XIII Muerte

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Dormía plácidamente en el sofá de la sala, con la computadora encendida y la película Dioses de Egipto reproduciendo los créditos finales, cuando sonó el teléfono.

-¡¿Qué diablos?! –Exclamé al caer del sofá. Medio dormido, tomé el teléfono y contesté.

-¡Hijo mío! –Exclamó una masculina voz a través del auricular.

-¿Quién habla? –Pregunto aun aturdido por la sorpresiva llamada.

-¿Cómo que quien? ¡Tu padre, Ares!

-¿Ares? ¿Qué pasó?

-Es... es tu madre –Suplica con voz floja– Sufrió un ataque.

-Un... ¿un ataque? –Pregunto con el corazón en el estómago– ¿Cómo así? ¿Qué le pasó?

-No lo sé, Eros, solo balbuceaba algo sobre alas negras y unos ojos grises. ¡Ven ya! Parece que podrían ser sus últimas palabras.

Mis ojos llorosos me impedían ver mí alrededor. El teléfono se mecayó al suelo y la amortiguada voz de Ares seguía sonando. Corrí al cuarto y tomé una mochila, la llené con comida, un cambio de ropa y el extraño artefacto que mi madre me dejó y salí corriendo del departamento. Bajando por las escaleras me encontré con la conserje, Luciana.

-¿Adónde va a estas horas?

-Voy a ver... a alguien.

-¿A las 2 de la mañana?

-Si, a las dos de la mañana. Adiós, Lucy –Salté por la puerta de entrada y corrí calle arriba. Llamé mentalmente a Hefesto.

-¿Si, diga? –Repuso él entre sollozos.

-Sí, Hefesto, mira, necesito que alguien me envíe al Olimpo.

-Si es por tu madre tienes que saber que no está en el Olimpo.

-¿No? –Pregunté, deteniéndome en seco.

-La cuidamos en Roma, pues la encontramos allí.

No esperé más: Abrí las alas, sin importarme que alguien estuviera viendo, y volé rápidamente. Me elevé hasta alcanzar una altura óptima y comencé a volar al sureste.

**

Llevaba cerca de día y medio volando, me encontraba sobrevolando el océano atlántico, con la brisa marina golpeándome fuertemente en la cara, cuando una bala hizo que cayera de golpe. Reboté cinco veces sobre el oleaje para luego hundirme, viendo huir un grupo de peces.Aunque mi visión estaba distorsionada por el agua, logré ver como una figura femenina nadaba hacia mí velozmente, me tomaba por los hombros y me llevaba nadando lejos del lugar.

Vi conjuntos de corales, bancos de peces e incluso un tiburón ballena pasar hasta que la misteriosa figura me metió a una caverna subterránea donde había aire. Aspiré profunda y sonoramente y mi vista se enfocó. El agua goteaba por cada parte de mi cuerpo. Alcé la vista y vi a mi captora o rescatista: Era Anfítrite, la esposa de mi tío abuelo Poseidón.

-Es un milagro el que haya podido salvarte, Eros –Comentó ella con una voz más grave de lo que esperaba.

-¿Cómo dices? –Pregunté, a la vez que me sacudía el pelo.

-Que fue un milagro el haber dado contigo antes que Polifemo. Le han encargado tu búsqueda.

-¿Mi búsqueda? Pero ¿por qué?

-Deimos y Fobos te acusan de haber atacado a tu madre.

-Deimos y Fo... ¡No! –Exclamé, lanzando la mochila lejos– Ellos son malvados; no se puede confiar en ellos. Yo... yo tuve algo así como una visión.

Cupido: El nacimiento de SunevDonde viven las historias. Descúbrelo ahora