CAPÍTULO 7

12.8K 1.5K 1.2K
                                        

Theo

Luce como si acabara de ver un fantasma, pero quien está viendo uno soy yo. Su rostro, pálido e inexpresivo, me observa a través del espejo. Su pecho sube y baja con desesperación.

El agua sigue corriendo.

—Parece que el destino nos quiere juntos...

No parpadea, no se mueve. Ni siquiera reacciona a mi fatal intento de coqueteo. Tengo que volver al ruedo cuanto antes, estoy perdiendo mi sex appeal. Jamás tuve que rogar por sexo, las mujeres solían ofrecérmelo. Mis amigos me odiaban porque siempre salía del boliche con la chica más deseada.

—Te salvo el culo, no me agradeces. —Me acerco y cierro la canilla—. Te arreglo el auto, me dejas tirado en medio de la noche, debajo de una tormenta de puta madre. —Me apoyo en la pared, le doy un repaso descarado a sus piernas—. Te encuentro en un baño, ni siquiera me saludas... ¿Qué pasa con tus modales?

Su mirada sigue fija al frente, no se oye nada más que las indicaciones del entrenador de box.

—Sé que soy un adonis y mi presencia revoluciona tu cuerpo, pero ¿es para quedarte sin palabras?

Su respiración se convierte en una infinita bocanada de ahogado, sus manos se aferran al lavatorio, agacha la cabeza y la esconde entre sus brazos.

—¿Bambi? —Me acerco, toco su espalda—. ¿Estás bien?

Un temblor amargo se apodera de su pequeño cuerpo, y mis alarmas se disparan.

«¿Qué hago?»

—Hey, Bambi. —Mi mano se mueve sobre su espalda, sintiendo los músculos agarrotados. La tela de la camisa se pegó a su piel—. ¿Qué pasa?

No responde, solo respira como si el oxígeno fuera un sueño y ella viviera presa del insomnio.

Estoy a punto de salir a buscar ayuda, pero su cuerpo se derrumba. Sentada, la espalda contra la pared, la boca abierta, el rostro incoloro, el llanto a la vuelta de la esquina.

Sudor, temblor, falta de oxígeno, aceleración de la frecuencia cardíaca. Todas las piezas se unen. Todo es demasiado familiar.

—Bambi —me arrodillo frente a ella—, estás teniendo un ataque de pánico. —Busco sus ojos, pero su mirada está perdida—. Tienes que concentrarte en respirar, eso es todo lo que necesitas ahora.

El grito ahogado de sus pulmones me desespera. Sus uñas se entierran en sus piernas con tanta fuerza que, podría jurar, traspasan la tela del pantalón.

—Bambi, mírame. —Sujeto su rostro con ambas manos mientras le ordeno a sus ojos que me encuentren—. Respira. —Inhalo y exhalo con exageración, recordándole cómo se hace—. Solo respira.

Pardos. Sus ojos son de un verde pardo, apagado, peligroso. Y por fin los veo, nuestras miradas conectan, se estudian.

Perdido. Así me siento mientras devoro con ansias la oscuridad en sus ojos.

Su boca se abre, inhala profundo, imitándome sin dejar de mirarme.

—Eso es, Bambi. —Agarro sus manos sin romper el contacto visual, sus uñas dejan de lastimarla—. Sigue respirando así. —Pienso en cualquier cosa que pueda distraerla, sacarla de aquel túnel oscuro—. ¿Qué te parece si me dices tu nombre? ¿No? ¿Aún no me lo gané? O quizá puedes recomendarme algún lugar donde hagan buena pizza. Soy nuevo en la ciudad y pizza es la base ideal de mi pirámide alimenticia.

Una, dos, tres bocanadas desesperadas, y su respiración se acompasa. Su cuerpo deja de temblar, sus pestañas se mueven atolondradas con cada parpadeo.

EXIMIDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora