Theo

19.1K 2K 1.9K
                                    

(Adolescencia)

Odio el tequila, pero siempre termino tomándolo. Odio la marihuana, pero siempre termino fumándola. Odio las putas fiestas, pero siempre termino organizándolas.

—¿Este tatuaje es nuevo? —pregunta Carla, o Carolina, no lo sé, mientras me acaricia el antebrazo.

No recuerdo quién es, ni cuántas cervezas tomó, solo sé que es dos años mayor que yo, trae pastillas y pasó por las sábanas de tres de mis compañeros de curso. Eso es suficiente para que la haya invitado a mi casa.

—Es nuevo —grito por encima de la música que sale del costoso equipo de mi padre—. ¿Tienes alguno? —Rodeo su cintura y la acerco a mí. Su cuerpo se inclina, dándome un perfecto vistazo de sus tetas.

—Tengo, pero no donde puedas verlos. Al menos no aquí, con toda esta gente. —Sonríe seductoramente. Voy a llevarla a mi cuarto en cuanto termine esta botella—. ¿Cómo logras que te los hagan? Eres menor de edad. ¿No necesitas autorización de tus padres?

Sonrío y deslizo la palma de mi mano por su pierna desnuda.

—Te sorprendería saber lo que se puede conseguir con dinero. —Le guiño un ojo y palmeo su muslo para que se levante—. ¿Vamos? —Señalo la escalera con la cabeza.

La música se apaga, los abucheos no tardan en irrumpir el silencio.

—¡Eh, Colorado! ¿Qué mierda pasó con la música? —Frunzo el ceño, sin entender por qué todos están como si hubieran visto un puto fantasma—. ¿Qué pasa?

—Theo Blas, ¡¿qué significa esto?! —La voz de mi padre suena a mi espalda—. ¡Todos fuera de mi casa!

La gente comienza a salir con desesperación, corriendo por encima de los muebles para no tener problemas con mi padre, el Director del instituto privado al que asisten la mitad de los imbéciles que estaban aquí hasta hace menos de un minuto.

—Theo, ¿qué haces con esto? —Bárbara, la esposa de mi padre, me arrebata la botella de tequila de las manos, y sus uñas postizas me arañan la piel.

—¡Te llamo, Carla! —le digo a la rubia que está saliendo por el jardín.

—Soy Carolina.

—Claro, Carolina. ¡Lo dejamos para la próxima, muñeca!

—¡Theo! —La voz chillona e irritante de Bárbara me hace cerrar los ojos sin querer.

—¿Qué hacen aquí? —Me dejo caer en el sofá blanco y apoyo los pies en la carísima mesa de vidrio que Bárbara tanto adora—. Se suponía que llegaban mañana.

—Baja los pies de ahí —dice, y me mira como si estuviese a punto de desmayarse por mi «inaceptable comportamiento».

Sonrío, no los bajo.

—Theo, baja los pies —insiste mi padre, pero no pienso darle el gusto. Ni a él, ni al trofeo que tiene como esposa.

—Nos vamos un día por un viaje de negocios, ¡y conviertes mi casa en un antro! —dice, acomodándose el vestido negro y el falso cabello rubio. Comienza a caminar mientras levanta vasos y botellas del piso. El ruido de sus estúpidos zapatos altos me saca de quicio.

—Esto no es un antro, es apenas una reunión inofensiva...

—Theo, no te pases de vivo —advierte mi padre, agarrándose el puente de la nariz.

—¿O qué? —Me levanto y busco las llaves del que, muy pronto, será mi auto—. ¿Vas a obligarme a hacer terapia con el doctor Ramírez otra vez?

EXIMIDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora