La torturadora (III)

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El terror se hacía presente cada vez más en la cara de la chica. Sus lágrimas eran gozo para mí; y, aunque me hubiera corrido, me sentía palpitar.

Me estaban esperando, ansiosos.

Con parsimonia me acerqué a la puerta, y toqué un par de veces, indicándoles pasar.

Al instante, tres hombres fornidos y con atributos demasiado grandes -con el objetivo de causar dolor-, entraron.

La chica comenzó a gritar.

Los hombres sonrieron, a ellos no les importaban los gritos, los sollozos. Violaban a quién fuera, y mientras más gritaran, más se excitaban.

Al igual que yo, eran unos depravados sexuales.

Se acercaron con rapidez y me encargué de ver desde lejos la hermosa violación que iba a llevarse a cabo. La chica gritaba, pataleaba sin poder hacer nada al respecto por las ataduras, y lloraba a lagos.

Quitaron los artefactos que tenía adentro con lentitud, disfrutando el terror de la chica que cada vez gritaba más alto, rogándole a Dios que parara aquello.

Esa era mi parte favorita.

Uno de ellos se colocó frente la cara de la chica, colocándo su pene en su boca. Ella se resistió, cerrándola fuertemente.

La golpeó con mediana fuerza en una mejilla, dejándola aturdida; y con la otra mano, le tapó la nariz, obligándola a abrir la boca.

Lo metió con decisión. Ella se ahogaba por la longitud descomunal de aquél miembro. Podía ver cómo se ponía roja y tosía, llenándose de saliva y lágrimas mientras el depravado lo disfrutaba.

Los demás no se hicieron esperar, uno tomó el lugar entre sus piernas, y sin rechistar, introdujo su sexo en la vagina de la chica.

Pude oirla gritar de dolor ahogadamente mientras el hombre metía y sacaba su pene. Era tan grande que no cabía entero en su interior.

Una parte de mí se estremeció al pensar en el dolor que estaba sintiendo.

Al último de los hombres le tocó uno de mis trabajos favoritos: acariciar y lamer todo el cuerpo de la chica con la intención de hacerla sentir asqueada, sucia y usada. Me encantaba, porque era un daño psicológico irreparable.

Me estaba comenzando a mojar ante la escena, así que me senté. Sin pudor, abrí las piernas y comencé a tocarme de nuevo. Se sentía bien...

Demasiado, tal vez.

El hombre que follaba su vagina sacó su pene, y con toda la mala intención del mundo, lo comenzó a rozar con su ano.

La chica quiso gritar, presa del horror.

La cara que puso cuando el hombre lo metió completo en su culo no tenía pérdida.

Al instante comenzó a retorcerse como si la estuvieran matando. Se hacía daño con las cuerdas, pero no parecía importarle.

—Qué rico es cuando grita... —Susurró extasiado el que tenía su pene en la boca, aumentando la velocidad.

—Uff ¡Qué culo tiene esta zorra! —dijo el otro.

Humillación verbal. Nos ordenaban hacerlo para que saliera con el mayor trauma hacia el sexo posible.

Y no nos quejábamos de hacerlo.

El hombre que estaba follandola por el culo aumentó la velocidad, vociferando ruidosamente y disfrutando lo más que podía... hasta llegar al orgasmo.

—¡Maldita sea! ¡Toma, puta! —Metió rudamente el pene por completo en el culo mientras se descargaba en su interior, gimiendo de placer.

Los ojos de la chica mostraban resignación, humillación, ganas de parar. Su cara era un poema.
El hombre salió de su interior, y con calma se fue de la sala, guiñándome el ojo en el proceso.

Me froté más rápido mientras veía al que frotaba su cuerpo, tomando puesto por debajo y metiendo su pene -sin pensar dos veces- en su vagina.

Le daba con fuerza, y una parte de mí me hizo disfrutarlo. Me metí dos dedos, sintiendo el placer de la escena y deleitando mis sentidos.

Esta vez fue turno del que tenía su pene en la boca para aumentar poco a poco la velocidad.

—Oh Dios... —Comenzaba a gemir, sacando y metiendo el pene con fuerza, sin considerar que estaba ahogando a la chica.

Con un par de gemidos, pude notar que estaba a punto de venirse.

—¡Dios! ¡Aquí está tu leche! ¡Disfrútala! —gritó.

Tuvo dos espasmos fuertes y se quedó quieto en el fondo de la garganta de la chica. Se descargó completamente y lo sacó, haciendo que dos chorros de semen salpicaran en su cara. La chica se ahogo, tosiendo y haciendo salir semen de la boca, que se escurrió por sus mejillas.

El segundo hombre salió, con una sonrisa en su boca.

Faltaba uno, el más importante. Se estaba cogiendo su vagina como si no hubiera un mañana. La chica ya no gritaba, sólo sollozaba de resignación e indignación. Su carita estaba roja de la humillación.

Verla me hizo pararme y acercarme, sintiéndome cerca del orgasmo. Me puse justo sobre su cara, esta vez sin pegarla, sólo masturbándome encima mientras veía al otro follarsela.

El hombre comenzó a jadear no tan ruidosamente, pero se le notaba que estaba cerca tambien. Aumenté la velocidad de mi mano mientras veía como su pene salía y entraba con veracidad...

hasta que no pudo aguantar.

Con un gruñido, el hombre terminó por llenarle la vagina de semen. Al ver cómo su pene se estremecía al descargarse en su interior, no pude aguantar más. Me corrí sobre la cara de la chica, pegándome un poco para sentir cómo mi vagina rozaba con sus labios mientras me corría. Mi espalda se arqueó y pude sentir una descarga de placer que me hizo sonreir.

Me tambalee al bajarme, haciendo que me apoyara de la pared mientras respiraba agitada. El otro hombre se salió de su interior, y suspirando de alivio, se fue.

La chica lloraba, con su mirada perdida. Llena de semen. Sucia, con la mente rota, y poseída por los demonios que le habíamos dado.

Y así supe que el castigo había terminado.

Aunque ese fue mucho más placentero que todos los que he hecho.

Típicas fantasíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora