La torturadora (i)

4.3K 39 5
                                    

Advertencia:

Estos apartados de "la torturadora" (Que serán 2 partes en total), tienen un contenido un tanto bizarro, de una forma muy diferente a lo que he escrito hasta ahora y no sólo por el hecho de que esta vez ambas sean mujeres.

Pero, no olvidemos que esta historia es "de todo" así que va a tener variedad, y este es un tipo de lo mucho que hay en el mundo del sexo.

Por lo tanto... ¡Mente abierta! Y espero que les guste.

 

           
De nuevo escribiendo en este tonto cuaderno, ni yo misma me entiendo, realmente; sólo que... todo lo que vivo en la sala de torturas debo escribirlo, detallarlo, y entre cada línea volver a sentir esa adrenalina fluyendo en mi sangre.

Ya puedo sentir mi corazón bombear como el de esas chicas.

¿Cuántas veces he observado la tortura y he escrito en este cuaderno? Muchas. De verdad, muchas.

Pero esta vez es especial.

Esos imbéciles habían aceptado mi drama y actuación. Agrega a una frase un poco de "Dios habla sobre castigar" y "¡Yo quiero hacerlo en nombre de Dios!", y te dejarán hacerlo, sin duda alguna.

O tal vez son tan débiles ante la tortura a los "pecadores" (yo prefiero llamarles: "amantes de todo lo que los humanos deseamos, pero está prohibido para mantener un equilibrio social"), que me dejan hacerlo siempre que lo solicito.

¿Por qué esta vez es especial?

Porque esta vez me tocó con una chica.

Fui a la iglesia, muy temprano en la mañana. Estaba agitada, un poco excitada. Hoy tocaba tortura; no sabía a quién, no sabía porqué y no me importaba. Quería ver qué hombre suplicaría piedad esta vez.

Grande fue mi sorpresa cuando encontré al sacerdote en la puerta de las mazmorras, con los ojos oscurecidos cuan demonio curioso. Quise sonreír, pero no parecía divertido para él.

—Hoy tenemos a... una pecadora. —La palabra "una" resonó en mis oídos.

—¿Mujer? —Dije, disimulando mi sorpresa—. ¿Qué hizo en contra de Dios?

—Lujuria. —El labio del hombre tembló. Mi cuerpo se exaltó.

Lujuria, la peor de las torturas.
Quise reír por la hipocresía que mostraba mi superior. Si le preguntara a todas las putas de la zona sobre los pecados del sacerdote, estaría azotando su arrugado y feo culo.

Pero claro, nadie revela sus pecados.

Suspiré extasiada y entré a la mazmorra, colocándome mi capucha negra y una máscara con suaves trazos que representan aquellos demonios a los que tanto temen las personas. Todo psicológico. Todo trabajado.

Caminé hasta el fondo del pasillo. Olía a mugre y sangre. Mientras me acercaba, podía escuchar los sollozos de la chica.

Cuando llegué, me congelé en mi sitio.

La chica era la personificación de la perfección. Piel blanquecina, ojos azules llenos de miedo, cabello castaño ligeramente más claro que el normal, y una cara tan perfilada que parecía de porcelana.

Con esa carita llena de miedo, cualquiera pecaría.

Y no desaprovecharía la oportunidad de ver esa cara tan hermosa sufrir.

—Por favor... —Sollozó la chica, mirándome.

—...

Estaba totalmente desnuda sobre la mesa de las torturas. La habían atado de brazos y piernas pensando en que, tal vez, la fuera a estirar hasta que sus huesos se rompieran. Me gusta oír los huesos crujir, pero esta vez quería algo diferente.

Me acerqué a ella. Sus extremidades comenzaron a moverse intentando detener lo que iba a hacer.

Pero ya nadie me podía detener.

Tomé con fuerza una cuerda que estaba al costado. Era cruda, los ligamentos se soltaban y raspaban la palma de mi mano. Me emocioné al pensar en qué harían en esa piel tan delicada; así que, la até alrededor de su cuello, causando que sollozara aún más fuerte.

Típicas fantasíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora