Capítulo 3

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Podría encontrar mil formas diferentes de decir algo y no creo que nunca pudiera lograr expresarlo de la misma forma en la que lo estoy pensando ¿Por qué tiene que ser tan difícil despedirse de alguien?

Recuerdo que cuando mis padres me dejaron en aquel tren, acompañada de Mariana y con tan solo una maleta, pensé que el mundo se me caía encima. Separarme de todos, viéndolos llorar a la par que me alejaba... me inundaba esa sensación de culpabilidad por todo el cuerpo. Pero en aquel momento no estaba sola del todo, estaba Mariana conmigo, como siempre,agarrando mi mano y asegurándome que era lo mejor, y que todo saldría bien...

Sabía que la decisión de alejarme fue mía, y que era la correcta, pero ya desde que aquel tren dio el primer aviso de salida me estaba arrepintiendo de ello.

Mariana me abrazó y lloré en sus brazos, una vez más, ella fue mi paño de lágrimas, mi amiga y mi confidente.

Nada había cambiado en este tiempo. Ya no estaba Mariana, pero aún seguía sintiendo esa necesidad de desahogo, de llorar, de hablar, de contarles mis penas a alguien que no fuera la psicóloga del centro, una amiga al fin y al cabo, y ese papel se había aferrado a Manu.

Pero hoy se iba, en unos minutos, sentía como la soledad me invadía, me alegraba por ella, obviamente, pero en parte y muy al fondo, tan al fondo como guardas aquellos secretos que te da vergüenza compartir, quería que se quedara allí conmigo.

Pensamiento egoísta e infantil, lo sé, pero así era yo, así había sido siempre. La madurez llega de diferente modo a las personas, y no siempre por las  mismas situaciones o a la misma edad. Yo me consideraba madura en ciertos aspectos de mi vida, y totalmente ignorante en cuanto a sentimientos se trataban... aún no había llegado mi hora de entender del todo por qué sentíamos lo que sentíamos, y aún así me sentía tremendamente culpable en algunas ocasiones por sentir lo que sentía. Paradójica y enrevesada, así era yo, así era mi vida.

Y ahora me encontraba en una  de esas situaciones en que por una parte te alegras y quieres toda la felicidad del mundo a la otra persona y por otra te gustaría que no le fuera tan bien para que no se alejara de ti.

Manu se acercó a mí, después de despedirse de todos los que estábamos en la salita empuñando los pañuelos con los que nos limpiaríamos las lágrimas. No era solo yo, Manu había dejado huella en mucha gente aquí en el centro...

Cuando alguien sale de aquí, es como si muriera y creyeras en el cielo, o en el más allá, como si supieras que después de vivir durante un tiempo determinado en este centro, ahora se irá a un lugar mejor donde poder ser verdaderamente feliz. Es como si antes de morir te dieran la oportunidad de despedirte de todas aquellas personas a las que posiblemente no volverás a ver. Y por mucho que quiera a Manu, y que ella me quiera a mí, sé que solo seré un recuerdo en unos meses, en el momento que cruce la luz cegadora que muestra a sus espalda la puerta de salida.

_ Vendré a verte_ dijo sonriendo y ahogándose entre sus lágrimas_ A todas_ dijo volviéndose hacía el resto de mis compañeras.

Y volvió a abrazarme, sin más.

Eran los últimos minutos que tenía con ella, antes de que se marchara, antes de que la soledad comenzara de nuevo a dominar mi universo. Tenía tantas cosas que decirle que no sabía por dónde comenzar, no sabía cómo hacerlo, ni qué decir, y definitivamente y en contra de todo pronóstico no dije nada.

_ Toma_ dijo entregándome un papel en secreto.

_ ¿Qué es esto?

_ Me lo han dado para ti_ dijo limpíandose las lágrimas con las mangas de su camisa y guiñándome un ojo.

Un maldito saco de huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora