Mi vida como su mascota

5.2K 51 0
                                    

Advertencia:

¡Este capítulo contiene lluvia dorada! Si eres sensible o no te gusta este género, ¡No lo leas!


Estaba arrodillada en una esquina de la habitación.

Esperaba, pacientemente. Mi amo me había ordenado que me quedara ahí, esperando su llegada como buena perra.

Desde que me había dejado ahí sentía mi respiración agitada. No podía creer lo que estaba haciendo; pero eran sus reglas. No podía moverme hasta su llegada, y si lo hacía, estaba obligada a decirle. No entendía por qué mi ser se negaba a desobedecerle.

Escuché la puerta y di un respingo, emocionada. Mis piernas ya estaban entumecidas por las horas que había pasado en esa posición. Subí la mirada, esperando a que pasara por la puerta. Su silueta oscura se hizo presente, alto, dominante... Ese era mi amo, mi señor.

Bajé la cabeza avergonzada por mi posición, pero no aparté la vista de la suya. Estaba serio, pero no parecía molesto.

—Llegué, mi pequeña perra. —Jadeé un poco sin que se diera cuenta y tuve que apartar la mirada— ¿No vendrás a recibir a tu Amo?

Me moví, sintiendo la vergüenza apoderarse de todo mi ser y mis piernas alegrarse por salir de esa posición. Fui a donde estaba, en cuatro, justo como decía que lo hiciera. Yo era su perra, era su mascota; así que debía actuar como una.

Y por alguna razón, me excitaba hacerlo. La vergüenza que me provocaba, la sumisión que me hacía sentir... Me alteraba.

Llegué a sus pies mientras él se sentaba en el sofá de la sala. Lo miré.

—Ven aquí —Ordenó.

Con nervios, levanté mi torso y puse mis manos entre sus piernas, aún arrodillada en el suelo. Sus piernas estaban abiertas, dejándome espacio. Me sonrojé aún más si era posible. Sabía lo que tenía que hacer.

Mis manos temblaban mientras quitaba el cinturón de su pantalón. Desabroché los botones y bajé la bragueta, mirando el bulto. Me agité. Él apartó mis manos y lo miré, dudosa. Con calma sacó su pene totalmente erecto. Al verlo, tragué saliva.

Por alguna razón no podía dejar de verlo. Era mi premio, lo sabía. Miré su pene, anhelante, queriendo deleitarme con él como lo haría una buena perrita.

—Lámelo, pero no lo chupes. No uses las manos, las perras no las necesitan.

Acerqué mi rostro, sintiendo el calor que desprendía su pene. Restregué mi cara contra él y lo olí, deleitándome con todo lo que podía ofrecerme. Esa era mi comida, era mi forma de vida. Él lo era todo, yo no. Yo sólo era una pequeña perra, una mascota.

Lamí ansiosa. Sentía que el deseo me hacía babear mientras pasaba mi lengua sobre su pene. Quería chuparlo. Lo miré, haciendo que viera el deseo de mi mirada. Él sacó una pequeña sonrisa egocéntrica, haciéndome ver que era superior a mí, y era cierto. Yo sólo estaba para servirle.

—¿Quieres? —Preguntó, sabiendo la respuesta.

Me avergoncé, no quise responder y que se diera cuenta de mis deseos.

Me dio una cachetada. No fui lo suficientemente rápida para responder.

—Sí, Amo —Susurré, avergonzada.

—Pídelo como es debido. —Sentí mi corazón palpitar como loco en mi pecho. Bajé la cabeza.

—Por favor, déjeme chupar su pene, Amo —Dije con voz quebradiza.

Con un movimiento brusco, me agarró del cabello y metió su pene en mi boca. Gemí por la acción e hice lo posible por chupar adecuadamente su pene. Tenía que ser una buena perra y darle placer a mi señor.

Su mano movía mi cabeza con fuerza, haciéndome ahogar de vez en cuando en el momento en que su pene llegaba hasta mi garganta. Podía escuchar levemente su respiración agitada, pero ni un solo gemido. La única que gemía era yo, porque era la que más disfrutaba. Era la que se deleitaba siendo sometida por mi amo.

Sacó su pene y se masturbó fuertemente. Lo miré, su rostro estaba serio; pero concentrado. Siempre me había parecido increíble la forma en que mi amo no cambiaba el semblante por mucho que estuviera haciendo.

Lo miré con deseo, justo como sé que a él le gusta.
Gemí al sentir la calidez de su semen en mi rostro. Cerré los ojos, deleitándome con el semen caliente que me brindaba. Abrí un poco los ojos, dejándolos entreabiertos para ver como se terminaba de correr en mi rostro.

—Quedaste justo como debe quedar una perra. —Me miró, ordenando con la mirada— ¿Cómo se dice?

—Gracias, Amo.

—Bien...

Algo no andaba bien.
Sus ojos brillaban en una malicia que no había visto hasta ahora. Por un momento, me asusté.

Pero mi vagina estaba más húmeda que nunca.

—Te ayudaré a limpiarte...

¿Qué?

Sin creer lo que estaba haciendo, vi cómo tomaba su pene en sus manos y lo dirigía a mi cara.

No lo hará... No puede...

Temblé cuando sentí el líquido chocar con mi cara.

Era la primera vez que hacía esto, me sentía humillada mientras mi señor me orinaba. Temblé, todo mi cuerpo estaba palpitando. Su líquido me llenó entera, cara, cuello, senos, abdomen... incluso sentí un poco en mi vagina.

Esa calidez me hizo excitarme. Estaba siendo orinada por mi señor. Y no lo entendía, debería sentirme mal, debería sentirme ofendida...

Pero no podía evitar disfrutar el momento de humillación.
Era su perra, él podía hacer eso si lo quería.
Y yo lo acepté.

Terminó de vaciarse. Lo miré, temblorosa.

—¿Cómo se dice?

Jadeé.

—Gracias, mi amo...




Típicas fantasíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora