CAPÍTULO 3

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Theo

Dos horas y treinta minutos. Eso tardé en dejar atrás el mundo que conozco.

Un instante. Eso tardé en dejar atrás la persona que fui.

Aterrizo. Piso la tierra que me desconoce, que no me juzga, que está dispuesta a abrazarme sin puñales en la espalda. El viaje fue extraño. No era la primera vez que viajaba en avión, imposible con la ostentosa vida que llevamos desde que mi papá se casó con su muñeca de plástico; sin embargo, tras cuatro años viviendo en las sombras y alimentándome de recuerdos, la sensación de libertad que me produjo estar a miles de metros de altura fue... indescriptible.

«Esto es con lo que sueñan todos en el penal. Esto define libertad», pensé.

Avanzo en la pequeña fila que se formó para recoger el equipaje. Espero mi bolso mientras pienso que tendría que haberle avisado a mi abogado que iba a dejar la costa. Supongo que lo haré una vez que esté instalado. De todos modos, la regla era no salir del país, así que no le solté la mano a la ley. No todavía.

Veo acercarse a la azafata de mi vuelo, la que no paró de coquetearme y pasarme el culo por la cara ni siquiera durante las turbulencias. Me da una tarjeta y me guiña un ojo zafiro antes de seguir su camino.

Leo su nombre, su teléfono y un llámame subrayado.

Me concentro en su andar seductor, en esa falda hasta las rodillas que subiría en menos de lo que dura un suspiro.

La hubiese llevado al baño para descargar cuatro años de tensión con todo gusto, pero soy un puto ropero que ni siquiera puede entrar a mear cómodo.

El celular que me dio Mía comienza a sonar con una canción de pop que desconozco. Atiendo.

—Vivo, hambriento y carente de amor —respondo a la pregunta que aún no hizo mientras visualizo mi bolso, minúsculo entre valijas enormes.

—¿Vivo? —Suspira con dramatismo—. Pensé que tendría suerte y el avión se estrellaría. Es la única forma de liberarme de tu ego.

—¿Te dije que eres adorable, Mía? —Agarro el equipaje y busco la salida más próxima. Necesito salir. Había olvidado cuánto me fastidian los trámites.

—Lo sé, sudo azúcar y vomito arcoíris. ¿Cómo estuvo el viaje? ¿Pudiste descansar un poco? Fuiste inteligente al elegir el avión, no hubieras soportado veinte horas de viaje en micro. ¡Ni siquiera entrarías en el asiento!

Sonrío, imaginando mi metro noventa en un coche semicama. Definitivamente, no.

—La verdad es que, desde que me dejaste en el aeropuerto, estoy hecho una puta bola de nervios. —Me arrastro en dirección a la salida, mirándole el culo a cada azafata que pasa—. En realidad, soy una bomba a punto de explotar. Espera —susurro—, ¿puedo decir bomba en un aeropuerto?

Escucho su risa, y mis labios intentan imitar el sonido por simple empatía.

—No si quieres disfrutar de tu libertad, ¡idiota!

—Tranquila. —Salgo y la noche me recibe. Inhalo el aire frío, puro, liviano—. Planeo hacer las cosas bien.

Lo digo en serio. Planeo intentarlo. Conseguir un trabajo, un hogar, volver a practicar boxeo, alejarme de las carreras, del dinero fácil, de las drogas, encontrar a una mujer fuerte, decidida y sin complicaciones, que pueda hacerme feliz y ser feliz a mi lado. ¿Quién sabe? Tal vez hasta tener uno o dos niños tirándome de la camiseta algún día. Enterrar al Theo adicto, ese que cede a las tentaciones y es dinamita. Ver nacer al Theo que hubiera sido, si no fuera porque el hijo de puta de mi padre me arrebató el futuro y la cordura.

EXIMIDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora