Annelie
Hace muchos años que no pierdo el control de una situación. Puedo controlar todo. Tengo el control de todo lo que me rodea, yo decido cuándo, cómo y cuánto lastimarme. Liberarme.
Hoy, Luca sacudió mis esquemas. Hoy, un imbécil con problemas de personalidad me hizo bajar al sótano. Me hizo sentir la Annelie débil, rota.
—Bien, Bambi. —Su voz grave me hace parpadear—. Ponte al volante y arranca cuando yo te diga. ¿Entendido?
—Deja de decirme Bambi. —Abro la puerta, me siento y la cierro con furia.
«¿Bambi? ¿En serio? ¿Quién se cree que es? ¿El cazador? Imbécil».
—¡Entonces dime tu nombre! —grita entre trueno y trueno.
«Sí, claro. En tus mejores fantasías...»
—¡No tengo!
—Entonces serás Bambi...
Ahí está, escondido detrás del capó, manoseando mi auto. Es una montaña con voz profunda y mirada que la noche no me deja ver.
Quiero salir corriendo, pero la basura de mi auto se quedó otra vez. Apoyo la espalda en el asiento y cierro los ojos. Todavía no logro calmar el temblor de mi cuerpo, ni aceptar que perdí el control.
¿Por qué se empeña en ayudarme? ¿Debería cumplir con mi parte del trato y llevarlo hasta su casa? Dudo que quiera hacerme daño, teniendo en cuenta que se interpuso entre el psicópata de Luca y yo, sabiendo que podía involucrarse en una pelea. Pero llevarlo significa tener que hablar. Hablar significa conocerlo. Conocerlo, o dejar que me conozca, significa romper las reglas. Mis reglas.
Su cabeza sobresale, y puedo verlo, está empapado.
—¡¿Tienes una llave de tuercas de doce milímetros?!
—¿Me ves cara de mecánico? ¡Claro que no! Con suerte tengo una pinza —respondo, acomodándome en el asiento que estoy humedeciendo.
Insulta por lo bajo, apenas entiendo lo que dice.
—Eso tendrá que servir, dámela.
Me agacho y busco entre los asientos, estoy segura de que tenía una por algún lado. Es la única herramienta que tengo. La conservo por si tengo que partírsela en la cabeza a algún imbécil pretencioso. La encuentro debajo del asiento del copiloto. Me incorporo, me está mirando a través del parabrisas. Saco la mano por la ventanilla y muevo la pinza hasta que la agarra.
Agacha la cabeza, y lo pierdo de vista.
Pienso por qué mierda sigo dándole vueltas al asunto. Es fácil: en cuanto logre arreglar el auto, pongo primera y me olvido de esta noche.
¿Por qué estoy dudando? Yo no le pedí ayuda, ni con Luca ni con este asqueroso vehículo. No le debo nada. No tengo por qué llevarlo. No lo conozco, tampoco quiero hacerlo. No es nadie. No es nada.
—Arranca.
—¡¿Qué?! —La tormenta me hace gritar, y lo odio. Odio los gritos.
—¡Que arranques!
Giro la llave, el motor ruge y se ahoga.
«Quiero desaparecer».
—¡Intenta de nuevo!
Desprecio ese tono autoritario que percibo en su voz. Inhalo profundo y obedezco, repitiéndome que, en realidad, no me está dando órdenes, porque soy yo quien lo está usando.
El auto arranca al tiempo que la ansiedad me adormece las manos.
—Bien.
Pongo el seguro en las puertas y me abrocho el cinturón.

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EXIMIDOS
Fiksi UmumENCONTRALA EN TODAS LAS LIBRERÍAS. (Aquí disponibles solo los primeros capítulos) ¿Cómo se sobrevive al horror? Hay dolores y situaciones imposibles de olvidar. Hay rencores que se encarnan en lo más profundo del alma y no logran disolverse con el p...