2 de Febrero de 1900

736 15 1
                                    

Hoy me levanté muy temprano, sin hacer ruido, para no depsertar a Adela, quien estaba profundamente dormida.

Así que me hube lavado y arreglado, cogí un libro y me puse a leer cerca de la ventana de mi alcoba, interrumpiéndome, a ratos, para gozar de la alegre perspectiva del jardín en tan agradable mañana: los árboles estaban medio cubiertos por la neblina y en las enredaderas se veían pequeñas gotas de agua que, al salir el sol, semejaban efímeros prismas de variados colores.

Desde niña he sido aficionada a contemplar la Naturaleza y a fijarme en ciertas cosas que para la mayor parte de la gente son menudencias y pasan inadvertidas, pero que a mí me hacen admirar más a Dios. Y, sin embargo, un día, una profesora católica me llamó "hereje", porque la dije que la Naturaleza estaba en íntima relación con Dios y que no podía existir el uno sin la otra.

     -"Es decir que Dios no puede deshacer el Universo?" -me preguntó con acritud.

     -"Se destruiría a Sí mismo" -la contesté con profunda convicción.

Entonces soltó con cólera, a son de insulto, la gran frase:

     -"Hereje...!"

Me reí, sin hacerle caso, de la ignorancia de toda una profesora y no objeté nada. Afortunadamente para mí, la mayor parte del personal del colegio eran personas instruidas y sensatas y la cosa no pasó a más. Si hubiera sido en tiempo del Santo Oficio, me queman viva con la más tranquila y piadosa devoción cristiana. Con qué extasis místico se hubieran recreado oyendo mis gritos de dolor y de protesta, viendo mi cuerpo, mi juventud  y mi vida, convertirse en ceniza, todo, en obsequio de su Dios...! ¡Oh religión asesina y mutiladora! ¡Oh su apóstol Torquemada!...

Como si al evocar la religión que ella profesa, evocara a doña Micaela misma, apareció cerca de mi la señora de la casa, que iba a oír misa, a gustar del pan eucarístico, ella, que tan bien lo tiene ganado. Así que la vi, me puse de pie para saludarla de la manera más respetuosa.

     -¿Tan de mañana se ha levantado usted? -me preguntó.

     -Sí, señora.

     -¿Y Adela?

     -Está acostada todavía.

     -Desde que duerme con usted noto que su salud mejora.

     -Así parece.

     -¿Y a qué se ha levantado usted tan temprano?

     -Quise estudiar mientras se levanta Adela.

     -Usted no necesita aprender más, siendo ya una profesora graduada.

     -La ciencia no tiene límites, señora, y yo no he profundizado las materias. Ahora repasaba, únicamente por vía de distracción, los puntos de Historia Natural que trataré hoy con Adela.

     -¿Historia Natural? -preguntome sorprendida.

     -Sí, señora. Estudiaremos Botánica, que es la que trata de los vegetales. Veremos la familia de las leguminosas, que es muy extensa y que mucho sirve al hombre. Usted misma, en la hortaliza, tiene varias plantas de esta familia.

     -¿Conque tienen familia las plantas? ¡Vaya con lo que se aprende en esos colegios! En mi tiempo sólo nos enseñaban a rezar y por eso las gentes de antes somo más piadosas.

Trabajo me costó reprimir una sonrisa, mientras mentalmente me preguntaba: "¿Que clase de piedad sentirá una mujer tan ignorante?"

Ella repuso:

     -Bueno; que estudie todo eso Adela, pero mezclado con religión para que, con la ayuda de Dios, aprenda más fácilmente. ¿Le parece?

     -Sí, señora. Usted es la que manda aquí y se cumplirán siempre sus órdenes.

     -Así lo espero. Usted, con su buena conducta y carácter humilde, se ha captado mis simpatías y quiero tratarla casi como si fuera de mi familia.

     -Gracias, señora; pero, francamente, no merezco tanto.

     -Ese conocimiento que de sí misma tiene es lo que más me agrada de usted -dijo con el acento más natural del mundo.

Y yo, con el mismo tono:

     -Nunca me esforzaré en igualarme a personas que están separadas de mí mundo.

     -Pero eso no impide observar ciertas conveniencias sociales. Así espero, que usted tomará parte, siempre, en nuestras reuniones, y toda la casa está a su disposición.

     -Es usted muy generosa, señora.

     -¿La espero esta noche en la sala?

     -Iré siempre que pueda; pero sin olvidar que tal distinción no la merezco y que es mera deferencia de usted para conmigo.

Me miró satisfecha y se retiró, alegre, porque iba a dar cuenta al cura de que los deseos de él iban cumpliéndose.

Diez minutos después, tomábamos café, Adela y yo; y como todavía era muy temprano:

     -¿Quiere que vayamos al jardín? -me preguntó la niña.

     -Vamos; pero a las ocho en punto debemos estar aquí para empezar las clases.

     -Estaremos media hora en el jardín, porque ya son las siete y treinta, según el reloj del comedor -exclamó algremente mi discípula.

     -Iremos a la huerta; acuérdate que hoy trataremos de las leguminosas.

     -Corriente: la Botánica me gusta mucho y más desde que, hace días, estoy tan contenta.

     -¿Por qué estás contenta? -la pregunté, riéndome y acariciándole su lustroso cabello rubio.

     -Porque hace muchas noches que duermo muy bien -me contestó, abrazándome tiernamente.

Después, desprendiéndose de mis brazos, se fue corriendo; cortó unas flores y adornó con ellas mi pecho.

     -¡Así está usted más linda! -exclamó con entusiasmo.

     -Eres muy loquita -observé con cariño.

     -¿Y mi mayor locura es quererla mucho a usted? -me interrogó, viéndome con sus azules ojos.

     -Tal vez -la respondí, como obedeciendo a una revelación misteriosa y entristeciéndome súbitamente.

     -¿Qué le pasa que se ha puesto pálida? -me preguntó con interés.

     -Nada, mi querida niña. Ya sabes que soy impresionable y nerviosa. Basta un recuerdo para entristecerme.

     -¿De qué se acordó?






Blanca OlmedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora