El quejoso perpetuo

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Los quejosos también nos quejamos de otros quejosos (valga la redundancia). Porque una cosa es ser una quejosa medida como yo, que expresa las molestias en límites mesurados y manejables para el público, y otra cosa muy distinta es ser un quejoso perpetuo. No existe ser más insoportable, seamos francos.

Le molesta básicamente todo.

Es aquel que se gana la lotería y se queja porque no sabe si comprar dólares, euros, oro o invertir en propiedades, ¡flaco, te ganaste la lotería, sonreí por lo menos! ¡Tomate el primer vuelo que te lleve al Caribe y tirarte al sol en la playa, mientras te tomás un daiquiri! ¿Qué hacés acá pensando en euros? ¡Comprá libros, viajá por el mundo, viví la vida! ¡Pagate un asado para tus amigos que siempre te hicieron el aguante! ¡La vida te tiró una soga, sé agradecido!

Perdón, me dejé llevar un poco, ya retomo. Venía hablando del quejoso perpetuo.

Es esa persona que si hay sol se queja, si está nublado se queja, si hace frío se queja, si hace calor se queja. Le molesta salir y también quedarse en su casa. La cajera del super le cae mal, la vecina le cae mal, la hermana le cae mal, todos le caen mal. Y siempre le duele algo, creeme, always. La cabeza, el estómago, el pie, o cualquier otra parte de toda su extensa anatomía.

Incluso compite por la mejor queja, si vos planteás alguna molestia, él va a tener una molestia peor, una bronca más profunda, un dolor más intenso o una queja más importante y transcendental.

Prende fuego las redes con toda clase de mensajes de protesta. Protesta contra el gobierno; el que está, el que se fue y el que vendrá. El de su país, el de todos los países latinoamericanos, el de Estados Unidos y el de España. Protesta contra el que protesta y contra el que se queda mirando la realidad sin decir nada. Todo, absolutamente todo, le molesta.

Yo, por el momento vengo haciendo el papel de quejosa mediocre. Lo digo con orgullo, reconozcamos que ser mediocre en esta situación es casi una virtud. Ansío de verdad no convertirme en este ser nefasto. Mi miedo radica en que, según he podido observar, es una cuestión evolutiva, si se quiere. Un día te quejaste porque te vendieron un producto vencido y al siguiente ya te estás quejando por todo. Como si le hubieras agarrado el gustito a la protesta por la protesta misma. Una especie de adicción, podríamos decir.

El único punto que tengo a favor es que suelo detener mi marcha de vez en cuando, para poder verme al espejo. Llegado el caso y de ser necesario, me gritaré a mi misma con énfasis:

¡Dejá de quejarte y cambiá la cara de culo, que se te va la vida!

Bolu-quejas de una mujer comúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora