SALIR A FLOTE

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Querida Claudia,

Hace un año que me dejaste. Un año en el que no he hecho más que pensar en ti y desesperarme. Desesperarme como nunca pensé que la materia humana pudiera hacerlo, desgarrado por dentro hasta convertir cada una de mis fibras en frágiles cipselas de diente de león, que al más mínimo suspiro del viento se esparcen por el aire y se desvanecen, ignoradas en su insignificancia.

Un año en el que ni toqué fondo, porque cuando ya creía que esta agonía no podía ser más insoportable, el fondo aún seguía alejándose, desapareciendo bajo mis pies, haciéndose cada vez más y más profundo, como mi angustia, como mi pánico a abrir l...

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Un año en el que ni toqué fondo, porque cuando ya creía que esta agonía no podía ser más insoportable, el fondo aún seguía alejándose, desapareciendo bajo mis pies, haciéndose cada vez más y más profundo, como mi angustia, como mi pánico a abrir los ojos cada mañana y tener que reconocer que estaba viviendo una existencia sin ti.

Un año en el que pronunciar una sola letra de tu nombre era más dificil que crear un imperio y destruirlo y volverlo a levantar, cuando el nudo en la garganta se enredaba entre esas siete letras que nunca quise ni quiero dejar de gritar, aunque al hacerlo no obtenga nunca más una respuesta.

Un año en el que he tenido que maldecir mil veces que la vida siguiera su curso, cuando todo mi universo había implosionado con tu partida y el mero hecho de elevar la vista al cielo en una noche estrellada hacía que cayera arrodillado en mi agonía, vacío ya de toda ilusión, muerto sin estar muerto.

Un año en el que he tenido que aprender a vivir de nuevo, como un recién nacido que llega a este mundo por una salida estrecha pero ve la luz al final del túnel y se desliza hacia una nueva vida, recibiendo oxígeno por primera vez, sintiendo cómo el aire inunda unos pulmones que se encontraban cerrados,  asustado, sin otro recurso que el llanto pero recobrando poco a poco la confianza que sentía en su cueva.

Un año en el que he sido capaz de observar una puesta de sol al caer la tarde junto a un desconocido sentado a mi lado en cualquier parque, aún sabiendo que, aunque muchas veces inseguro, intentara extender mi mano para coger la tuya, jamás podría volver a acariciar la suavidad de tus dulces dedos.

Un año en el que he descubierto lo que es la "ley de vida", como suelen decir algunos, que unos van y otros se quedan, que los caminos de Dios son inescrutables y mil frases más que podría vomitar una tras otra sintiendo que ninguna de ellas refleja fielmente la soledad en que se sume un corazón cuando una parte de él se apaga y deja de latir.

Un año en el que sin quererlo, sin forzarlo, sin buscarlo, sin esperarlo, mi mirada ya no está tan vacía,  ya no alcanza sólo hasta tu rostro, ya no brilla únicamente en el reflejo de tus ojos cristalinos. Una mirada que ha aprendido a llorar sin derramar una sola lágrima, que se atreve a observar el mundo alrededor por primera vez, con el miedo de un ser indefenso al que han herido, apaleado, maltratado, humillado y se levanta y lucha porque quizás merece la pena vivir, después de todo.

Un año en el que por un leve instante, he podido esbozar una sonrisa que no era si no un mero mecanismo de supervivencia para decirle al mundo que comenzaba a estar mejor, cuando todavía era incapaz de expresar mis emociones con palabras. Esas emociones que he aprendido a reinterpretar, distinguiendo cuándo el dolor ya no me estaba matando, sino simplemente enseñándome a ser más fuerte.

Un año en el que las noches dejaron poco a poco de tener veinticuatro horas y los tímidos rayos del sol volvieron a aparecer, tras la colina donde se encuentra tu casa, hacia donde tanto me ha costado volver a tener la valentía de mirar. 

Ha pasado un año...

Y hoy por fin me atrevo a enfrentarme a mi vida sin ti.


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