CAPÍTULO 2

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Annelie

(Actualidad)

Es la tercera vez que suena la alarma, la tercera vez que la apago y me digo que voy a salir de la cama.

Odio dormir, porque odio levantarme.

Odio levantarme, porque odio vivir.

Con fuerza fingida abandono las sábanas. Dirijo mi cuerpo pequeño y desnudo a la ducha. El proceso rutinario y mecánico del aseo me lleva menos de diez minutos. Salgo del baño mientras anudo una bata blanca a mi cintura.

El pasillo está iluminado, demasiado para mi gusto, y el aroma a pan tostado me hace sentir famélica.

—¿Todavía estás aquí? —pregunto, peinando mi cabello húmedo con los dedos.

Martín o Facundo, no lo recuerdo, está sentado con los codos sobre mi mesa, comiendo mis tostadas, bebiendo mi café, mirando un programa de deportes en mi televisor.

—Buen día. —Me dedica una sonrisa seductora, esa que me convenció anoche.

Avanzo con los pies descalzos, agarro el control remoto y apago la televisión.

—Ya puedes irte. —Le saco la tostada de la mano y le doy un mordisco.

—¿Cómo dormiste? —pregunta, mirando desconcertado cómo mordisqueo su —mi— tostada.

—Bien. —Agarro su taza de café—. Pero habría dormido mejor, si te hubieras ido anoche. —Bebo, la infusión amarga me entristece el paladar—. No me gusta compartir la cama. No para dormir.

—Estoy sorprendido. —Comienza a abrocharse los botones de la camisa que le cae suelta a los costados de su estúpido y perfecto cuerpo—. Eres la primera mujer que se queja por amanecer conmigo.

Levanto las cejas, le echo azúcar al café.

—Presiento que no seré la última...

—¿Tienes mal humor por las mañanas? —Intenta agarrar otra tostada, pero alejo el plato lentamente.

—Es difícil no tenerlo cuando el tipo que te dio el peor sexo de tu vida se queda a dormir y, encima, se come tu desayuno...

Su mirada celeste luce sorprendida, como si nunca antes le hubieran dicho lo inservible que es en la cama.

«Nota mental: no volver a salir del bar con el primer imbécil atractivo que me invite un trago».

—¿Siempre eres así de perra? —Se para y se acomoda el pelo corto y rubio—. Anoche no lo parecías.

—¿Perra? —Le regalo mi sonrisa plástica—. Martín, estoy siendo gentil. —Unto otra tostada—. Anoche estaba borracha, esa es la única razón por la que estás aquí.

—Me llamo Darío.

—Da igual cómo te llames. —Me levanto y enciendo mi celular—. Cuando cruces esa puerta, solo serás un pene inexperto.

Su sonrisa de piedra se cae a pedazos.

—Estás loca...

—Desquiciada —corrijo—. No olvides cerrar bien la puerta —canturreo y me pierdo en el pasillo con una tostada a medio comer.

Abro el ropero y busco qué ponerme. Paso todas y cada una de las polleras y vestidos, aún con etiquetas, ordenados cromáticamente.

«Las niñas usan vestidos. Sube y ponte un puto vestido. Ahora».

EXIMIDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora