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     -Es muy dura y nos trata muy mal; si la servimos es por la señorita Adela y por don Gustavo y... porque nos paga bien. Pero a usted, a usted yo le serviría sólo por el gusto de servirla y lo mismo dice Juan. el ayuda de cámara del doctor.

Yo miré enternecida a la muchacha:

     -Eres muy buena, Mercedes -le dije con afecto, golpeándole las espaldas.

¡Es tam grato hallar seres que nos amen desinteresadamente!

     -Si doña Micaela viera esto, se moriría de cólera -dijo la doncella, aludiendo mi confianza.

     -¡Cómo puedes creer eso!

     -Y sería capaz de despedirla para que no diera mal ejemplo a su discípula -concluyó Mercedes.

     -No la juzgues así.

     -La conozco muy bien y la aguanto porque quiero mucho a la niña; si no, ya me hubiera ido.

     -¿Pero no te irás? -le preguntó Adela.

     -No; y menos estando aquí la señorita Olmedo.

     -Gracias, Mercedes.

La doncella se retiró; y Adela, volviéndose a mí:

     -Lo que dice Mercedes es cierto; por eso dije a usted que podríamos contar con ella. Mi tía tiene la culpa de que no la quieran: ¿Por qué no trata bien a sus sirvientes, cosa que nada le cuesta?

     -Porque eso no entra en su programa de vida, mi querida niña.

     -Con Gustavo se disgusta porque trata con afecto a Juan.

     -¿No participa de las ideas de tu madre?

     -De ninguna manera.

     -Mejor para él.

     -Cuando regrese de su paseo, tendrá usted ocasión de verle y juzgarle, pues casi todas las noches se reúne con sus amigos, en la sala, y allí estará usted.

     -¿Yo?...

     -Eso prometió mi tía al padre Sandino.

     -¿Cuándo?

     -Ayer; delante de mí.

     -Me extraña que doña Micaela haya accedido sin hacer ninguna resistencia.

     -El cura le sabe el lado flaco.

     -¡Pobre señora!

     -Y dijo a mi tía: "La posición de esta niña es buena; parece humilde, y conviene que la traten bien; además, es la profesora de la sobrina de usted y debe ocupar el puesto que, como tal, le corresponde".

     -"¿De modo?"... -preguntó mi tía asombrada.

     -"Que debe frecuentar la sociedad que usted frecuenta, con arreglo a las conveniencias sociales y a las prácticas de la Santa Madre Iglesia, cosa que usted no debe echar de menos".

     -"No, señor. Si hago cosas que no debo, es por la ignorancia; pero allí está usted para que me haga el favor de señalarme el  mejor camino que debo seguir".

     -"Y siempre lo haré; por gusto y por deber".

     -"Es lo justo, señora".

     -"Muy pronto la señorita Olmedo gozará de las consideraciones a que es acreedora. Y bien lo merece, porque es culta y honrada" -agregó mi tía contrariada con su fuero interno.

     -Para disculpar la derrota de su inveterado orgullo, causada por la lógica de la sotana -exclamé indignada.

     -Puede ser.

     -¿Así que tu tía se deja gobernar por el cura?

     -Creo que sí.

     -Pues vamos mal.

     -¿Por qué?

     -¿No has leído el libro "El Sacerdote, La Mujer y La Familia", por Michelet?

     -No.

     -Ese libro explica la perniciosa influencia que los clérigos ejercen en las familias que se dejan gobernar por ellos. Cuando seas mujer y puedas apreciar bien las cosas, lee ese libro.

     -Así lo haré. Gustavo lo tiene; y por cierto que se rió una vez que mi tía quiso quemárselo. "¡Quémalo!" -la dijo, con su dulzura risueña, más expresiva que todas las cóleras juntas-. "En las librerías no se agota nunca ese libro. Y, mira, querida madre: cree tú todo lo que quieras creer y déjame a mí en mis estudios serios. Este volumen sirve de mucho y no te ofende".

     -Y tu tía, ¿Qué hizo? -pregunté a Adela.

     -Se lo dejó, comprendiendo que, si se lo quemaba, compraría otro.

     -No es tan dócil tu primo como decías.

     -No en todo, por supuesto.

     -Eso me gusta: un hombre sin voluntad propia no es hombre.

     -El es muy buen hijo y procura disgustar a su madre lo menos posible.

     -En lo cual hace muy bien. Pero ya es tarde, mi querida niña, debemos acostarnos.

     -A la hora que usted quiera.

     -Pues, ahora.

     -Cómo se va a reir Mercedes, mañana, cuando mi tía la mande a despertarme, añadiendo: "Esa niña es más valiente que tú; duerme sola. Vosotras hojas del pueblo, sois cobardísimas".

     -¿Así se expresa doña Micaela?

     -Son sus frases textuales.

     -¡Pobre señora! -repetí con sincera lástima.

Y en verdad merece lástima quien es fanática, ignorante, presumida y grosera.

Blanca OlmedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora