CAPÍTULO 5

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Theo

Sus ojos brillan de deseo. Siento su piel caliente y húmeda debajo de mi cuerpo. Una embestida suave tras otra. Sus dedos aferrados a mis hombros, sus suspiros haciendo delirar a mis oídos. Mis caderas aceleran el ritmo, siguiendo el galope de mi corazón. Me concentro en su rostro lleno de vida y me dejo ir.

—Theo...

Aquel jadeo ahogado me hace sentir el puto rey del mundo. Tengo dieciocho años, dinero y a la chica con la que sueñan cada noche todos mis compañeros de curso.

—¿Estás bien? —Apoyo mi frente en la suya, siento cómo sus músculos se rehúsan a soltarme.

—¿Que si estoy bien? —Sus dedos se pierden en mi pelo corto—. Theo Blas, me tienes.

Pego mi boca a la suya cuando me deslizo fuera de su cuerpo. Dejo caer mi espalda sobre el colchón.

Sus ojos azules me queman.

—Tengo algo para ti —murmuro, hipnotizado por su sonrisa satisfecha. Ahora mismo, lo es todo para mí.

Me inclino y abro el cajón de mi mesa de luz. Saco una pequeña cajita azul, la abro bajo su mirada inquieta.

—Quiero que lo tengas. —Pongo el anillo en la palma de su mano. Lo observa con detenimiento. Su ceño fruncido me busca—. Era de mi madre.

—Theo...

—No tienes que usarlo, si no te gusta. —Acaricio la curva de su cintura—. Solo quiero que lo tengas, es importante para mí.

Mira la joya plateada, estudiándola sin esconder la sonrisa.

—No eres lo que todos piensan, Theo Blas. —Sus dedos peinan mi cabello hacia atrás, cierro los ojos.

—No cuando estamos juntos...

—Me gustaría que los demás pudieran ver al chico que veo yo. —Se aferra al anillo de mi madre y se deja caer sobre mi almohada—. El verdadero.

—No te confundas, también soy el Theo que amanece tirado en una plaza o puesto en un bar. —Niego con la cabeza, el brillo en sus ojos desaparece—. También soy el Theo que corre picadas y apuesta cada fin de semana. Soy todos ellos, y no me avergüenzo.

—No te entiendo... ¿Qué significa esto, entonces? —Sostiene el anillo entre sus dedos.

—Significa que hay un Theo que ya no soy.

—¿Cuál?

—El que no se acuesta con la misma chica dos veces. —Su mirada se endulza—. Significa que voy en serio con lo nuestro, Valeria.

El sonido irritante del despertador me roba su sonrisa, esa que aún recuerdo después de cuatro solitarios años.

Me estiro en la cama de dos plazas a la que me está costando acostumbrarme. ¿Quién diría que extrañaría el catre? Una locura.

—Buen día, grandote.

Abro los ojos y no por su voz, sino por la mano que se aferra al bulto entre mis piernas.

—Qué...

—¿Siempre amaneces tan preparado? —Se sienta sobre mis caderas con un movimiento que me roba el aire.

Busco en mi memoria los sucesos de las últimas veinticuatro horas e intento armar una línea de tiempo.

Llegué a la cabaña enfurecido por no encontrar un puto trabajo por quinto día consecutivo. Me senté en el suelo, apoyé la espalda en la cama y comí choclo enlatado mientras mis dedos aplastaban la cuarta lata de cerveza. Ignoré por primera vez las llamadas de Mía, no estaba de humor para su ¿Cómo estuvo tu día?

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