AHORA TODOS SABEN LO QUE SIENTO POR TÍ

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Recuerdo el día que mi secreto quedó desvelado para siempre y de la manera más tonta, cuando teníamos catorce años.

Una mañana, antes del desayuno, Eric me había sorprendido mientras yo escondía una foto tuya entre dos libros en la estantería.

– ¿De quién es esa foto? – me preguntó asomando la cabeza por la puerta de mi cuarto. –¿La estabas escondiendo?

– De nadie que te importe – respondí yo de mala manera, esperando que se fuera por donde había venido.

Pero Eric sabía que yo nunca contestaba así, pero sí me ponía a la defensiva cuando trataba de ocultar algo y obviamente, aquel día no iba a ser distinto. Entonces me hizo creer que se iba a su habitación y cuando me distraje buscando el uniforme limpio en el armario volvió a entrar como un rayo, se lanzó contra la estantería y sacó la foto de entre los libros.

– ¡Es Clau! ¿Por qué tienes una foto suya escondida? ¿La has despegado del álbum?

– ¡No estaba escondida! ¡Además, a ti qué te importa! ¡Devuélvemela!

– ¡Jajaja! Mi hermanito se ha enamorado. ¡De Clau!

– ¡Eric! ¡Deja de decir idioteces! ¡Dame la foto!

– ¡Jajaja! ¡Claudia! Está guapa ¿eh?

Su carcajada fue brutal, tanto que a los pocos segundos ya estaba retorciéndose por el suelo con las manos rodeando su estómago

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Su carcajada fue brutal, tanto que a los pocos segundos ya estaba retorciéndose por el suelo con las manos rodeando su estómago.

– ¡Júrame que no le vas a decir nada!

– ¡Jajaja! ¡Nada más que la vea!

– ¡Eric!

– ¡Es broma! Mantendré la boca cerrada. A ver si soy capaz... ¡Jajaja!

– ¡Júramelo! – le cogí por la oreja y le levanté del suelo.

– ¡Au! Te lo juuuuro joder...

– ¡Habla bien!

– Perdone, don perfecto.

Conseguí que se callara para no despertar a mi madre, pero a partir de ese momento, y siempre que tenía la ocasión, me miraba y sonreía, mientras juntaba pulgares e índices formando un corazón con las manos.

Aún así, no pudo mantener su promesa durante mucho tiempo.

Un día, durante el recreo, me senté a leer en el lugar de siempre, donde nadie me molestaba con balonazos ni se escuchaban los gritos de niños corriendo de un lado para otro. Acababa de tocar la campana y Raúl y Eva habían venido a buscarme después de dar uno de sus paseos rutinarios alrededor del patio.

Les gustaba caminar cogidos de la mano por el jardín del colegio, en la zona donde las monjas no podían verles y más de una vez se sentaron a mi lado sin interrumpir mi lectura, y por el rabillo del ojo podía observar cómo, de vez en cuando, se besaban. Me preguntaba cuándo iba a tener yo mi oportunidad, y sólo deseaba que tú fueras quien me diera mi primer beso.

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