La perra

7.2K 68 3
                                    

Estoy comenzando a temblar mientras camino.

Estaba un poco molesta, no era posible que en serio ese hombre hizo lo que hizo.

Miré a un costado, mirando mi reflejo caminante. Puse la vista en el objeto que me había puesto de mal humor: ese condenado collar.

Un collar de perro. Con su nombre grabado en él.

Fruncí el ceño, ¿Cómo se atrevía a ponerme eso? ¿Qué era yo, una perra? Gruñí.

Él sabía que estaba molesta. Le había gritado por haberme puesto eso mientras dormía.

Como consecuencia, ahora me lleva a rastras a un lugar desconocido.

—¿A dónde me llevas? —Pregunté por quinta vez.

Y de nuevo, me ignoró.

Llegamos hasta un cuarto oscuro, donde él cerró la puerta y prendió la luz.

Me asusté.

Un cuarto de torturas. No creí ver uno jamás. Le hice frente, aunque él sólo me veía.

—¡Ni se te ocurra! ¡Yo no soy tu sumisa ni nada por el estilo!

—Lo serás —Dijo prepotente.

—Primero muerta a ser tu perra —Escupí con acidez.

Un pinchazo en mi cara me hizo trastabillar. Me había cacheteado. Acto seguido, tomó mi barbilla y me hizo mirarlo. Mi mejilla escocía mientras sentía como mis ojos irradiaban odio.

—Voy a hacer que tú misma lo digas.

—Claro —Dije sarcásticamente, por lo bajo.

Me volvió a cachetear.

—Callada, perra, o te pasará algo malo.

—¡Yo no soy tu pe...! —Me callé.

Tomó mi cuello con violencia, haciéndome forcejear. Tenía tanta fuerza que mis músculos comenzaron a doler. No pude hacer nada mientras hacía que me arrodillara frente a él. Chillé para quejarme...

Metió sus dedos en mi boca.

Quise morderlo, pero mientras más luchaba, más metía sus dedos, y estaba comenzando a ahogarme. Con su otra mano sostenía mi cabello.

—Vuelve a hablar y haré que te calles.

Lo miré rabiosa mientras sacaba sus dedos de mi boca. Tosí.

Estaba tan rabiosa que no medí lo que hacía.

—Intentalo, imbécil.

En ese momento deseé haberme callado. Sólo pude observar cómo bajaba sus pantalones y sacaba su enorme pene de ellos. Cerré la boca con fuerza, viendo sus intenciones.

—Abre la boca.

Me negué.

Una cachetada. Ya la mejilla me escocía más.

—No lo repetiré.

Me volví a negar, esta vez con menos convicción.

Me soltó. Fue hacia un lugar en la esquina y tomó algo que no pude ver.

Mi boca seguía totalmente cerrada.

Sólo pude procesar lo que pasaba cuando tomó con fuerza mis cabellos y me ponía sobre una madera que había en medio de la sala. Luché, pero su fuerza era mayor, permitiéndole atarme.

—¡Sueltame!

—Si abres la boca, no te pasará nada malo.

La volví a cerrar. No podía verlo, estaba boca abajo, en cuatro, totalmente expuesta. Cosa que me avergonzó.

Un pinchazo enorme en mi culo me hizo gritar.

—Abre la boca.

Apreté los dientes, sintiendo mi culo escocer. No pasó ni cinco segundos cuando otro pinchazo me hizo chillar, y al instante, otro más.

Había algo, algo que me estaba alterando. Había algo en este acto que hacía que se me agitara la respiración y deseara, por alguna razón, que siguiera azotandome. Apreté aún mas los dientes, intentando entender qué era lo que pasaba conmigo.

Otro latigazo me hizo apretar los dedos de los pies.

Pero esta vez, no grité.

Me sorprendió darme cuenta de que había gemido.

Él sonrió al darse cuenta. Me avergoncé.

—¿Lo ves? —Dijo altivo—, Eres mi perra. Disfrutas que te azote.

Esta vez no respondí. Sentía que si hablaba, mi respiración agitada me delataría.

Se puso frente a mí.

—Abre la boca. Ahora.

Miré. Mis nalgas me dolían. Me sentía extraña, como si tuviera que seguir lo que ese hombre me decía...

Abrí la boca, avergonzada.

Metió su pene en ella.

—Chupa.

Mi corazón se aceleró mientras sentía que mi cuerpo tomaba el control. Comencé a chupar lo más fuerte que podía, sintiendo como entraba y salía de mi boca. Me sorprendí jadeando cada vez que su pene se salía. Deseaba que no me escuchara.

—Te tengo que castigar como se le castigaría a una perra.

Mi corazón se aceleró mientras veía cómo sacaba su pene de mi boca y se iba de nuevo hacia atrás. Comencé a temblar, presintiendo que algo malo iba a pasar.

Sentí algo grande en mi ano.

Me asusté. Jadeé de sorpresa.

Él con su mano tapó mi boca, y con una estocada, comenzó a meterlo violentamente por mi culo.

Grité. Mis gritos eran contenidos por su mano. El dolor era enorme, sentía que me estaba reventando el culo...

Y por alguna razón, me excité...

Por alguna razón, el sólo acto de que me estuviera cogiendo por detrás como una... Perra... Hizo que comenzara a gemir.

—¿Y bien? ¿Qué eres? —Preguntó en mi oído, dándome más duro y apartando su mano para que pudiera hablar.

Me avergoncé, no quería decirlo...

No quería admitirlo.

—Dilo. —Con ambas manos tomó mis hombros, y empujó lo más que pudo su pene dentro de mi culo, con el propósito de hacerme daño.

Grité.

Grité pero no pude aguantar más.

—¡Tu perra...! —Sollocé con voz ahogada, pero clara, mientras sentía su enorme pene destrozandome.

—No te escucho. ¿Eres...? —Puso su oído cerca de mi boca.

Jadeé de vergüenza.

—Soy... Soy tu perra...

—Perfecto.

Con velocidad, siguió cogiéndome, más fuerte y rápido. Había algo que me hacía chillar de dolor y placer. Me sentía avergonzada, humillada, destrozada...

Y por alguna razón me gustaba.

Paró. Pasó sus dedos por mi vagina, haciéndome temblar.

—Disfrutas ser mi perra. Sólo mira lo hinchada que estás.

Comenzó a frotarme el clítoris.

Mi cuerpo se calentó aún más, haciéndome retorcerme levemente.

—Di que soy tu amo.

Metió sus dedos en mi interior, haciéndome gemir. Jadeé, muy avergonzada de lo que iba a decir...

—Usted es mi amo...

¿Por qué esas palabras me excitaban tanto?

Sonrió.

—Gané.

Típicas fantasíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora