22 de Enero de 1900

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Hoy hace quince días que empecé a dar clases a Adela. La sala destinada a este objeto es amplia y con bastante luz; da al jardín, y las paredes están adornadas con diferentes cuadros destinados a la enseñanza; hay mapas, estuches, y libros en profusión. Nada omite doña Micaela para la educación de su sobrina; hay que hacerla esta justicia.

Si no fueran los temores que me inspira el padre Sandino y el vanidoso carácter de la señora de Moreno, casi me sentiría feliz en esta casa, pues la señorita Murillo es muy dócil y buena conmigo. Noto en esta niña una tristeza, una palidez, que me alarma: tal vez no solo sea sufrimiento físico lo que tiene; parece vivir temerosa y como quien se siente muiy sola. He procurado averiguar sus tristezas y prestarle mi ayuda... ¡Pobre ayuda la mía!... Pero, en fin, mucho puede el cariño, y yo le serviré de hermana.

Ya disponía anoche acostarme, porque nada tenía que hacer, cuando Adela llegó a mi habitación.

     -¿No se ha acostado, señorita?

     -No -le contesté-. ¿Quieres hacerme compañía?

     -Mejor dicho, quiero que usted me la haga a mí.

     -¿No hay gente en la sala o no está tu tía en casa?

     -Hay gente: está el cura, el doctor Gámez, doña Ignacia y mi tía.

     -¿Entonces?...

     -Entre ellos, me siento sola, y no tanto ahora como más tarde.

     -¿Más tarde?

     -Sí; cuando voy a acostarme; duermo sola y tengo miedo.

     -¿Miedo?...

     -¡Figúrese!... La vieja Pila me refiere cuentos de aparecidos, almas en pena, diablos y brujas, vampiros y murciélagos que han sido gente mala y que salen por la noche a expiar sus culpas.

     -¿Quién es Pila?

     -La viejita Hermengilda que cuenta como un siglo de edad; casi no sale de su cuarto; mi tía la conserva como una especie de reliquia que le recuerda tiempos pasados. Sabe muchas cosas y las sirvientas y yo tenemos gusto en oírla referir sus cuentos horripilantes, aunque después nos dé miedo.

     -No la conozco. ¿Y crees tú lo que dice esa anciana?

     -Aunque mi tía dice que es cierto, yo lo dudo; pero me da miedo.

     -¿Y no has dicho a tu tía que busque quien te acompañe porque no duermes bien?

     -Se lo dije, pero me contestó que una niña de mi clase debe dormir sola, porque de lo contrario, nunca dejaré de tener miedo. Ya ve usted...

     -¡Que modo de pensar tan extraño!

     -Por eso he venido aquí; para que me acompañe -dijo con timidez.

     -¿Te acompañe? ¿Cómo?

     -Yéndose a dormir a mi cuarto; no lo separa del suyo más que la salita destinada a usted.

     -Pero tu alcoba queda contigua a la sala.

     -No, señorita; las habitaciones de Gustavo son las que quedan cerca de la sala.

     -Es verdad. Como es tan grande esta casa y yo casi no salgo de mi alcoba, puede decirse que no la conozco.

     -Es demasiado grande;  hay multitud de habitaciones bien arregladas y que nadie habita.

     -Así es el mundo; a lo que unos les sobra, a otros les falta.

     -La mitad de esta casa dicen que es mía; pero no la quiero.

     -¿Por qué no la quieres?

     -Porque es muy grande. Yo quiero una casa pequeña, alegre y bonita, para vivir con usted todo el tiempo que quiera acompañarme.

     -Eres muy buena, Adela -exclamé abrazándola, cariñosa y agradecida.

     -También usted es muy buena conmigo; en nada se parece a mis otras dos institutrices; aquellas me daban clases y se iban a visitar a sus amigas; era para ellas casi una extraña.

     -¿Por qué dejaron de enseñarte?

     -La primera porque era de mal carácter y no quiso aguantar las impertinencias de mi tía; la segunda porque ya iba a casarse con el que ahora es su marido, un litógrafo muy honrado. Pero usted si va a estar mucho tiempo conmigo, ¿No?

     -Esa es mi intención.

     -¿Y va a dormir en mi alcoba, acompañándome?

     -Sí; pero con la condición de que mañana pongas esto en conocimiento de tu tía para ver si lo aprueba.

     -Muy bien. Voy a hablarle a Mercedes para que nos ayude a pasar la cama de usted a mi cuarto.

Salió la niña, y poco después vino acompañada de su doncella.

     -Gracias a Dios que la niña va a dormir tranquila -dojp Mercedes, mientras Adela sacaba llave a la puerta que conduce de mi salita a su alcoba.

     -Quién sabe si se va a disgustar por esto doña Micaela -la dije.

     -Sólo que no quiera apreciar la buena intención suya -me contestó, ayudándome a pasar mi cama al cuarto de Adela -.Usted es un ángel, señorita Blanca. Si voera cómo la queremos todos los de la casa. Es usted siempre afable, cariñosa cono nosotras, mientras que la señora...

     -¿La señora?


Blanca OlmedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora