Capítulo 5

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Huelo un poco de jengibre en ella. Nadie como ella estoy seguro de eso, Su alma tiene que ser marcada, no recolectada, lo cual es bueno: La recolección no está en mi descripción de trabajo. Ella ha sido difícil, sin embargo. Los dos últimos demonios que enviamos no pudieron encontrarla y ahora se queman en el fondo de un ardiente abismo. Pero eran demonios menores: Tercer Nivel. Así que ahora hemos enviado al mejor, que por supuesto, soy yo. Mis instintos me han llevado a donde estoy: Primer Nivel. Nunca me han dirigido mal. Y ahora me han enviado al instituto Haden, directamente al camino de la señorita Frannie Cavannauh.

Caminamos a historia, y Frannie se sienta en medio de la clase. Me dirijo hacia el señor Sanghetti, quien se inclina hacia detrás de su silla, con los pies en su excretorio. Sonreí imaginando chocar accidentalmente con su silla, haciendo que se cayera.

— ¿Señor Sanghetti? –el mira hacia arriba

—Sí.

Le ofrezco mi horario, y rodó los ojos en blanco, suspira profundamente y hace un gran esfuerzo por bajar los pies del escritorio y cambiar de posición.

—Supongo que necesitas una nota de admisión—dijo fastidiado.

—Eso me dijeron –le conteste usando el mismo tono que el.

Revuelve en su escritorio y finalmente, encuentra una hoja amarilla arrugada. Luego, se da la vuelta y saca un libro de texto de el estante detrás de su escritorio. Mira mi horario y escribe el nombre del libro, junto a mi nombre en su lista. —En cualquier lugar está bien, Lucifer — dijo entregándome el libro.

—Llámeme Luc. –le dije

—Está bien, Luc. Sólo toma cualquier asiento.

Me doy la vuelta y camino, regresando con Frannie, sentándome en la mesa a su derecha. En cuanto me siento, el profesor empieza a pasar lista.

—José Avilla. Jennifer Burton. –sus manos se alzan a la vez. —Zackary Butler. Lucifer Cain. ­— alcé mi mano y los ojos de Frannie se fijan en los míos. Le sonreí. — Mary Frannie Cavannauh.

Noto como mi sonrisa se ensancha cuando Frannie levanta la mano. Mary Frannie. Oh, eso es bueno. Cuando el señor Sanghetti termina de pasar lista, nos hace pasar a la página 380 de nuestro libro, y leer sobre la caída de la Jerusalén durante las Cruzadas. Me basta con mirar a Frannie. Perdón, Mary Frannie, para reírme. Y la mitad del tiempo, Frannie tiene la mirada clavada en mí.

Entonces, las luces se apagan, y una imagen de la antigua Jerusalén aparece en el pizarrón del aparato proyector.

— ¿Cuál era la razón de la lucha en Jerusalén? –pregunta el señor Sanghetti. Se alzan algunas manos y escucho las respuestas, recordando cómo pasó realmente. Haber estado allí hace todas las clases de historia que he tenido, unas 100 más o menos, realmente divertidas. Es como ese juego en el que, para empezar alguien dice algo en el oído del otro, y se transmite el mismo mensaje en cadena hasta la última persona que lo dice en voz alta, y es totalmente diferente a lo que dijo la primera persona.

*

Sigo mirando a Luc, mátenme, no puedo evitarlo en historia. Mantiene esa magnífica sonrisa en su rostro. No tengo idea de por qué, pero, ahora que lo pienso, es buena idea que no esté durante el almuerzo. No estoy segura de que esté dispuesta a compartirlo con Taylor. Ella y Riley siempre están encima de mí por el hecho de tener citas de caridad, por así decirlo. Lo que significa que piensan que siempre elijo a los “necesitados” e “inadaptados”. Riley dice que es cuestión de control, y puede que tenga razón. No hago nada que no quiera hacer, y no voy a terminar en algún tipo de relación donde me sienta presionada. Pero también está el factor: Taylor. Desde que nos conocimos desde cuarto grado, hemos tenido una amistosa rivalidad. Desafortunadamente para ella, siempre consigo las mejores calificaciones. Desafortunadamente para mí, ella siempre consigue a los mejores chicos. A fin de cuentas, los “inadaptados” son la opción más segura, sobre todo porque no son el tipo de Taylor.

Mirando a Luc sonreírle al señor Sanghetti, con certeza de dos cosas: Luc no es un inadaptado y Taylor irá tras él. Así que, independientemente de la locura que está pasando en mi interior, es mejor que lo deje.

Todavía lo estoy mirando. Y por supuesto, atrapa y bloquea mi mirada con la suya. Cuando veo que no está respirando, me doy cuenta de que no estoy bien. Suspiro profundamente, ya que al parecer él parece darse cuenta, y respira también. Mis entrañas se tuercen en un nudo. ¡Ugh!

—Luc, ¿alguna idea? –el señor Sanghetti está de pie, justo delante de nosotros. ¿Cómo demonios llego ahí?

Luc se inclina para atrás en su silla, entrelazando sus dedos detrás de la cabeza, y enderezando sus piernas debajo de la mesa, cruzándolas en los tobillos. Mira al señor Sanghetti.

—Bueno, realmente es imposible resumirlo en un solo tema. Supongo que todo se reduce a la teología, aunque la Primera Cruzada ni siquiera comenzó como una guerra religiosa. Creo que el Papa urbano estaba estresado porque Constantinopla lo acababa de dejar en libertad, por lo que estaba buscando sumar algunos puntos, y traerlos de vuelta al redil. –le explicó.

El señor Sanghetti se quedó por un segundo mirando, con los ojos muy abiertos, y luego se dio la vuelta y caminó hacia la parte delantera de la clase. —Bueno, supongo que es un punto de vista. —Se giró nuevamente para mirarnos. —No necesariamente la perspectiva correcta…pero un punto de vista, al fin y al cabo.

Luc se inclinó hacia delante con los codos sobre la mesa, con destellos en sus ojos. Entonces una sonrisa tranquila se dibujó en su rostro. —Bueno, si no me quiere creer que solo era un robo en gran potencia, está bien la opinión de que un grupo de la nobleza francesa se aburría y buscaban algo que hacer.

Y el viejo típico “salvado por la campana” se hizo realidad, excepto de que no estábamos seguros de quién fue salvado, si Luc o él señor Sanghetti. Me dirigí a Luc.

— ¿Lucifer? –le pregunté

—Sí, Mary Frannie –le frunzo el ceño

— ¿Tu nombre es Lucifer? ¿Igual que él Diablo? –pregunté nuevamente. Y ahí está esa malvada sonrisa otra vez.

—Has dado en el punto. Es un nombre común donde provengo –respondió y me levanté de mi asiento.

— ¿De dónde es ese nombre? Dime. –le dije. Sus ojos destellan, impacientes.

—De ningún lugar donde hayas estado. –me estremezco y sacudo mi cabeza

—Lo que algunos padres hacen a sus hijos

Demonios PersonalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora