Annelie
Me tropiezo con el tipo de la recepción cuando salgo del baño como una tromba. Escucho que me habla, pero estoy demasiado ocupada combatiendo la electricidad que me recorre de punta a punta.
El fuego se extingue cuando el gimnasio es una acuarela amorfa, un cuadro mal pintado.
El taxista me pregunta si estoy bien. Todos lo hacen, pero no quieren saber la verdadera respuesta. Nadie quiere escuchar la verdad.
Bajo del auto sin esperar mi vuelto, las manos me tiemblan mientras intento meter la llave en la cerradura.
¿Por qué? ¿Por qué tuvo que pasar justo ahí? ¿Por qué la montaña de tatuajes tuvo que verme en mi estado más vulnerable? ¿Por qué tiene que saber que soy frágil?
«No eres frágil, solo estás rota. Hay fuerza en tus pedazos».
La cabeza me da vueltas cuando pongo un pie en el living. Las llaves se resbalan de mis manos en un fallido intento de cerrar la puerta, entonces lo veo. Un papel. Un papel perfectamente doblado en el piso.
Escaneo toda la habitación mientras me agacho y abro la carta en cámara lenta.
Mi pulso se dispara.
SÉ QUIÉN ERES
***
—¡¿Dónde está mi puta cerveza?! —sus gritos retumban en la oscuridad de la sala.
Cierro la puerta de la heladera, aprieto la tela de mi vestido mientras camino.
—No hay más, señor —digo en voz baja, con la cabeza gacha.
—¿Cómo?
Alzo la vista, solo veo su rostro iluminado por la luz del televisor.
—Acaba de tomarse la última lata, señor.
La luz de la televisión desaparece, la oscuridad nos deja ciegos.
Su aliento agrio me eriza la piel.
—¿Dónde mierda está la puta de tu madre?
No me gusta que le diga puta a mami, es malo. La Señorita Julia me dijo que es una mala palabra y no debía repetirla.
—Mamá está trabajando, señor. —Cierro los ojos con fuerza—. Dijo que traería la comida.
Su risa suena en cada esquina, en cada sombra.
—Así que la puta está trabajando...
—¡Mi mami no es ninguna puta! —grito con valentía, pero el miedo no tarda en abrazarme.
—¿Me gritaste? —La tranquilidad de su voz arde en mi cuerpo—. Engendro asqueroso, ¿me gritaste?
El sillón chilla cuando se levanta.
Aprieto la tela de mi vestido, mi garganta se cierra.
—Perdón, señor, no quería...
Un golpe impacta contra mi mandíbula. Siento que soy una pluma mientras mi cabeza rebota contra el suelo que mamá enceró hoy.
Todo es oscuro.
Todo siempre fue oscuro.
Mis ojos se abren cuando un grito me desgarra la garganta. Estoy bañada en sudor, en lágrimas.
La oscuridad me absorbe mientras mis manos desesperadas buscan el velador. La luz se hace presente y encierra a los demonios que una noche más me acarician la espalda.
***
Una última embestida desabrida, un último gemido falso y me subo el pantalón, aliso las arrugas y me retoco el lápiz labial.
—Sería más fácil si usaras faldas. —Se acomoda la corbata y junta los lápices que cayeron del escritorio—. Muero por ver tu culo en una de esas faldas apretadas.
«Las niñas usan vestidos. Sube y ponte un puto vestido. Ahora».
—¿Como las que usa Marisa? —murmuro con malicia antes de abrir las cortinas de la oficina.
—¿No crees que te quedarían bien? —Me abraza por detrás—. Sería más práctico cogerte si llevaras pollera.
Mis ojos se pierden entre las montañas, mi mente se sumerge en las aguas del Nahuel Huapi. Se hunde. Se ahoga.
«Las niñas usan vestidos. Sube y ponte un puto vestido. Ahora».
Su boca se pega a mi cuello; sus manos, a mi cadera. Siento su respiración acelerarse, su erección crecer de nuevo.
Mi piel no se eriza, sus labios no me seducen. Mi pulso no se acelera, mi corazón no ruge.
Siento todo lo que él siente mientras yo no siento nada.
—Va a llegar tarde a la reunión, señor Olivera.

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EXIMIDOS
Ficção GeralENCONTRALA EN TODAS LAS LIBRERÍAS. (Aquí disponibles solo los primeros capítulos) ¿Cómo se sobrevive al horror? Hay dolores y situaciones imposibles de olvidar. Hay rencores que se encarnan en lo más profundo del alma y no logran disolverse con el p...