One...

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Sin medir las consecuencias de sus actos, decidió que lo mejor era dejarlo por la paz hasta que todo se tranquilizara, tal vez volvería a la mañana siguiente, o a la siguiente de esa, no sabía, quería alejarse de esa atmósfera por un tiempo. Dejó el arma a un lado y comenzó a caminar ignorando los llamados del mayor, ¿que más daba si se iba? Total, él le había dicho que era un asesino, indirectamente.

"¿Cree que yo elegí ser así?", pensaba mientras se alejaba.

El azabache con dolor lo vio irse ignorándolo por completo. Con su mano se cubrió su rostro en signo de cansancio, últimamente él y el rubio peleaban por casi todo, pensaba que ya no estaba funcionando en absoluto. ¿Qué? ¿Su "relación"? ¿Su "amistad"? ¿Qué era lo que los unía a los dos? Ya ni sabía, le dolía la cabeza de tanto pensar.

Miró el arma en el suelo que el chico hace un rato atrás traía consigo, al recogerla sintió un inmenso odio, todo porque esa cosa le causaba a Alois un inmenso dolor. Aun no lo recordaba del todo, y sólo pequeños tramos del accidente perturbaban al chico.

Su celular comenzó a vibrar, contestó la llamada.

— Sebastian ¿Qué sucede? — respondió con cansancio.

¿Sabes qué fue lo que le sucedió a Ciel esta noche? — suponía que le hablaría por el peli azul—. Le he marcado y no responde, avisó que iría con Alois, pero no mencionó a qué lugar.

— Yo tampoco sé a dónde ha ido Alois y por ahora es mejor así— mintió.

La llamada terminó un poco confusa, al parecer su amigo no estaba enterado de nada, como él.

Momentos atrás...

Corrió por todos los pasillos del lugar con tal de no ser descubierto, había tenido que eliminar a todos aquellos que se daban cuenta de su presencia. ¿Por qué volvió por esos rumbos? ¿Qué lo impulsó a volverse de nuevo mercenario? No lo sabía, sólo tenía claro que algo debía descubrir.

Aun su pierna no funcionaba del todo bien como creía, pero era suficiente para escapar. De nuevo escuchaba como varios venían en su búsqueda, sin perder tiempo emprendió su huida.

— ¡Lo vi venir por este pasillo! ¡Síganme! — gritó uno.

— Como los odio— dijo para después salir de su escondite y herirlos uno a uno con sólo una bala.

Ya con todos derribados pudo entrar al lugar que quería llegar. Miró a los ojos a ese que le hizo su vida imposible, aquel que los compró para pelear en peleas clandestinas. Por un lado le agradecía, ya que pudieron aprender de lo duro de la vida, por el otro, lo odiaba, porque les quitó gran parte de su inocencia cuando mas la necesitaban.

—:¡Alois, hijo mío! ¿Qué te trae de nuevo a este lugar?— se levantó el dueño de esa horrorosa arena de peleas.

El rubio soltó un bufido. — ¿Hijo? ¿Me tratas como un hijo ahora que sabes que soy capaz de eliminarte en un segundo? Dime,  ¿no recuerdas cuando me rompías los dedos por no obedecerte o hacerte caso? ¿No recuerdas que nos dejabas morir de hambre sólo por ser unas ratas? Me das risa y pena— lo último lo dijo con odio.

El viejo hombre sonrió. — Veo que ser mercenario y trabajar para desconocidos te ha cambiado totalmente. Dime, ¿cómo está Ciel? Escuché que estuvo en recuperación por un año gracias a Jonathan.

— Jonathan está muerto ahora y Ciel está perfectamente bien, gracias. ¿Tus planes no salieron como querías cierto? Intentaste matarme a cualquier forma, y cuando Jonathan me hirió probablemente bailabas de felicidad.

— Si vas a matarme hazlo ahora, pero te advierto, cuando lo hagas correrá por tu vida la culpa y el miedo a donde quiera que vayas. Además, debes tener cuidado, anda un rumor de que una mujer quiere cobrar algo a tu nuevo jefe.

Alois abrió un poco sus ojos, pensó que quizá era una broma inútil del viejo, por lo que no le tomó tanta importancia. Alzó su pistola y sin decir nada jaló el gatillo dándole en el pecho al hombre que tanto odiaba.

— Paga en el infierno lo que has hecho, maldito bastardo.

Después de eso salió del lugar tal y como entró, desde ese día ya no existía esa arena llena de dolorosos y traumantes recuerdos. Al salir de la arena, una persona ya bien conocida lo esperaba.

Ciel lo miraba, no mostraba alguna emoción, sólo mantenía su mirada fija en él.

— ¿Cómo sabías que estaba aquí? — le preguntó.

— ¿Por qué lo hiciste? Pensé que ya te habías olvidado de ese tema.

— Si él no desaparecía yo podría seguir con ese miedo y esa pesadilla que me atormenta cada noche, tú no sabes lo que he sufrido estos últimos años.

Ciel lo miraba atentamente sin perder detalle de lo que su amigo le contaba. Alois comenzó a llorar y con tormento miró el arma que cargaba en su mano, cubierta de sangre de las personas que había matado. Aunque ya estaba acostumbrado a esa imagen no lograba entender aun porque sentía tanta culpa e inseguridad, una opresión en su pecho, y cuando eso sucedía algo malo pasaba.

Ciel se ofreció a ayudarlo a cubrir toda evidencia y de llevarlo a casa para calmarlo.

Bajó del auto, le pidió al peli azul que no lo dejara frente a la casa o Claude comenzaría a sospechar.

— Para lo que sea estoy para ti, cuando algo pase llámame— le pidió su amigo.

Alois asintió, alzando su mano le dijo adiós. Al marcharse el auto, la calle donde estaba quedó en completo silencio. Comenzó a caminar hacia la casa, antes de llegar sacó el arma, la miró en sus manos por unos segundos analizando que hacer con ella. Cuando lo pensó bien intentó darse media vuelta, pero la imagen de Claude lo hizo detenerse en seco.

— Alois. ¿Qué haces fuera de casa a esta hora de la noche? — preguntó Claude un poco confundido.

El rubio no supo cómo contestar, para cuando se dio cuenta del arma el azabache ya la había visto. Trató de inventar una mentira, pero Claude no era tonto y menos fácil de engañar.

— ¿Qué haces con esa arma?— interrogó al chico, pero no obtuvo respuesta—. Alois, te hice una pregunta. ¿Qué hacías con esa arma y a estas horas de la noche fuera de la casa?— analizando más al menor pudo darse cuenta de la chamarra del chico, esta llevaba unas cuantas manchas de sangre. Alzó una ceja volviendo a mirar al chico. Se sobó la cien, ya cansado de esa situación.

— ¿Mataste a alguien? ¿Volviste a esa vida? ¡Contesta!

El rubio se quedó callado y sólo atinó a asentir con asco de sí mismo, aunque nadie lo haya contratado, la masacre que hizo se consideraba asesinato.

— Lo siento, pero era algo que debía hacer, no es algo que deba contarte.

—  ¡¿Porque no?! ¡¿Sólo porque es cosa de asesinos?! ¡Alois! Te dije claramente que no quería que volvieras a ese mundo y que...

— ¡¿Y tú no entiendes que ya no tengo opción?!— gritó ya harto de que Claude siempre le reprochara sobre su mala vida.

Claude se quedó en silencio. No, en absoluto no entendía por qué el chico no tenía opción. Se suponía que era libre ahora. ¿Por qué volver a esa putrefacta vida cuando ya no había necesidad de matar a alguien para ser feliz? Claro, el chico era muy orgulloso como para llevar una vida feliz a su lado.

— Bien, haz lo que quieras, sigue con tu maldita vida de mercenario. Nunca te importó lo que he hecho por ti.

Eso fue lo que rebaso el límite. Enojado, Alois soltó el arma al suelo dejándola frente al azabache y se marchó de ahí sin decir palabra alguna, porque así era, no tenía nada más que decir, eso había llegado a su fin.

Día siguiente...

Claude estaba en un restaurante desayunando solo, ese día quería estar lejos de casa, quería despejar su mente de todo. Mientras comía pensaba que lo mejor era dejar que el tiempo hiciera de las suyas.

Sin notarlo, una mujer de cabellera castaña lo miraba desde otra mesa alejada. No le quitaba la vista, sus ojos no se veían debido a los anteojos de sol. Iba muy bien vestida, su porte la hacía ver como una mujer de clase alta.

— Claude Faustus, ¿listo para tu nueva historia? — susurró y después se burló.

Lidhemious - Another storyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora