en la sala o no está tu tía en casa?
-Hay gente: está el cura, el doctor Gámez, doña Ignacia y mi tía.
-¿Entonces?...
-Entre ellos, me siento sola, y no tanto ahora como más tarde.
-¿Más tarde?
-Sí; cuando voy a acostarme; duermo sola y tengo miedo.
-¿Miedo?...
-¡Figúrese!... La vieja Pila me refiere cuentos de aparecidos, almas en pena, diablos y brujas, vampiros y murciélagos que han sido gente mala y que salen por la noche a expiar sus culpas.
-¿Quién es Pila?
-La viejita Hermengilda que cuenta como un siglo de edad; casi no sale de su cuarto; mi tía la conserva como una especie de reliquia que le recuerda tiempos pasados. Sabe muchas cosas y las sirvientas y yo tenemos gusto en oírla referir sus cuentos horripilantes, aunque después nos dé miedo.
-No la conozco. ¿Y crees tú lo que dice esa anciana?
-Aunque mi tía dice que es cierto, yo lo dudo; pero me da miedo.
-¿Y no has dicho a tu tía que busque quien te acompañe porque no duermes bien?
-Se lo dije, pero me contestó que una niña de mi clase debe dormir sola, porque de lo contrario, nunca dejaré de tener miedo. Ya ve usted...
-¡Que modo de pensar tan extraño!
-Por eso he venido aquí; para que me acompañe -dijo con timidez.
-¿Te acompañe? ¿Cómo?
-Yéndose a dormir a mi cuarto; no lo separa del suyo más que la salita destinada a usted.
-Pero tu alcoba queda contigua a la sala.
-No, señorita; las habitaciones de Gustavo son las que quedan cerca de la sala.
-Es verdad. Como es tan grande esta casa y yo casi no salgo de mi alcoba, puede decirse que no la conozco.
-Es demasiado grande; hay multitud de habitaciones bien arregladas y que nadie habita.
-Así es el mundo; a lo que unos les sobra, a otros les falta.
-La mitad de esta casa dicen que es mía; pero no la quiero.
-¿Por qué no la quieres?
-Porque es muy grande. Yo quiero una casa pequeña, alegre y bonita, para vivir con usted todo el tiempo que quiera acompañarme.
-Eres muy buena, Adela -exclamé abrazándola, cariñosa y agradecida.
-También usted es muy buena conmigo; en nada se parece a mis otras dos institutrices; aquellas me daban clases y se iban a visitar a sus amigas; era para ellas casi una extraña.
-¿Por qué dejaron de enseñarte?
-La primera porque era de mal carácter y no quiso aguantar las impertinencias de mi tía; la segunda porque ya iba a casarse con el que ahora es su marido, un litógrafo muy honrado. Pero usted si va a estar mucho tiempo conmigo, ¿No?
-Esa es mi intención.
-¿Y va a dormir en mi alcoba, acompañándome?
-Sí; pero con la condición de que mañana pongas esto en conocimiento de tu tía para ver si lo aprueba.
-Muy bien. Voy a hablarle a Mercedes para que nos ayude a pasar la cama de usted a mi cuarto.
Salió la niña, y poco después vino acompañada de su doncella.
-Gracias a Dios que la niña va a dormir tranquila -dojp Mercedes, mientras Adela sacaba llave a la puerta que conduce de mi salita a su alcoba.
-Quién sabe si se va a disgustar por esto doña Micaela -la dije.
-Sólo que no quiera apreciar la buena intención suya -me contestó, ayudándome a pasar mi cama al cuarto de Adela -.Usted es un ángel, señorita Blanca. Si voera cómo la queremos todos los de la casa. Es usted siempre afable, cariñosa cono nosotras, mientras que la señora...
-¿La señora?
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Blanca Olmedo
RomanceUn amor secreto, una sociedad menospreciante, una vida de tristeza... Escrito por una hondureña llamada Lucila Gamero Moncada de Medina.