Gente poco fotogénica

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La cámara fotográfica no me ama, eso es un hecho. Nací para engrosar la fila de personas poco fotogénicas. Quiero creer que ese no era mi único objetivo en esta vida, pero sin duda es uno de ellos. Toman una foto sin previo aviso y sólo hay tres opciones para mí: salgo masticando, salgo con los ojos cerrados, salgo con un ojo cerrado y la boca abierta.

Muchas veces me pregunto por qué me tocó a mí este destino cruel. Me analizo objetivamente frente al espejo y llego a la conclusión de que no soy fea. Veamos, si la escala de belleza impuesta por la sociedad actual va desde un monstruo medieval a Angelina Jolie, como extremos básicos, me ubico a mi misma en el medio. Incluso un poco más cerca de Angelina, porque el monstruo me da un poquito de miedo, más vale tenerlo lejos. Estoy en el medio compartiendo el limbo de la belleza con la gente común. Entonces, ¿por qué el resto de mis congéneres, que se ubican en el mismo limbo de la escala imaginaria, no salen en las fotos masticando? Es simple, porque la cámara fotográfica no me ama. De hecho, a veces sospecho que la tecnología en general no me ama. Se me traba la impresora, se me tilda el teléfono móvil.

Existe una teoría loca que dice que las máquinas y/o aparatos electrónicos tienen la capacidad de oler el miedo y el odio, como los animales. Más rechazo me dan, más complicada me hacen la vida.

Esta teoría es refutada permanentemente por una corriente de pensamiento basada en la lógica pura, que dice que los objetos no pueden tener sentimientos.

Mentira. ¡Claro que las máquinas pueden odiar! No tengo la menor duda, ¿acaso soy la única que vio Terminator? Tomá, ahí tenés tu respuesta, corriente basada sólo en la razón.

Pero el hecho es que jamás podré escapar a mi destino de ser poco fotogénica. Tendré que batallar toda mi vida con esta realidad. Tendré que implorar de rodillas que alguna foto no sea subida a facebook. Tendré que saber esquivar flashes. Tendré que adivinar cuál es el momento adecuado para salir corriendo a esconderme. Tendré que olvidarme de la foto grupal como estrategia para pasar a la posteridad.

Sólo me queda la selfie, la querida selfie controlada por mí al milímetro. Sólo ella logra hacerme justicia.

Bolu-quejas de una mujer comúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora