Capítulo 3

603 14 0
                                    

—Todo el mundo tiene algo de lo que le gustaría deshacerse. –Me incliné hacia ella y clavé la mirada en esos ojos azul zafiro. — ¿Qué te gustaría deshacer Frannie? –Se estremeció cuando dije su nombre, y me di cuenta que estaba siendo injusto. Utilice un en ella un poco de poder sin querer o necesitarlo. Pero me gustaba su reacción.

Cuándo respondió había un poco de dolor en su voz, y su suave perfume a rosas, tristeza. Busque profundamente en sus ojos para encontrar la raíz del problema. —Muchas cosas –dijo sin dejar de mirarme.

Por alguna razón, de la nada, no quiero que sufra. Me siento comprometido a hacerla feliz. Bastaría el más pequeño empuje de… ¡Basta ya! ¿De dónde Diablos salió eso? Ni siquiera reconocí la sensación que recorría mi cuerpo con ese pensamiento. Los demonios no tienen sentimientos, al menos no como éstos. Esta no era una misión de caridad… estaba aquí con un claro propósito, y la señorita Frannie Cavannauh estaba mostrando potencial. Mucho potencial. De hecho, estaba empezando a pensar que era la elegida. Y en cuanto sonó la campana me di cuenta, para mi propio asombro, que eran sus ojos los que me hipnotizaban tanto. Esto iba a ser interesante. Ella parpadeó como si saliera de un sueño y miró hacia abajo a su vacío libro de composición.

Leyó las diez viñetas escritas debajo del título “Cavannauh Frannie y Cain Luc, temas de Steinbeck-Capítulo 26-2” y frunció el ceño.

—Oh… Bueno, supongo que éstos van bien. —Incrédula nuevamente. Es bastante ardiente. Me gusta. Me hace sentir como en casa.

—¿Has encontrado tu casillero en este laberinto de ratas? –preguntó lanzando sus libros en la mochila y poniéndose de pie.

—Ni siquiera lo he buscado. —La imité y levanté mis únicos libros: Las uvas de la Ira y el de composición.

—Bueno, las cosas sólo empeorarán, así que a menos que desees llevar tus cosas contigo, podría ayudarte a encontrarlo. —Se ofreció.

Saqué el trozo de papel con el número del casillero y combinación de mi bolsillo trasero mientras caminamos juntos hacia la puerta.

—Número… hmm. –Sonreí. El mundo de los humanos es tan gracioso a veces.

¿Qué? –preguntó sin entender

—666—dije y ella me miró raro.

—Oh. Eso es justo ahí. –Señaló al otro lado del pasillo. —Al lado del mío.

Y aunque se que creer en el destino es tonto, no es nada más que una excusa que los mortales usan para explicar una decisión que de otra forma no hubiesen tomado, sé que esta es una señal. La miré con más atención. Si ella era La Elegida, cosa que estaba empezando a ser lo más probable, debía marcar su alma al infierno antes de que algún ángel se me adelantara. Ya, justo ahora. Como había sido tan difícil localizarla, probablemente fuera porque ya estaba siendo protegida por ellos. Si estuvieran protegiéndola, la estarían observando. No pasaría mucho tiempo antes de que se enteraran que la había encontrado. Divisé el pasillo lleno de gente, habían muchos prospectos, pero ningún ángel, hasta ahora.

Empezó a caminar hacia el otro lado del pasillo, a su casillero y me quedé atrás admirando la vista por unos segundos antes de seguirla. Ella era alta quizá 1.50 Casi 40cm más baja que mi forma humana. Pero no era una niña, había curvas en los lugares correctos. Me reí de mí mismo. A pesar de que la lujuria es uno de los siete pecados capitales, no fue ese el que me trajo a dónde estoy y no es algo que haya experimentado a menudo en los siete milenios de mi existencia, aunque lo utilizado a mi favor unas pocas miles de veces. Esto iba a ser divertido. Pasé rápidamente por el vestíbulo y la alcance cuándo llegaba a su casillero. Giré la cerradura del mío un par de veces, y lo abrí fácilmente.

— ¿Cómo hiciste eso? –preguntó sorprendida. Como si supiera que había usado mi poder.

— ¿Qué? –dije haciéndome el desentendido

—Tuve ese casillero a comienzos de año y lo cambié porque la cerradura estaba rota.

—Hmm. Deben haberlo arreglado. —Tengo que ser más cuidadoso. Esta mortal era extraordinariamente atenta. Me había puesto en evidencia en clase por no mantener los ojos en el libro –ella se había dado cuenta porque sus ojos tampoco estaban en el libro-. Y ahora con el casillero, porque, en cuanto intenté la combinación real, me pareció que tenía razón. Estaba roto.

—Sí, puede que tengas razón, pero nunca arreglan nada por aquí. Bienvenido a la preparatoria Hades. — ¿Qué demonios?-pensé.

— ¿Perdón? ¿Preparatoria Hades? –pregunté exaltado.

—Sí, ¿lo entiendes? Preparatoria Haden, Preparatoria Hades. Es sólo una palabra, pero describe con precisión este Infierno.

—Hmm… --le respondí pensativo.

—Bueno, ¿no estás de acuerdo? –Señaló con un gesto al agrietado yeso, la pintura descascarada, las lámparas fundidas y los casilleros de metal gris que nos rodeaban.

—Bueno, parece que he elegido el lugar ideal, entonces.

—Una sonrisa se extendió por mi rostro. ¿Qué tan perfecto era que mi objetivo fuera a una escuela secundaria apodada el infierno? Esto era demasiado bueno.

Ella desvió la mirada y buscó algo dentro de su casillero, pero no pudo ocultar la sonrisa que curvó las esquinas de su boca.

—Si tu “lugar ideal” es este pueblo de porquería, deslucido y de pescadores, entonces eres más patético de lo que había imaginado.

Me reí, no pude evitarlo, y luego me estremecí cuando capturé un toque de jengibre  de lujuria en Frannie. Mmm… Patético debía ser su tipo.

— ¿Por qué tuviste que cambiarte de colegio un mes antes de la graduación?—Sonreí para mis adentros.                                                                

—Por trabajo –dije observando las miradas de los demás.

— ¿De tus padres? –insistió.                                                                                          

—Es una manera de decirlo.

Me miró y le surgieron líneas de expresión mientras intentaba averiguar lo que significaba eso.

—Así que… ¿Cuál es tu otra clase? –dijo cerrando su casillero. Saqué el horario de mi bolsillo y lo abrí                                                                                  

—Calculo, aula 317.                                                                                                     

—Oh, con la señora Felch, lo siento tanto –alargó.                                                  

— ¿Por qué? ¿Cuál es el problema con la señora Felch?—pregunté 

Demonios PersonalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora