Hoy me levanté muy temprano, sin hacer ruido, para no depsertar a Adela, quien estaba profundamente dormida.
Así que me hube lavado y arreglado, cogí un libro y me puse a leer cerca de la ventana de mi alcoba, interrumpiéndome, a ratos, para gozar de la alegre perspectiva del jardín en tan agradable mañana: los árboles estaban medio cubiertos por la neblina y en las enredaderas se veían pequeñas gotas de agua que, al salir el sol, semejaban efímeros prismas de variados colores.
Desde niña he sido aficionada a contemplar la Naturaleza y a fijarme en ciertas cosas que para la mayor parte de la gente son menudencias y pasan inadvertidas, pero que a mí me hacen admirar más a Dios. Y, sin embargo, un día, una profesora católica me llamó "hereje", porque la dije que la Naturaleza estaba en íntima relación con Dios y que no podía existir el uno sin la otra.
-"Es decir que Dios no puede deshacer el Universo?" -me preguntó con acritud.
-"Se destruiría a Sí mismo" -la contesté con profunda convicción.
Entonces soltó con cólera, a son de insulto, la gran frase:
-"Hereje...!"
Me reí, sin hacerle caso, de la ignorancia de toda una profesora y no objeté nada. Afortunadamente para mí, la mayor parte del personal del colegio eran personas instruidas y sensatas y la cosa no pasó a más. Si hubiera sido en tiempo del Santo Oficio, me queman viva con la más tranquila y piadosa devoción cristiana. Con qué extasis místico se hubieran recreado oyendo mis gritos de dolor y de protesta, viendo mi cuerpo, mi juventud y mi vida, convertirse en ceniza, todo, en obsequio de su Dios...! ¡Oh religión asesina y mutiladora! ¡Oh su apóstol Torquemada!...
Como si al evocar la religión que ella profesa, evocara a doña Micaela misma, apareció cerca de mi la señora de la casa, que iba a oír misa, a gustar del pan eucarístico, ella, que tan bien lo tiene ganado. Así que la vi, me puse de pie para saludarla de la manera más respetuosa.
-¿Tan de mañana se ha levantado usted? -me preguntó.
-Sí, señora.
-¿Y Adela?
-Está acostada todavía.
-Desde que duerme con usted noto que su salud mejora.
-Así parece.
-¿Y a qué se ha levantado usted tan temprano?
-Quise estudiar mientras se levanta Adela.
-Usted no necesita aprender más, siendo ya una profesora graduada.
-La ciencia no tiene límites, señora, y yo no he profundizado las materias. Ahora repasaba, únicamente por vía de distracción, los puntos de Historia Natural que trataré hoy con Adela.
-¿Historia Natural? -preguntome sorprendida.
-Sí, señora. Estudiaremos Botánica, que es la que trata de los vegetales. Veremos la familia de las leguminosas, que es muy extensa y que mucho sirve al hombre. Usted misma, en la hortaliza, tiene varias plantas de esta familia.
-¿Conque tienen familia las plantas? ¡Vaya con lo que se aprende en esos colegios! En mi tiempo sólo nos enseñaban a rezar y por eso las gentes de antes somo más piadosas.
Trabajo me costó reprimir una sonrisa, mientras mentalmente me preguntaba: "¿Que clase de piedad sentirá una mujer tan ignorante?"
Ella repuso:
-Bueno; que estudie todo eso Adela, pero mezclado con religión para que, con la ayuda de Dios, aprenda más fácilmente. ¿Le parece?
-Sí, señora. Usted es la que manda aquí y se cumplirán siempre sus órdenes.
-Así lo espero. Usted, con su buena conducta y carácter humilde, se ha captado mis simpatías y quiero tratarla casi como si fuera de mi familia.
-Gracias, señora; pero, francamente, no merezco tanto.
-Ese conocimiento que de sí misma tiene es lo que más me agrada de usted -dijo con el acento más natural del mundo.
Y yo, con el mismo tono:
-Nunca me esforzaré en igualarme a personas que están separadas de mí mundo.
-Pero eso no impide observar ciertas conveniencias sociales. Así espero, que usted tomará parte, siempre, en nuestras reuniones, y toda la casa está a su disposición.
-Es usted muy generosa, señora.
-¿La espero esta noche en la sala?
-Iré siempre que pueda; pero sin olvidar que tal distinción no la merezco y que es mera deferencia de usted para conmigo.
Me miró satisfecha y se retiró, alegre, porque iba a dar cuenta al cura de que los deseos de él iban cumpliéndose.
Diez minutos después, tomábamos café, Adela y yo; y como todavía era muy temprano:
-¿Quiere que vayamos al jardín? -me preguntó la niña.
-Vamos; pero a las ocho en punto debemos estar aquí para empezar las clases.
-Estaremos media hora en el jardín, porque ya son las siete y treinta, según el reloj del comedor -exclamó algremente mi discípula.
-Iremos a la huerta; acuérdate que hoy trataremos de las leguminosas.
-Corriente: la Botánica me gusta mucho y más desde que, hace días, estoy tan contenta.
-¿Por qué estás contenta? -la pregunté, riéndome y acariciándole su lustroso cabello rubio.
-Porque hace muchas noches que duermo muy bien -me contestó, abrazándome tiernamente.
Después, desprendiéndose de mis brazos, se fue corriendo; cortó unas flores y adornó con ellas mi pecho.
-¡Así está usted más linda! -exclamó con entusiasmo.
-Eres muy loquita -observé con cariño.
-¿Y mi mayor locura es quererla mucho a usted? -me interrogó, viéndome con sus azules ojos.
-Tal vez -la respondí, como obedeciendo a una revelación misteriosa y entristeciéndome súbitamente.
-¿Qué le pasa que se ha puesto pálida? -me preguntó con interés.
-Nada, mi querida niña. Ya sabes que soy impresionable y nerviosa. Basta un recuerdo para entristecerme.
-¿De qué se acordó?
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Blanca Olmedo
RomanceUn amor secreto, una sociedad menospreciante, una vida de tristeza... Escrito por una hondureña llamada Lucila Gamero Moncada de Medina.