Capítulo 6: Te quiero.

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A la mañana siguiente, la casa de Camus estaba completamente en silencio. El francés dormía plácidamente en su cama, pero de repente sonó su teléfono móvil.

Se despertó de golpe y de mala gana. Le dolían los ojos, la luz del sol que se filtraba por la ventana le daba directamente en ellos. Se sentó en la cama ignorando completamente el móvil que no paraba de sonar. La cabeza le daba muchas vueltas y le dolía horriblemente. Generalmente estaba hecho polvo y tuvo que masajearse un poco la cabeza para relajarse. Intentaba recordar algo de la noche pasada pero lo único que vislumbraba en su cabeza era la imagen de Saga mirándole tiernamente mientras se metía en la cama.

El teléfono dejó de sonar pero no le dio importancia, ni siquiera se molestó en mirar quién habría llamado. Sin embargo, a los cinco minutos volvieron a llamar y lo cogió molesto.

- ¿Diga?

- ¡Camus! ¿Pero dónde estás? ¡Llegas media hora tarde!

- Espera... ¿Quién eres?

- ¿Quién voy a ser? Esas bromitas no tienen gracia.

- Va en serio.

- ¡Tu compañero, Shaka! ¡Y llegas media hora tarde a trabajar así que tú verás lo que haces!

El chico colgó el teléfono y Camus lo dejó caer sobre las sábanas.

- Mierda...

Mientras tanto en su casa, Saga ya hacía rato que se había levantado. Pensaba en la noche anterior. Había sido fantástica hasta que Camus se emborrachó. ¿Cómo estaría hoy? Pensó que quizá podría pasarse por la cafetería para ver cómo estaba. Pero eso tenía que pensárselo porque ya comenzaba a darse cuenta de que hacerlo conllevaba muchas cosas.

Se acercó al ventanal de su sala de estar y miró a través de él la ciudad, pensativo. Estaba claro que se había enamorado de Camus hasta límites insospechados y cada vez que le veía no podía oprimir más sus ganas de besarle, de poder dejar escapar de sus labios ese "te quiero", de querer decirle lo guapo que es, poder acariciar su cabello, sus mejillas, sin temor a nada.

No podía aguantar más sin todo eso, y tenía que comenzar a hacer el serio pensamiento de decírselo a Camus. ¿Pero Camus no le rechazaría? Pensándolo bien, el francés había dado muchas señales de que él le gustara o al menos le agradara su compañía. Como le había dicho Milo el día anterior, Camus no hubiera dormido con él si de verdad no le apreciara o quisiera, o no hubiera ido hasta su casa el viernes y le hubiera obligado a salir, tampoco hubiera ido de fiesta, ni le hubiera pedido que se quedara con él en su casa la noche anterior. Y el mensaje de la otra noche... Ni siquiera hablaron de nada, es más, es como si Camus se lo hubiera enviado por el simple hecho de hablar con él, aunque solo fuera un "hola" y "adiós".

Tenía un gran lío y muchas dudas en su cabeza, y en esos momentos sabía perfectamente con quién necesitaba hablar. Cogió el teléfono fijo de la mesita que tenía enfrente y marcó el número de casa de Milo.

- ¿Diga? - contestaron al tercer "bip".

- Buenos días, soy Saga.

- Ah, hola Saga, ¿quieres hablar con Milo?

- Sí por favor.

- Enseguida se pone.

- Muchas gracias Kardia.

- ¡¡Milo!! - se escuchó gritar a Kardia estruendosamente, incluso Saga tuvo que apartárselo de la oreja para no quedarse sordo.

Notó como dejaban el teléfono sobre algo y al cabo de un minuto escuchaba a través de él como seguían gritando.

Esta es la historia sobre cómo conocí a un francés.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora