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No era sentir el vacío, era ser el vacío. Como un copo de nieve que pasa inadvertido durante el invierno, el cual tras las heladas ve como se acerca la primavera, como todos sus compañeros se van derritiendo, como su vida pierde el sentido. Un copo de nieve que no se derritió, llegó Julio y él seguía ahí, inmóvil, invisible, solo. No supo soportar el verano, el calor le abrasaba y deseaba derretirse para terminar con su sufrimiento pero la tortura seguía mientras el pequeño copo aullaba de dolor. Nadie lo veía, nadie lo oía, para el mundo, él no estaba ahí. Con el tiempo llegó septiembre, comenzaban a bajar las temperaturas, un atisbo de esperanza asomaba en su mirada pues volvería a reencontrase con los suyos. Pero el destino no quiso esto, empezó a nevar, durante lo que el copo de nieve pensaba que era su último momento en la soledad, éste comenzó a derretirse, lentamente, hasta que ya no quedó nada de él. Se hizo uno con la nada, jamás se volvió a saber de él, nadie lo recordaba, pues nunca estuvo, nunca fue, solo sintió

Divagaciones atrapadas en mini relatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora