(Infancia)
Está sentado en el sofá de cuero marrón rasgado. Una botella de cerveza en su mano izquierda, cuatro tiradas sobre la pequeña mesa de centro donde apoya sus pies descalzos. La luz azulada del televisor ilumina su piel grisácea, haciendo que su barba luzca de un color extraño. Sus ojos verdes y vacíos están fijos en la pantalla, mientras los míos van del libro de matemáticas a él una y otra vez.
Intento concentrarme en las multiplicaciones y divisiones, pero es muy difícil con todos los gritos que salen del televisor. Gritos de una mujer, seguidos de la voz de un hombre. Me tapo los oídos e intento hacer los cálculos mentalmente, pero mi mente está ocupada con las imágenes de las personas desnudas que mira papá. No me gusta verlas, pero tengo que hacerlo cada vez que me pide otra cerveza.
—Annelie —mi madre me llama desde la cocina.
Cierro el libro, bajo de la silla y camino pasando por delante de mi padre lo más rápido que puedo.
—¿Qué pasa? —digo, acercándome a la mesa.
Sigue sacando pan del horno, creo que ni siquiera me escuchó. Su frente brilla por la transpiración, sus ojos marrones lucen cansados y su pelo castaño enmarañado. Está tan delgada que me da miedo que pueda quebrarse cuando se agacha para asegurarse de que no haya ni un solo papel en el piso.
—Mamá. —Tiro de su delantal y me mira.
—Dile a tu padre que ya está la cena. —Se limpia las manos con el delantal viejo—. Voy a subir a buscar a tus hermanos.
—¿No puedes avisarle tú a papá? —pregunto, con la esperanza de no tener que pasar frente al televisor otra vez—. Yo voy a buscar a los chicos.
Se saca el delantal, lo dobla en cuatro partes y lo guarda con cuidado en un cajón.
—Ya sabes cómo son las cosas, cariño —su voz suena finita, como si le faltara el aire—. Ven. —Me tiende la mano, doy un paso al frente con la cabeza gacha—. Sabes que no le gusta el pelo suelto —dice, y comienza a juntar mi cabello para atarlo en una cola bien alta y tirante—. Si te lo vuelve a ver suelto, va a cortártelo como aquella navidad. ¿Recuerdas?
¿Cómo olvidarlo? Mis compañeros se burlaron de mí durante todo el año diciéndome que parecía un varón. La maestra creyó que me lo había hecho yo y no dejó de recordarme que no debía jugar con tijeras, porque la próxima vez podría acabar lastimándome.
«Ya estoy lastimada, señorita Julia. Ya lo estoy».
—Ve.
Me da un empujoncito en la cola, y avanzo. Es tan difícil dar un paso y luego otro, siento un ladrillo atado a cada pie.
Vuelvo a la sala sin hacer ruido, intento no mirar la pantalla del televisor, me concentro en acercarme hasta su barbudo rostro.
—Señor —casi susurro. Mantengo la cabeza gacha, no le gusta que lo miremos directo a los ojos—, ya está la cena.
Los gritos extraños se apagan, la habitación queda casi a oscuras, solo iluminada por la luz de la luna que se cuela por la persiana rota.
—¿Qué mierda tienes puesto?
Aprieto mis pequeños puños y cierro los ojos con fuerza.
—Un pantalón, señor.
—¿Y por qué mierda tienes puesto un pantalón? —Se para, tambaleándose, y me siento un bicho bolita—. ¿Eres un niño? ¿Tengo cuatro hijos varones en lugar de tres?
—No, señor. —Siento cómo mi corazón palpita cada vez más cerca de mi garganta—. Soy una niña.
—Entonces, ¿por qué mierda estás vestida como tus hermanos?
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EXIMIDOS
General FictionENCONTRALA EN TODAS LAS LIBRERÍAS. (Aquí disponibles solo los primeros capítulos) ¿Cómo se sobrevive al horror? Hay dolores y situaciones imposibles de olvidar. Hay rencores que se encarnan en lo más profundo del alma y no logran disolverse con el p...