Conexiones mágicas

201 64 63
                                    

De vez en cuando tenés la suerte de toparte con un muy buen libro. No hablo de ese libro decente y bien escrito que todos hemos leído, hablo de la genialidad plasmada en papel. Esa obra inigualable que logró que pasaras 34 horas ininterrupidas leyendo sin pestañear. Que revolvió toda tu existencia y tocó la fibra más íntima de tu ser. Que te revolucionó al punto tal de quedarte horas y horas analizando cada párrafo, cada frase, cada conclusión. De hecho, tiene un efecto sobre vos tan abrazador y totalitario, que cuando terminás el último capítulo te invade una sensación de profundo vacío; porque sabés que esa conexión cósmica que existe entre este libro y vos, es casi irrepetible. Esto no sucede muy a menudo. Pasado el período de duelo posterior a la culminación de la lectura, te das cuenta de que tenés dos opciones. Esconder esta joya de la literatura para vos y tu alma o compartirla con el mundo entero. Como siempre te jactaste de ser una persona generosa, decidís comunicarle a todo el que quiera escucharte, que has leído el mejor libro de todos los tiempos. Ese que marcó un antes y un después. Ese que te marcó para siempre. Lo comunicás así, vociferando a todo pulmón. Hacés publicidad gratuita por todas tus redes, porque el autor se lo ha ganado en buena ley. En medio de tus cuantiosos esfuerzos para contar al mundo esta verdad revelada, tu mejor amiga te dice "buenísimo, ¿me lo prestás?" Poneme pausa, por favor. Esto sin duda no lo viste venir. Te consideras una persona inteligente, pero a veces sos muy ingenua. Te das cuenta de que te cuesta desprenderte de este objeto tan preciado, ¿cómo no te va a costar si te cambió la vida?

¿Y si se le pierde? ¿Y si se le mancha? ¿Y si sobreviene la tercer guerra mundial y te encuentra sin tu libro preferido? Con un dejo de resignación, abandonás los "y si" que no te conducen a ningún lado, respirás hondo y se lo prestás, como toda buena amiga debería hacer. Te dedicás con paciencia a esperar. Esperás, esperás, esperás. Dos semanas, tres semanas, un mes. Vos lo leíste en tres días, pero comprendés que no somos todos iguales.

Un día cualquiera ves entrar a tu amiga sosteniendo el objeto sagrado, con intención de devolverlo. La dicha te invade. Creés ver de reojo que la tapa tiene una manchita. No importa, te decís a vos misma, quizás salga con un trapito húmedo, lo importante es que está otra vez a tu lado. Mientras hace la entrega oficial te va comentando "Me encantó. Me tomé la libertad de subrayar con resaltador las partes que más me gustaron"

¿Qué? ¿Subrayó el libro? ¿El mejor libro de todos los tiempos? ¿Tu libro? Un sudor helado recorre toda tu columna vertebral. Te tiemblan las manos. Tenés por lo menos 5 microinfartos en tres segundos. Acto seguido la ves reírse a carcajadas. "Es mentira, boluda, sólo te quería ver la cara" te dice. El alma te vuelve al cuerpo y te reís de puro compromiso. Esa noche dormís abrazada a tu nuevo mejor amigo, el mejor libro de todos los tiempos, ese que no tiene la costumbre de hacer chistes de mal gusto.

Bolu-quejas de una mujer comúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora